San Enrique de Ossó, fundador de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, escribía a una religiosa:
«Ora, gime, espera y ama. Más amor y más obras. Luego tendrás alegría. Serás feliz
 
San Enrique contaba:
«Han venido dos pobres a pedir ayuda. Les he dado los últimos ochavos que había. En dar se experimenta alegría.»
De joven fue al Monasterio de Montserrat para entregarse a Dios. Por el camino se encontró con un pobre harapiento. Como nada tenía, cambió sus vestidos por los del pobre. Y experimentó gran alegría.
 
Sobre los momentos amargos, de abandono, de arrinconamiento que padeció a finales de su vida, escribía:
 
«Voy conociendo cada día más la alegría que se experimenta no pidiendo nada, no deseando nada, no rehusando nada, sino haciendo tan sólo la voluntad de Dios.
»Dios es Dios de paz y quiere ser servido en la paz, en el amor, en la alegría...
»Y la paz y la alegría no consisten en que no haya contrariedades, dificultades, cruces... sino en saberlas soportar, superar y trascender por amor... ¡Silencio, calma, paz! Oración y confianza total en Dios.»

La razón de su alegría era el abandono total a la voluntad del Padre. Solía repetir la frase:
«Felices los que saben vivir y morir abrazados a la cruz y con alegría




Alimbau, J.M. (2001).  Palabras para la alegría. Barcelona: Ediciones STJ.