Besarión era un hombre que buscaba la perfecta alegría. Siempre iba con su libro de los Evangelios en la mano que leía y releía y lo que leía intentaba ponerlo en práctica, vivirlo para así encontrar el gozo y la alegría en cada circunstancia de la vida. El emperador de Constantinopla le apreciaba en extremo así como los dignatarios y el pueblo.

Un día Besarión halló un mendigo desnudo y le entregó su manto acordándose de las palabras del Evangelio. Y poco después halló otro mendigo desnudo que se moría, y lo cubrió con su túnica...
Y Besarión se encontró desnudo en pleno día. Buscó un rincón de la plaza y esperó que anocheciera.
Pasó el intendente del emperador, lo reconoció y le preguntó:
— ¿Qué te ha sucedido?
— No otra cosa sino cumplir lo que dice el Evangelio.
 
Besarión tiritaba de frío por fuera pero... por dentro, su interior ardía de gozo, de contento y de alegría.
 
Marco Aurelio escribía: «La alegría se encuentra en el fondo de todas las cosas, pero a cada uno corresponde extraerla.»
 
 
W. Shakespeare decía: «El verdadero amor es más pródigo en obras que en palabras; más rico en la esencia que en la forma.»
 
El amor —no teórico sino hecho realidad— es capaz de transformarlo todo en la verdadera alegría.




Alimbau, J.M. (2017).  Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.