La situación en Venezuela se vuelve de día en día cada vez más difícil. Esta semana, con las manifestaciones contra el régimen celebradas en Caracas, el mundo se ha detenido por un momento, sólo por un momento, para fijarse en lo que sucede en ese país latino. Y después parece haber seguido su marcha como si nada.

He tenido la oportunidad de ver, a través de diversos vídeos colgados en youtube que han logrado burlar la censura, escenas terribles de lo que está sucediendo en Venezuela. Es muchísimo peor de lo que nos transmiten las televisiones, que suelen mostrar más bien tomas generales de las multitudes. La represión es cruel.

Pero tan grave como lo que está sucediendo en ese país es lo que está pasando fuera. Porque fuera, en general, lo que predomina es el silencio y, por lo tanto, la connivencia con un régimen dictatorial. Sino todos, casi todos, hacen como si no pasara nada. La OEA, la ONU, las naciones democráticas supuestamente garantes de la libertad -como Estados Unidos- e incluso altas instancias y organismos de la Iglesia, como el CELAM, no parecen dispuestas a intervenir, ni con hechos ni con palabras de condena al régimen. Los obispos venezolanos han dado valientemente la cara y a alguno, como al cardenal Urosa de Caracas, ya han intentado rompérsela. Es una situación de guerra civil, donde unos tienen las armas y otros ponen los muertos.

Creo que, si hay un caso en el que se justifique la llamada “injerencia humanitaria”, que llevó a las naciones a intervenir, por ejemplo, en Somalía con la bendición de San Juan Pablo II, es el de Venezuela. Sólo el hecho de que con el dinero del petróleo se estén comprando voluntades fuera y que el régimen sea comunista explica un silencio cómplice como el actual. ¿Qué estarían diciendo los medios de comunicación y los líderes políticos y religiosos del mundo si lo que está pasando lo hiciera un dictador de derechas? En esto, como en tantas otras cosas, ser de izquierdas -moderados o radicales- te da una especie de venia para hacer lo que quieras y las críticas que recibes son mínimas comparadas con las que recibirías si fueras de derechas. Pero, de izquierdas o de derechas, lo grave es que hay millones de personas que viven sin libertad, sin alimentos, sin seguridad, bajo la bota de una dictadura cada vez más cruel. Venezuela puede ser peor que Siria muy pronto. ¿Cuánto tardará la población en dirigirse en masa hacia los países vecinos? De hecho, ya se ha dado la voz de alarma en la frontera con Brasil.

Yo no quiero ser cómplice de ese crimen y además de mis pobres oraciones elevo mi voz de papel suplicando a los que pueden hacer algo que lo hagan. Nadie merece este calvario y los venezolanos tampoco.