He seguido de cerca las declaraciones de nuestro gran Rafa Nadal sobre el papel de las religiones, así como los comentarios, algunos de ellos muy críticos, realizados en nuestro diario por los lectores. Quiero pues aprovechar este espacio para hacer yo también el mío.
 
            Empezaré por la figura del chaval, que tantas satisfacciones ha dado a los españoles. Y no sólo por haberse traído para España ya seis Grands Slams, una Copa Davis, una medalla de oro olímpica y tantas y tantas otras condecoraciones que nos han llenado de orgullo a todos. Tampoco sólo por haber paseado el nombre de España con dignidad y orgullo, algo de lo que andamos tan necesitados en este extraño país en el que lo que se lleva es denostarlo. Sino, sobre todo, por encarnar los valores que yo desearía ver reflejados en nuestros jóvenes: trabajo, esfuerzo, lucha, mérito, sacrificio, superación, humildad, deportividad y tantos otros en los que no me voy a extender.
 
            Ahora al lío: sus declaraciones. Empezaré por la parte más delicada, aquélla en la que dice Rafa: “para mí la religión es la mayor causa de mortalidad de la historia”. Lo cierto es que si en vez de decir “la religión”, hubiera dicho “las patrias”, o “el Bien”, así con mayúsculas, nadie habría interpretado que la patria o el Bien sean las causantes directas de la mortandad a la que se refiere Rafa, y todos habríamos entendido que se refería a las personas abyectas que utilizan tan nobles causas para justificar las suyas personales, cuando no egoístas. No me parece en suma, que Rafa haya querido críticar ni las religiones ni, menos aún, la religiosidad de las personas de bien, y más bien me parece que lo que ha criticado es a quienes utilizan la religión de manera abyecta. De ser así, me uno a los que piensan como Rafa.
 
            En cuanto al resto de su declaración, “uno puede ser religioso, ateo, cristiano, musulmán, lo que sea, pero de aquí a llegar a todas las barbaridades que se han hecho por la religión es demasiado”, a Rafa, lamentablemente, no le falta la razón.
 
            No hay que irse muy lejos. Los cristianos saben bien lo que es la persecución: la sufrieron en Roma, en la Unión Soviética, en China, ¡qué decir de nuestra querida España! El conflicto árabe-israelí, el más importante de nuestros días, tiene una componente religiosa indiscutible, como lo tuvieron las cruzadas, como lo tuvo nuestra Reconquista. Una de las manifestaciones de la yihad (literalmente “esfuerzo”) islámica, es, como se sabe, la guerra santa. En la mitad de las guerras habidas sobre suelo europeo entre los siglos XV y XIX, alguna de las partes se presentaba en el campo de batalla agrupada bajo el apelativo de Santa Alianza. El atentado más espantoso de la historia, y la mayoría de los perpetrados este siglo, lo ha sido en nombre de Dios por personas que se inmolaban para ver su Rostro.
 
            Por centrarnos en la propia responsabilidad y sin entrar en la de los demás, los cristianos hemos sembrado también el dolor. No voy a realizar aquí una relación de injurias. Me limitaré a extractar lo que alguien mucho más autorizado que yo dijo al respecto:
 
            ¡Perdonemos y pidamos perdón! A la vez que alabamos a Dios, que, en su amor misericordioso, ha suscitado en la Iglesia una cosecha maravillosa de santidad, de celo misionero y de entrega total a Cristo y al prójimo, no podemos menos de reconocer las infidelidades al Evangelio que han cometido algunos de nuestros hermanos, especialmente durante el segundo milenio. Pidamos perdón por las divisiones que han surgido entre los cristianos, por el uso de la violencia que algunos de ellos hicieron al servicio de la verdad, y por las actitudes de desconfianza y hostilidad adoptadas a veces con respecto a los seguidores de otras religiones”.
 
            Las precedentes, cómo muchos habrán columbrado, son palabras de Juan Pablo II en su homilía de la jornada del perdón del año santo de 2000, pronunciadas un importantísimo día 12 de junio de 2000.
 
            Por volver a Rafa, entre las muchas virtudes que atesora su persona, se le atisban también inquietudes sociales e intelectuales. No es poco, no lo habría sido nunca, pero menos aun en tiempos como los que corren, con una juventud que parece interesada en casi nada. Tiempo tendrá para terminar de afianzarlas y también para afinar la manera de expresarse. Personalmente, apuesto por que así sea y de esa forma, vuelva a dar una lección similar a la que está dando como el gran deportista que es.