Dar ejemplo no es la principal manera
de influir sobre los demás:
es la única manera.
-Albert Esinstein-
 
Me contaba una señora que su párroco le previno sobre las dificultades que le esperaban con un compañero que no tenía su misma fe.
 
Yo le haré católico, le contesté.
La fe, me dijo el buen sacerdote, la da Dios, nosotros sólo podemos poner la oración y el ejemplo.
─Mis suaves insinuaciones a mi marido, en mis primeros tiempos de casada, me contaba la señora, pronto se transformaron en constantes impertinencias. Mi lengua se mudó en látigo. Un día mi esposo, en el colmo de la irritación, me replicó:
Si tú eres un ejemplo de catolicismo, jamás seré católico.
 
En ese instante comprendí el sentido de las palabras de mi párroco. Dejé de hablar de religión y comencé a practicarla. Pasó el tiempo y al fin, mi marido pidió el bautismo. 
Mi esposo, me afirmó la señora, se convirtió al catolicismo cuando yo aprendí a vivir como católica.
 
Es útil y necesario hacer un poco de examen de nuestra propia vida. ¿Se nota en mis obras la fe que tengo? ¿Mis obras y mis palabras van acordes? ¿Qué idea de la fe católica se pueden formar los que me ven trabajar? Por la manera como trato a quienes me rodean, ¿les resultará atrayente la religión que profeso? 
Nos decía Tagore: «¡Cristianos, si fuerais como vuestro Cristo, tendríais el mundo a vuestros pies!»
 
Si quieres cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo primero, afirmaba Gandhi. A veces damos consejos, pero no enseñamos con nuestra conducta y resulta que el ejemplo es la conducta más contagiosa.
Y es que, amigo lector, convertiremos al mundo cuando aprendamos a vivir como católicos, porque quien tiene la misión de decir cosas grandes, está obligado a practicarlas.