Se llama Eric. Nació en Moscú con el síndrome de Down, con labio leporino y un corazón enfermo. Los médicos dijeron a sus padres: «No podemos entregarles este niño. Deben renunciar a él.»
Y abandonaron a Eric. El matrimonio se separó. La madre se fue a Canadá.

La abuela materna ha dicho:
«Mi esposo y yo empezamos a pensar en el nieto. Estábamos solos. Decíamos: ¿estará vivo? Si lo está, pronto cumplirá siete años. Y nos decidimos a buscarlo. Estaba en un orfanato de Moscú», informa B. G. Harbour.
«Su estado era deplorable. Con sus siete años, pesaba seis kilos. Estaba tumbado como un gusanito. Tenía la piel ulcerada y roja, el labio enorme; él, flaquísimo, ausente, no comprendía nada», cuenta la abuela Galina con lágrimas en los ojos.
 
Y con su esposo, Anatoli, pusieron manos a la obra, como sólo unos abuelos saben hacer a la perfección. Empezaron a acudir diariamente. Le llevaban requesón. Le lavaban, le vestían. Le acariciaban, le besaban. Le sonreían y reían. Le hacían todo lo que nadie había hecho con él en siete años de orfanato.
 
El abuelo pagó —parte de su pensión— a la encargada para que le masajeara la espalda hasta conseguir que se sentara. Ha sido operado del labio y —un año después del encuentro con sus abuelos— Eric pesa catorce kilos. No sólo se sienta, sino que se pone en pie, sonríe, ríe y juega con un juguete. Pronto andará. Desde hace cinco meses vive con sus abuelos y como afirman:
«El niño es la alegría de la casa... lo que de verdad sentimos es no haberlo hecho antes.»

«Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.

»En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a me lo hicisteis.» (Mt. 25, 34- 40)






Alimbau, J.M. (2017).  Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.