En esta fiesta de Reyes encontramos la respuesta a la pregunta ¿podemos tocar a Dios? No parece posible para el ser humano en este mundo porque nuestro brazo no es tan largo. Sin embargo la Navidad, que aún vivimos, nos dice que es posible porque el Hijo de Dios salva la distancia infinita respecto a los hombres para abrazarnos por Amor. Esto es lo que celebramos adorando al Niño en el pesebre, primero los pastores y ahora los Magos venidos de lejanas tierras.
 
            Todos ellos pueden tocar a Dios y tiene razón el apóstol Juan cuando escribe años más tarde, sin salir de su asombro: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos a propósito del Verbo de la vida -pues la vida se ha manifestado: nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos ha manifestado-, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros».
 
Historia real en los Evangelios
            Que los Evangelios transmitan la fe de la primera comunidad cristiana, verdaderamente comprometida, no quiere decir que se alejen de la historia ni de los hechos reales obrados por el Salvador. Nada encontramos en los Evangelios ni en las primeras comunidades para pensar que hicieran una idealización de Jesús de Nazaret, fabulando sucesos, milagros o mensajes. Al contrario, el método histórico, la arqueología y la tradición eclesial apoyan la existencia de Jesucristo como Dios-con-nosotros; porque de otra manera no se pueden explicar lo sucesos extraordinarios o milagros, la elevación religiosa y moral del cristianismo, ni la existencia y expansión de la Iglesia y de su mensaje inalterado desde entonces hasta hoy. Todo apunta a que ese Jesús de Nazaret es más que el Mesías esperado y que, junto a su indudable y excelsa humanidad, hay una dimensión sobrenatural que muestra a la Persona divina que dice ser, el Hijo de Dios y Salvador del mundo.
 
            Hablando en cristiano podemos decir que la fe en Jesucristo se prueba mediante la fe en su Iglesia, con todas las peripecias históricas y con todas las miserias de los hombres que la integran en cada época. Solo quien supere el escándalo de "la Iglesia pecadora" será verdadero discípulo del Salvador. Esta es la gran prueba para el corazón de los hombres y la luz para iluminar el problema del mal en el mundo. Entonces se pueden aplicar aquellas palabras de Juan: «Y el logos se hizo carne y habitó entre nosotros», como ha dicho tantas veces Benedicto XVI. Esto es lo que celebramos en Navidad: como los Reyes Magos y los pastores podemos ver, oír y tocar al Dios invisible en el Niño Jesús de Belén.