El próximo sábado es 13 de Mayo, festividad de Nuestra Señora de Fátima.
Este año es especial, se cumplen 100 años de aquel 13 de Mayo de 1917 en que la Virgen María se apareció a 3 niños de 10, 9 y 7 años.

 
A estas alturas creo innecesario recordar el relato de las apariciones pero sí quiero hacer una reflexión.
En Noviembre pasado pasé unos días allí con mi familia. Iba llena de deseos de que la gracia de Dios que en ese lugar se derrama a chorro nos empapara a todos.
Y pasó algo que me sorprendió: en el trayecto vimos un documental para recordar la historia y no caer allí como paracaidistas. A mi hijo de 6 años le llamó enormemente la atención y durante los días que duró la peregrinación no paró de preguntar cosas acerca de los pastorcitos y todo el tiempo quería ir al recinto del santuario y estar allí. Incluso pedía tener su propio rosario cuando lo rezábamos.
Aún hoy le gusta todo lo relacionado con esos 3 niños y la Virgen.
¿Qué fue lo que le llamó la atención? Supongo que el hecho de que eran niños, como él y sus hermanos.
¿Y qué fue lo que llevó a Dios a enviar a su Madre a esos niños para darles sus mensajes?
Bueno, los niños pequeños son transparentes y confían ciegamente en los adultos. Y unos niños del Portugal rural de hace 100 años, más todavía.
La verdad, nunca me he sentido cerca de los 3 pastorcillos, ni siquiera de pequeña: la barrera espacio-temporal-cultural era demasiado grande. No los entendía. Ni su forma de vivir, ni su  forma de rezar, ni el trato que recibieron de sus familias y vecinos…. Todo me resultaba muy extraño y lejano.


Ahora entiendo algo más la reacción de los padres de Lucía. Su madre no la creyó, pensó que se lo inventaba y se asustó. Y su padre permaneció indiferente. Su hija parecía haberse vuelto loca, todo el mundo se burlaba de ella y además les arruinaron el campo cuando empezaron a ir al lugar donde “se aparecía” la Virgen, pisoteando y destrozando todo lo sembrado. Y luego vino la  intervención de las autoridades… Cualquiera se desquiciaría.
La madre de Francisco y Jacinta no les creyó pero su padre sí, sabía que sus hijos no mentían.
Lo que no entiendo es cómo la Virgen confió en unos niños inocentes y analfabetos que lo que querían era estar al aire libre y jugar mientras las ovejas pacían y que “hacían trampas” al rezar el rosario, diciendo sólo las primeras palabras de cada oración.
La Señora vino a decirles precisamente a ellos, que cuando la oyeron hablar de Rusia pensaron que era una mujer, que el mal del mundo, las guerras y los desastres estaban causados por los pecados de los hombres y que la manera de acabar con todo eso eran la oración y el sacrificio y que Dios contaba con ellos.
Bien, pues estos niños entendieron perfectamente que debían rezar y ofrecer sacrificios por el fin de la guerra –la Primera Guerra Mundial-, por la paz del mundo, por la conversión de los pecadores y para consolar a los corazones de Jesús y de María. Y lo hicieron, ¡vaya si lo hicieron!
Me sorprende mucho su capacidad de obediencia, de sacrificio, de entrega absoluta, su fe… sobre todo me sorprende su fe. No dudaron. Creyeron y fueron consecuentes. Y sufrieron mucho: la incomprensión, las regañinas de sus padres, las amenazas, el miedo cuando fueron detenidos por las autoridades, las burlas, los requerimientos de la gente que quería hablar con ellos y tocarlos y que no los dejaban en paz, y el sacrificio final de cada uno.
Francisco entendió que debía consolar a Nuestro Señor y reparar su corazón tan herido por los pecados de los hombres. Buscaba la soledad para poder pensar en Dios y se metía tanto en la oración que a veces no oía cuando lo llamaban. Estuvo enfermo de neumonía 4 meses y finalmente murió en abril de 1919. Le faltaba poco para cumplir 11 años.
Jacinta hizo suyo el amor al Corazón de María, al Papa y a los pecadores y, preocupada por la conversión de estos últimos y por el desagravio al Corazón de María, encarnó de tal modo el espíritu de sacrificio que  transformaba todo lo que podía en un sacrificio como ofrenda a Dios para obtener la paz y la conversión de los pecadores. Estuvo enferma 14 meses y murió sola lejos de su casa. Tenía casi 10 años.
Lucía se quedó sola sin sus primos, con quienes había compartido aquello, los que mejor la entendían y con quienes podía hablar abiertamente de todo eso, para difundir el mensaje de Fátima como le pidió la Señora, desde 1920 hasta 2005, cuando murió a los 97 años.
Esta historia me hace mirarme por dentro y desear parecerme a estos 3 niños que fueron transformados por su amor a Dios y a la Virgen y que son el origen de los innumerables frutos espirituales de Fátima.
¿Me parezco a ellos en algo? En que soy una persona anónima, sin ningún poder ni influencia, y en que amo a Dios y a la Virgen.
Lo que me falta es su correspondencia total a la voluntad de Dios. Su fe sin fisuras. Su capacidad de obediencia y de sacrificio. ¡Me faltan muchas cosas para parecerme a ellos!

Pero este sábado el Papa Francisco va a canonizar a Francisco y a Jacinta y ese día se repartirán muchos regalos espirituales a través de ellos.
 ¡No seamos tontos, aprovechémonos y pidámosles todo lo que necesitamos!