¿Cuál es la misión de la Iglesia? ¿Cuál es nuestra misión?

Antes de nada, vamos a considerar los 3 mandamientos de Jesús:

  1. El mandamiento principal y primero (Mt 22,37-38)
  2. El mandamiento nuevo (Jn 13,34)
  3. El gran mandamiento o gran comisión (Mt 28,19-20)

El gran mandamiento, además, resultó ser el testamento de Jesús resucitado. Un mandato de este calibre nunca antes había sido introducido con semejante autoridad:

Jesús les dijo: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos. (Mt 28,18-20)

En la gran comisión descubrimos 4 tareas: ir, hacer, bautizar y enseñar. Una de ellas es la tarea esencial, alrededor de la cual todas las demás giran, y es la tarea central que Jesús ha encomendado a su Iglesia: HACER discípulos.

Hay una gran confusión en la Iglesia hoy en día; hemos ido a todo el mundo, hemos bautizado a todo el que ha sido posible, hemos enseñado en catequesis y escuelas; sin embargo, nuestra gran debilidad es precisamente hacer discípulos y este es el núcleo de la tarea que Jesús ha encomendado a su Iglesia.

Y el discipulado, ¿de qué va y a qué apunta? El discipulado tiene que ver con una relación, se trata de un seguimiento a una Persona. Una vez que llegamos a conocer a Jesús y a amarlo, una vez que nos enamoramos de Él, solo entonces es cuando deseamos crecer en esa relación. Por eso es que el fin de la evangelización es hacer discípulos.

Esto es lo que dice el papa Francisco en la Evangelii Gaudium (266): “El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera.”

Esto es esencial tenerlo claro porque los discípulos son los que renuevan la Iglesia a través del fuego del Espíritu Santo; los discípulos son los que están aprendiendo, sirviendo, entregando; de manera que la Iglesia pueda producir apóstoles, misioneros, discípulos misioneros. Discípulos misioneros que salen a evangelizar y a hacer más discípulos que renuevan la Iglesia; así tenemos más apóstoles, más evangelización, más discípulos, más renovación.

Escuché a alguien hablar del modelo de la Iglesia como una fotocopiadora. Una fotocopiadora es una maravilla cuando funciona, como la Iglesia. Coge un papel que viene de fuera, lo introduce en el interior, lo procesa, le hace la estampación y lo envía fuera para cambiar el mundo, porque la pluma es más fuerte que la espada. Entrar es la evangelización, el proceso que sucede dentro es el discipulado y el envío es convertirse en apóstoles. Es maravilloso cómo funciona, ¿no te parece?

Durante un encuentro de nueva evangelización en el que participamos en el verano del año 2014 escuchamos a un sacerdote que, al hablarnos de nuestra identidad como cristianos, nos expuso un pensamiento que él había tenido con motivo del centenario del hundimiento del Titanic.

En el Titanic viajaban 2223 personas, entre tripulación y pasajeros. El barco tenía una capacidad para 64 botes salvavidas con capacidad para 65 personas cada uno (4.160 personas en total), pero tan sólo llevaba 20 (con capacidad para poco más de la mitad de los pasajeros que iban a bordo en su viaje inaugural).

Además, muchos de los botes salvavidas lanzados aquella fatídica noche del 14 de abril de 1912 apenas se llenaron a la mitad. En los 18 botes arrojados desde el barco quedaron un total de 472 plazas sin utilizar; es decir, que unas 1.500 personas se quedaron a la deriva hasta ahogarse mientras los botes permanecían a una distancia prudencial y a medio completarse.

Por el miedo, únicamente 2 de los 18 botes se dieron la vuelta para tratar de salvar a otras personas del agua, pero para cuando recordaron su propósito de “salvar-vidas”, solo pudieron rescatar a 9 personas con vida. De las 2223 personas que viajaban en el Titanic, sólo sobrevivieron 706 personas.

La Iglesia existe para la misión; hemos sido enviados a “buscar y salvar” a aquellos que están pereciendo y que tienen sitio de sobra en los botes salvavidas. Aun así, como Iglesia nos quedamos sentados a una distancia prudencial con demasiada frecuencia, más preocupados por nuestra propia comodidad.

Si algunos pocos nadan hasta donde nosotros estamos, puede que les ayudemos; sin embargo, no vamos hasta ellos. Salir de nuestra zona de confort para ir en su busca no está presente en nuestros esquemas, porque hemos olvidado nuestra identidad. Nos lamentamos de la tragedia de la pérdida de la fe, la secularización, el cierre de iglesias, la pérdida de vocaciones y todo lo demás, pero no se nos ha ocurrido aún echar mano a los remos para remar mar adentro (Lc 5,4).

No podemos conformarnos con pulir la cubierta de nuestra barca para que esté bien presentable cuando sigue anclada en puerto seguro. Todavía hoy seguimos sin ir a buscar a las personas. Pensamos: bueno, si la persona nada hasta aquí, perfecto, que suba, pero no vamos a buscarla.

Jesús dice: id y haced discípulos. Hay una gran diferencia entre esperar a que vengan y decidir ir. El Señor nos pide que vayamos al mundo pero seguimos esperando en nuestras trincheras a que las personas vengan. Es más cómoda la pastoral de la campana que la pastoral del timbre, por eso nos sentimos más seguros invitando a la gente a que venga a Misa, a una adoración, a sintonizar nuestra emisora o canal católico, sin estar dispuestos a ir donde ellos están.

Parece que hemos olvidado nuestra identidad y nuestra razón de ser: llevar a Cristo a los demás y llevar a los demás a Cristo. Con gran elocuencia afirma el papa Francisco en su libro entrevista sobre la misión, los misioneros y la vocación misionera de todo bautizado:

Hay proselitismo en todos aquellos lugares donde está la idea de hacer crecer la Iglesia, sin la atracción de Cristo ni de la obra del Espíritu, centrándolo todo en cualquier tipo de “discurso sabio”. Así que, como primera cosa, el proselitismo excluye a Cristo mismo de la misión, y al Espíritu Santo, aun cuando diga que habla y actúa en el nombre de Cristo, de una manera nominalista.

El proselitismo es siempre violento por naturaleza, incluso cuando se oculta o se ejerce con guantes. No puede soportar la libertad y la gratuidad con que la fe puede ser transmitida, por gracia, de persona a persona. Por esta razón, el proselitismo no es solo el del pasado, de los tiempos del antiguo colonialismo, o de conversiones forzadas o compradas con la promesa de ventajas materiales. Puede haber proselitismo incluso hoy en día, incluso en parroquias, comunidades, movimientos, en las congregaciones religiosas. (Sin Jesús no podemos hacer nada. Ser misioneros en el mundo de hoy)

Por eso, hoy nos seguimos preguntando: ¿cuál es la misión de la Iglesia?, ¿cuál es nuestra misión?

 

Fuente: kairos.evangelizacion.es