En la escuela de la Sagrada Familia donde estudié yo era un alumno no alineado, un suizo sin casa en Lugano, sin reloj de cuco y sin ganas de bronca. Había dos escolares con rango de superpotencias que contaban con sus respectivos estudiantes satélites e iba por libre el matón de la clase, cuyo equivalente geopolítico actual sería Corea del Norte, quien se cebaba con los alumnos débiles sin que el resto moviéramos un dedo. Como quien se pone de perfil sólo ve por un lado los neutrales nos convencíamos de que no pasaba nada en el punto ciego.
Pero pasaba. Como pasa en el Islam, donde la cacería al cristiano está, si no permitida, al menos tolerada. Un informe aclara que 8 de los 10 países donde el cristianismo está más perseguido son musulmanes. Pues claro: la envidia es muy mala. Y el prejuicio tampoco es bueno. Igual que el hombre sin higiene cree que el del al lado se acicala con la única intención de provocarle, el musulmán hostil cree que el mensaje de paz del católico es una enmienda a la totalidad de su discurso en lugar de un proyecto para que cohabiten el cuscús y el roscón de reyes sin que la sangre llegue al Nilo.
Hay quien pide reciprocidad en el trato, pero eso, además de contravenir la esencia del catolicismo, supondría rebajarse de nivel. El católico no persigue al musulmán por la misma razón que Messi no polemiza con Tamudo: juega en otra liga. Lo que no quiere decir que no haya que defender a los cristianos en los lugares donde son aniquilados, victimas de la ira, la indiferencia y el miedo. Es una lástima que el coraje sea un atributo en vías de extinción entre los católicos. No es mi caso, claro. De hecho, si hoy volviera a mi etapa escolar creo que le diría cuatro cosas a Corea del Norte.