Piscina de salud es la alegría,
bañémonos en ella cada día.
-G.K. Chesterton-
 
Y se levantó. Aquel señor grueso, llamativamente grueso, se levantó y fue a leer la epístola que aquel día, casualmente, decía:
 
─ ...empujaban y empujaban para derribarme... pero no pudieron conmigo.
 
Los feligreses, caritativamente, agachaban la cabeza y sonreían.
 
Hay quien dice que carecer de humor es carecer de humildad, es estar demasiado inflamado de sí mismo y que, el humor, nos hace estimable para los demás que aprecian mejor un rostro sonriente que avinagrado.
 
El humor es un instrumento apropiado para promover la tolerancia. El sentido del humor permite ver lo que los demás no perciben, ser consciente de la relatividad de todas las cosas y distinguir con una lógica sutil, lo serio de lo tonto y lo tonto de lo serio.
 
A veces, el mejor consejo es el que proviene de un chiste y no de una formulación teórica.
 
Recientemente tenemos ejemplos edificantes de grandes cristianos que, sin perder la sonrisa, hicieron grandes obras. Nos lo cuenta Joaquín Navarro Valls que fue director de la Sala de Prensa de la Santa Sede al servicio de san Juan Pablo II durante 20 años:
 
─He convivido con tres santos: Mons. Escrivá de Balaguer, Juan Pablo II y Madre Teresa de Calcuta. En los tres se veía inmediatamente el sentido del humor, incluso en situaciones en las que todo hacía pensar que lo más adecuado era llorar.
El buen humor es como una virtud que el cristiano debe vivir y proponer como un rasgo definitivo del cristianismo.
 
Si cada día nos damos un buen baño en la fuente de la Alegría, con un buen rato de oración personal, no habrá dificultad, problema, sufrimiento o zancadilla que nos derribe por mucho que empujen y empujen.