De un mensaje del papa Pío XII al pueblo español

España ha sido siempre, por antonomasia, la «tierra de María Santísima» y no hay un momento de su historia, ni un palmo de su suelo, que no estén señalados con su nombre dulcísimo. A Ella están dedicadas históricas catedrales, sencillos templos o humildes ermitas. Hoy más que nunca, precisamente porque las nubes cargan sobre el horizonte, precisamente porque en algunos momentos se diría que las tinieblas van borrando aún más los caminos, precisamente porque la audacia de los ministros del infierno parece que aumenta más y más; precisamente por eso, creemos que la humanidad entera debe correr a la Inmaculada Virgen María, puerto de salvación, debe refugiarse en esta fortaleza, debe confiar en este Corazón dulcísimo que, para salvarnos, pide solamente oración y penitencia, pide solamente correspondencia. Prometédsela vosotros, hijos amadísimos de toda España; prometedle vivir una vida de piedad cada día más intensa; más profunda y más sincera; prometedle velar por la pureza de las costumbres, que fueron siempre honor de vuestra gente; prometedle no abrir jamás vuestras puertas a ideas y a principios que, por triste experiencia, bien sabéis a dónde conducen; prometedle no permitir que se resquebraje la solidez de vuestras familias, puntal fundamental de toda sociedad; prometedle reprimir el deseo de gozos inmoderados, la codicia de los bienes de este mundo, veneno capaz de destruir el organismo más robusto y mejor constituido; prometedle amar a vuestros hermanos, a todos vuestros hermanos, pero principalmente al humilde y al menesteroso, tantas veces ofendido por la ostentación del lujo y del placer. Y Ella entonces seguirá siempre siendo vuestra especial protectora.