Del libro El padre Poveda, escrito por el padre Domingo Mondrone, SJ, (páginas 273 a 285). Bajo estas líneas, san Pedro en sus primeros años de Guadix.
 

Ninguna huella hay de las actas de aquel simulacro de juicio a que fue sometido Don Pedro Poveda. Probablemente, ni siquiera se escribieron. Se le trató con el procedimiento sumario de los tribunales del pueblo. La sentencia capital estaba implícita en “la orden venida de arriba” para arrestarlo y los interrogatorios se redujeron a la identificación de la víctima y a recoger de sus mismos labios los motivos de su condena.

Es fácil intuir cómo pasaría las últimas horas. En lugar de abandonarse a cualquier ilusión de lograr la libertad se recogió todo él, para prepararse a la consumación de su sacrificio y al encuentro con Dios. Los más hermosos motivos bíblicos, patrísticos y litúrgicos, las figuras más brillantes del martirologio de la Iglesia, que le habían animado en el heroísmo de la vida, le pasarían ahora por la imaginación para fortalecerle en el heroísmo de la muerte. Ahora más que nunca debió gustar el íntimo atractivo de Pablo: Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación (2 Tim 4, 6-8). Tres afectos, sobre todo, llenarían aquellas horas supremas: El Crucificado, la Reina de los Mártires, la Institución Teresiana.

“El Padre Poveda -se lee en una declaración- preveía que su fin, tal como andaban las cosas en España, no iba ser natural, aceptando con una santa resignación todo cuanto Dios pudiera darle y ofreciendo a la Virgen Santísima, de quien era muy devoto, el sacrificio de su vida, para la salvación de su Obra. Así me lo manifestó a mí muchas veces”.

El mismo día en que don Pedro Poveda fue secuestrado por los emisarios de la CNT, al atardecer, los comunistas irrumpieron en la casa de las universitarias que la IT tenía en la calle de Juan Álvarez Mendizábal y la ocuparon durante toda la guerra. Al día siguiente, el domicilio del siervo de Dios y la contigua residencia teresiana fueron requisados. Más tarde, los mismos elementos se apoderaron de la casa situada en la cuesta de Santo Domingo. Salvo la maestra de Hornachuelos martirizada en agosto de 1936 (la beata Victoria Díez Bustos de Molina, bajo estas líneas), a ningún miembro de la Obra le fue infligida ofensa alguna.
 

La muerte del Fundador fue una ganancia para toda la Institución Teresiana, quien experimentó inmediatamente la ayuda de un poderoso protector desde el cielo.

Hacia las primeras horas de la madrugada del día 28, en aquel infernal julio madrileño, la aparición de algunos milicianos en la sala donde estaba él detenido, sacó a éste de su profundo recogimiento. La orden fue perentoria: había que partir. Una vez en la calle, se le obligó a subir con mucha escolta, a un automóvil y enseguida este partió veloz. Sobre la capital se cernía un silencio de pesadilla, pero nada pudo distraer el ánimo del padre Poveda sumido en una paz sobrehumana. Aquella mañana no podría celebrar el sacrificio de la Misa. En sus manos de sacerdote no se renovaría el misterio de la Víctima divina. En compensación, él mismo, sería una víctima y hostia cruenta sobre el altar del sacrificio.

Cuando llegaron al cementerio del Este, Santa María de la Almudena, el coche se paró repentinamente. Bajaron todos. El desenlace no pudo ser más rápido. Tres balazos. Uno en la espalda, otro en la sien derecha y el tercero en el mismo lado, detrás de la oreja. Se había realizado su gran sueño. Ser mártir de Cristo. Le faltaban cuatro meses para cumplir 62 años.

Con la fecha del 28 de julio, en la Dirección General de policía apareció una ficha de reconocimiento -con el número 1- que correspondía al nombre de don Pedro Poveda Castroverde. La Iglesia conmemora ese día los santos Nazario, Celso y Víctor, todos mártires. En la Misa de los dos primeros, la Epístola nos refiere este pasaje: “A los ojos de los necios parecen haber muerto, y su partida es reputada por desdicha. Su salida de entre nosotros, por aniquilamiento, pero gozan de paz. Pues aunque a los ojos de los hombres fueran atormentados, su esperanza está llena de inmortalidad. Después de un ligero tormento serán colmados de bendiciones, porque Dios los probó y los halló dignos de Sí. Como el oro en el crisol los probó y le fueron aceptos, como sacrificio de Holocausto” (Sabiduría 3, 1-6). 
 

Del libro El padre Poveda, escrito por el padre Mondrone, SJ, (páginas 293-296). Sobre estas líneas, escultura de Pedro Requejo Novoa para la cripta de la parroquia madrileña de San Antonio de los Alemanes.

Conclusiones del Padre Mondrone

En el caso del P. Poveda es evidente que los que ordenaron su asesinato no pretendían otra cosa sino deshacerse de un hombre, mejor, de un sacerdote, que había dificultado extraordinariamente sus planes de descristianización de la enseñanza. Si quisiéramos expresar de un modo lapidario los sentimientos que los adversarios albergaban contra él nos bastaría aplicarles un pasaje de la Sabiduría: Acechemos al justo, porque nos es enojoso y se opone a nuestros hechos… Hízose para nosotros censura de nuestros criterios…Condenémosle a muerte ignominiosa… (Sabiduría 2, 12ss.).

En toda la campaña de prensa de la que fue el blanco y en todos los lazos que constantemente le habían tendido desde principio de la Obra hasta su muerte, lo único que siempre y exclusivamente le achacaron fue su apostolado pedagógico. Jamás una acusación verdadera y  propia en el terreno político. El calificativo que a veces le endosaban de “enemigo de la República” por su contexto se entendía siempre de “enemigo de la enseñanza propugnada por el gobierno laico y marxista de la República”.

El Siervo de Dios -declara María Josefa Segovia- no era político, no tuvo ninguna significación política, no pudo repercutir en él, tampoco, ninguna actuación de su familia, porque no la tenía, ni tampoco de los miembros de la Institución, que para mejor realizar la tarea de recristianización no son políticos. Muy próxima a la Guerra tuvo el siervo de Dios una gran preocupación porque recibió un sobre con propaganda política. Él me lo manifestó con muchísimo disgusto y me mandó que echara el sobre al fuego. Los argumentos que dieron los milicianos es que traían orden de arriba.

Después de la muerte del padre Poveda, se cantó victoria en los círculos del magisterio ateo. En la Revista Magisterio Español del 8 de agosto inmediato al martirio, aludiendo a la desaparición del siervo de Dios se decía: “ya eres libre compañero, ya eres hombre. El pueblo te ha sabido manumitir a precio de sangre… respira a plenitud de tus pulmones, porque nadie coartará tus ideas, ya nadie pondrá mordaza a tu voz…”. Pocos días después, el 11, el mismo periódico escribía: “La escuela española tiene ya su personalidad. El laicismo es su santa religión, la rebelión un factor integrante”.

Cuarenta y cinco días después del asesinato del padre Poveda, con fecha 10 de septiembre, se publicaban en el mismo periódico dos artículos: “Aclarando posiciones” y “Labor depuradora: las escuelas normales”. Al leerlos dan la impresión de un himno de liberación por haber derribado la cabeza del “teresianismo”. “Es verdad que los elementos teresianos se condujeron en todo momento con una gran cautela: su actuación ha sido modelo de habilidad y de tacto. Pero creemos llegado el momento de terminar con toda clase de habilidades…”. “…A pasos de gigante se han saltado etapas”.

Apenas se les presentó la ocasión para ello. “La rapidez de su detención, observa uno de los testigos, el poco tiempo de su prisión, sin dar lugar a que personas bien intencionadas en el ámbito rojo pudieran haberlo salvado, da lugar a pensar que había mucha prisa por hacerlo desaparecer” (declaraciones de J. Ibáñez Martín, folios 548-549).

Los primeros que le llamaron mártir -atestigua Josefa Segovia- fueron los señores Obispos… Puedo citar al Excmo. Sr. Patriarca Obispo de Madrid, don Leopoldo Eijo Garay que con fecha 5 de enero de 1937 me dirigía una carta en la que califica de martirio la muerte del siervo de Dios. El entonces cardenal primado, don Isidro Gomá, juntamente con otros 22 señores obispos, dio testimonio de la admiración para la vida y obra de nuestro fundador y calificó su muerte de martirio... Los que faltan es porque también ellos fueron asesinados o porque ignoraban el fin que correspondió al apóstol de la enseñanza. Es de notar que el Obispo de Teruel, a poca distancia de su carta publicada en el Boletín Teresiano, cayó también mártir al ser ocupada de nuevo la ciudad por los rojos.

“Lo que él quiso, lo que anheló, para lo que instituyó la obra de sus amores, la IT (atestigua el Cardenal Gomá), a saber, la verdadera cristianización de la enseñanza en nuestra amada Patria. Para ello sacrificó su preciosa vida, hasta sellar su Obra con su sangre”.

“La sangre derramada por el mártir del Cristo -dice el cardenal de Sevilla Dr. Ilundáin- fecundizará la santa heredad que legó a su Iglesia”.

“En su muerte, escribe el Obispo de Valencia, nos dio postrera lección y su último consejo: nos enseñó a morir por Cristo. ¡A ser mártires por Él!

Y el Prelado de Zaragoza: “El fundador, desde el cielo mirará a su obra, regada y fecundada con su sangre de mártir”.

“El 28 de julio, dice el de Granada, se inauguró una nueva era, magnífica, espléndida para nuestra querida IT, que en ese día quedó iluminada, para siempre ya, con las enseñanzas y los ejemplos de su heroico fundador y orlada también con su sangre de verdadero mártir”.
 

Confesonarios en los que se sentaron dos santos españoles: san José María Rubio y san Pedro Poveda. Catedral de las Fuerza Armadas. Madrid