"Sólo una Iglesia en permanente estado de conversión y de renovación puede ser una comunidad en estado permanente de misión", afirmó el CELAM en Perú el año 2004. Cuando se trata de emprender la tarea de una nueva evangelización, vemos una serie de problemas que tienen algo en común: la improvisación.

La falta de visión, de un propósito claro, de unas prioridades y de una planificación, suelen formar parte de nuestras realidades diocesanas cotidianas. En la Iglesia todo parece estar organizado para saciar una sed que no existe, y nada organizado para despertar esa sed. Vemos también demasiado a menudo lo que podríamos llamar la "pastoral de papel"; planes pastorales elegantes que nos muestran que hablar de nueva evangelización hoy está de moda, pero que se queda sobre el papel ya que todavía no estamos dispuestos a reestructurar las diócesis, de manera que la infraestructura sirva a la misión, y seguimos condicionando la misión de la Iglesia a la infraestructura actual.

En estos últimos años me he dado cuenta que lo que se valora de verdad en la Iglesia no se refleja primariamente por lo que se dice o se escribe, sino por lo que se hace o se deja de hacer. Jesús nos indicó que la única manera de construir sobre roca es escuchando y poniendo en práctica sus palabras (cf. Lc 6,47-49). No basta con escuchar ni es suficiente hablar de lo que se valora; la forma de actuar es la que comunica nuestros verdaderos valores y prioridades. Cuando examinamos en qué invierte su tiempo y su presupuesto cualquier realidad eclesial, podemos identificar cuáles son sus prioridades y su escala de valores auténtica.

Hoy necesitamos poner a la Iglesia en permanente estado de conversión y de renovación para convertirla en una comunidad de discípulos en estado permanente de misión. Ya sabemos por experiencia que en todo lugar y en todo tiempo surgen los sujetos tipo Simbad que gritan: "¡no hagáis olas, no compliquéis las cosas que no es para tanto!". Nuestra tendencia nos lleva en muchas ocasiones a permanecer anclados y seguros en la manera de hacer las cosas como siempre se han hecho, sin avanzar ni dar un paso al frente, olvidando que lo que está en juego es nada menos que nuestra identidad y nuestra responsabilidad ante la misión que nos ha sido encomendada.

Jesús no echó a los cambistas del Templo de Jerusalén porque estaban haciendo negocios en un lugar sagrado, sino porque vio un pueblo que se había olvidado de su vocación; habían impedido a los gentiles su inserción en la alianza de Dios y habían decidido que era suficiente con tenerlo para ellos mismos. Se habían conformado y estaban satisfechos con su statu quo, olvidando su propósito universal y su identidad como pueblo de Dios que tantas veces tuvo que ser recordada por los profetas:

"Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra." (Is 49,6)

"Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación", recogió el Concilio Vaticano II en el Decreto Unitatis redintegratio (6). Como decía Juan Pablo II a los obispos de Oceanía: "toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión como objetivo para no caer presa de una especie de introversión eclesial" (Ecclesia in Oceania, 19).

Con el papa Francisco, yo también "sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la auto preservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad" (Evangelii gaudium, 27).

¡Vaya momento! ¡Qué época! ¡Qué privilegio tener un papel que jugar en la renovación de la Iglesia de Dios! ¿Te animas?

 

Fuente: "Renovación y Evangelización. Los huesos secos y el río de agua viva" (Onofre Sousa), Editorial Bendita María (2016)