El islamismo radical es a Europa lo que el codo de Tassotti a la nariz de Luis Enrique. La nariz, Europa, lloriquea ante el cuarto árbitro, la comunidad internacional, que permite que siga el juego sin ser consciente de que el objetivo último del islamismo radical no es el continente europeo, sino la comunidad internacional, la misma que clama contra el atropello mortal de un grupo de musulmanes y calla ante el magnicidio de millares de cristianos. Matar va contra el quinto y no seré yo el que aplauda al conductor, pero, por eso mismo, echo de menos que el mundo musulmán decrete una fatwa que derogue el mandato de acabar con el infiel. Más que nada porque mientras no la decrete cualquier londinense creerá ser Salman Rushdie.  
Si cualquier londinense cree ser Salman Rushdie la comunidad internacional no debe sorprenderse de que los que llevan bombín miren con recelo a los que llevan barba. Y quien dice comunidad internacional dice izquierda española, que aprovecha la maniobra asesina del conductor ante la mezquita para incluir el suceso en el epígrafe guerra de religiones. Que se sepa, el detenido no atacó en nombre de Dios, pero a la izquierda le ha faltado tiempo para retratarlo como un dominico en sus cabales que ha sustituido la opción de poner la otra mejilla por la de arrancar un ojo al que le arranca un diente.  
La izquierda tal vez vea también con buenos ojos el intento de linchamiento del conductor por parte de un grupo de musulmanes, evitado por la intervención del imán. Yo no lo veo bien, pero me parece correcto que ante una situación de peligro la víctima, en vez de huir, intente desactivarla, que es justo lo contrario que hace el que, cuando quien ataca es islamista, se esconde bajo la mesa de un bar. De esta actitud medrosa se aprovecha el musulmán radical, quien, por eso, para sus matanzas no escoge Rusia, sino Inglaterra, a la que quiere convertir en la Siria de Europa. A modo de reacción, surge la islamofobia, que en Londres es tan lógica como el antimadridismo en Canaletas.