El Vaticano ha hecho público esta semana un informe sobre la ideología de género, esa ideología que no existe, ya saben, más que en las calenturientas mentes ultras, según el paradigma progre habitual. Sin embargo, el documento, de la Congregación para la Educación Católica, califica su creciente impacto en la sociedad de “verdadera emergencia educativa”. Y su principal responsable, el cardenal Giuseppe Versaldi, alerta del riesgo de que “se imponga un pensamiento único a las escuelas”, que intenta presentarse, falsamente, como científico. El informe, huelga decirlo, apenas ha tenido eco en los medios españoles, porque del Vaticano apenas interesa otra cosa que lo que diga el papa Francisco sobre inmigración o pobreza.


Pero, ¿de qué hablamos exactamente? El informe apunta a uno de los núcleos medulares de esta ideología, que es la negación de la raíz biológica de la diferencia sexual. El problema mayor no es el concepto de género (que alude a la dimensión cultural y social de las diferencias sexuales) sino la premisa, hoy asumida como dogma, de que todas las desigualdades que podemos ver en la realidad han de interpretarse en esa clave. Como explica la antropóloga Leyre Khyal en ‘Prohibir la manzana’, en referencia al feminismo de la cuarta generación, es un error grave negar que existe una raíz biológica en las diferencias entre sexos, que no lo explica todo, pero sí bastante más de lo que hoy se acepta.

El presupuesto de que no hay más diferencia entre hombres y mujeres que la derivada de la genitalidad y, si acaso, una mayor masa muscular de los varones, es dogma de fe en las cátedras de Género, y desde ahí se ha extendido a los medios y la sociedad, pese a que niega todo lo que sabemos acerca de la evolución humana, y es tan anti darwiniana como el creacionismo. De ahí que hayan sido biólogas evolucionistas, sin relación con ninguna iglesia, o psicólogas como Susan Pinker, las principales detractoras de la idea.


Esta cuestión no es baladí porque está en el fondo de la utopía feminista contemporánea, según la cual hemos de avanzar hacia una sociedad ideal en la que todo se reparta al 50%. Es una pretensión igualadora de lo distinto que violenta la naturaleza de las cosas y que dificulta los verdaderos debates. Porque seguro que hay aspectos de nuestra vida social que pueden mejorarse, pero primero tendríamos que determinar con rigor cuáles y por qué. Y reconozcamos que es más cómodo decir que allí donde hay una diferencia hay un problema y que la solución es política.


En lo más próximo y concreto, tenemos a legiones de opinadores indignados porque en Andalucía, por influencia de Vox, se ha asumido un término neutro como ‘violencia intrafamiliar’ frente al ideológico ‘violencia de género’. Y, para los que sonríen cuando se habla de adoctrinamiento escolar, sólo un dato: en Galicia, el texto de Lengua que debían comentar los alumnos de la EBAU era un artículo que defendía con pasión la idea aberrante de que a las mujeres se las mata por serlo y que los varones estamos marcados por un pecado original de orígenes remotos. El Vaticano se queda corto.

Artículo publicado en El Norte de Castilla