Hace ya 17 años tuve una experiencia de conversión, fue tan real que cambió por completo mi vida. Desde entonces solo tengo una seguridad: que Cristo vive y es el Señor, y esto es más cierto que mi propia existencia.
 
Hace poco más de un año me lancé a realizar un blog basado en conversiones y ecumenismo, y con cada experiencia de conversión quedaba más y más impresionada de cómo nuestro Dios actúa en el mundo. No lo hace con grandes manifestaciones multitudinarias, no hay fuegos artificiales que pueda ver todo el mundo, su relación con nosotros es tan personal, tan particular, que aquellos que lo hemos experimentado no tenemos más remedio que caer de rodillas y dejarnos hacer en un proceso que da un giro de 180º a nuestras vidas.
 
Muchos de los que lean estos testimonios pensarán ¿y por qué Dios hace esto con algunos? Bien, la respuesta la encontré en labios de un sacerdote que explicaba que algunos, como yo, necesitábamos que el Señor se mostrara a nosotros de una forma absolutamente descarada, no por otra cosa, sino por nuestra torpeza, de otra manera ni nos enteraríamos de su presencia.
 
Y esa es una característica de los conversos, nuestra fe es más experiencia viva que otra cosa, la razón a penas tiene que ver, simplemente sabemos que Cristo vive, no por los libros o porque alguien nos lo haya dicho, sino porque lo hemos experimentado.
 
A ésta página traeré la experiencia de conversión de personalidades famosas, pero también de personas anónimas, de la calle, algunas de las cuales como la primera de hoy no quieren decir ni su nombre.
 
Los dos testimonios que os ofrezco en primer lugar son de personas que han acabado entregando sus vidas a Dios, uno como sacerdote diocesano y el otro como monje franciscano. Espero que os gusten.
 
   Desde niño me ha fascinado, ver como trabaja el barro el alfarero, como toma una pella de barro, la golpea, manosea, y después de un buen rato de trabajarla, la coloca en el torno y comienza a darle forma, a trasformar la pella de barro informe, pegajosa, sucia, en algo hermoso que sin dejar de ser barro ha tomado forma y tras pasar por el fuego, pasa a ser un objeto útil además de bello.
 
    Me siento muy identificado con esta imagen de la pella de barro, yo también he sido una pella de barro informen y el Señor Dios, con infinita paciencia me ha ido trabajando sin prisas hasta darme forma y trasformarme en algo útil y hermoso.
    Si me quedara aquí mi testimonio tal vez sería demasiado corto, aunque temo que si sigo, acabará por ser demasiado largo.
    Me voy a arriesgar y voy a extenderme un poco más, sólo un poco más.
 
    Nací el segundo de tres hermanos, y si como un sello se tratara, pasé mi infancia siendo un perfecto segundón, o al menos intentándolo con todas mis energías, comencé a correr muy pronto y ha hablar muy tarde, pese a los temores de mi madre, la única causa de mi mudez era que no me daba la gana de hablar.
     En el colegio tuve una maestra que descubrió que no era mudo casi al terminar el curso cuando me oyó decir algo en el recreo de la escuela, ser sesenta en el aula facilitaba pasar desapercibido.
     Ahora que pienso en mi infancia, caigo en la cuenta de que debía de ser un niño bastante rarito, mientras mis compañeros de aula destrozaban sus rodillas y zapatos en el duro cemento del patio, yo me buscaba algún escondido rincón para abstraerme leyendo poesía a veces me quedaba tan abstraído que se acababa el recreo y volvía loca a mi maestra buscándome por todo el colegio, cosa nada fácil, pues buscaba rincones lo mas escondidos posibles para no ser molestado y de paso no ser encontrado.
    Aprendí a leer a los cuatro años, con los versos de Lorca, Miguel Hernández, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Machado..., es lo que pasa cuando tienes un abuelo apasionado de la poesía.
     Ayudó y no poco, el hecho de que una grave enfermedad hepática sufrida apenas cumplidos los dos años dejó graves secuelas durante toda mi infancia y adolescencia, que me obligaban a pasar varios meses al año en la cama u hospitalizado.
      La enfermedad, el sufrimiento, la soledad, los libros, fueron forjando mi carácter, crecí golpe a golpe, Dios era algo lejano que poco a poco se fue difuminando en mi horizonte hasta desaparecer.   Yo entonces no lo sabía, no podía saberlo y tal vez no debía saberlo, pero en el horizonte de Dios, yo no me había difuminado ni desaparecido, El nunca dejó de estar conmigo, de dirigir mis pasos, de trabajar mi barro, hasta que llegó la hora de ponerme en el torno y empezar a darme forma.
    Mi torno fue la Renovación Carismática, fui llevado por unos amigos, con el objeto de echarnos unas risas con un grupo de majaras, que bailan y levantan los brazos y balbucean palabras extrañas mientras rezan.
     No sé el que, pero algo se rompió en mi interior, aquellos majaras tenían algo que no podía identificar, algo a lo que no era capaz de poner nombre, que los hacía distintos, especiales, atrayentes.
    Con el tiempo aprendí que no era algo, sino Alguien, y aprendí su dulce nombre; Jesús el Cristo de Dios, yo le conocía claro, algo había leído sobre El, de niño incluso había leído la Biblia, pero nunca me había interesado demasiado su figura, un pobre diablo, bien intencionado, acabó como acaban los soñadores, como siempre acaban los soñadores, bajo tierra, cubiertos de polvo y olvido.
     En la Renovación Carismática descubrí con asombro primero y con inmensa alegría después, que Jesús no estaba bajo tierra precisamente, aprendí a reconocer su Rostro, aprendí a descubrirle en los recodos de mi vida, aprendí a leer la historia de mi vida con ojos nuevos.
    Y en esas estamos, en el torno, dando vueltas y vueltas, dejando que el Alfarero, estruje mi barro, lo corte, le meta los dedos, lo moldee a su gusto.
    He descubierto con los años que Dios tan sólo me pide que me deje hacer, que no tenga prisa, que yo soy el barro y el alfarero es El y sabe bien lo que se hace y no es de recibo que el barro le de lecciones al alfarero.
 
    A veces, me cuesta mucho aceptarlo, mi salud en estos últimos años se ha ido deteriorando cada vez mas, a veces el dolor es insoportable, el agotamiento es tan pesado como aguantar encima de los hombros un tren de mercancías, no soy un héroe, tan sólo una pella de barro que a voces que nadie oye pide que le dejen ser sólo tierra, sólo polvo, que ya vale de palos y estrujones y de dar vueltas.
    Cuando no puedo mas, me refugio en el huerto de Getsemaní, y sudo sangre envuelto en la negrura de la angustia, en soledad, sólo se puede sudar sangre en soledad, es un mano a mano contigo mismo, con tus miedos, con tu dolor, con Dios, sí también con Dios, que calla cuando mas necesitas oír su voz, que desaparece cuando mas necesitas sentirlo a tu lado, con Dios, que no viene a bajarte de la Cruz que te está matando.
   Pero la Cruz no sólo te mata, también te abre la puerta a una vida nueva y distinta, ahora sé que para vivir hay que morir y mi oración en este momento es sencillamente un grito; Haz de mi lo que quieras.
 
   Y en esas estamos, acabo de entrar en el Seminario, abriendo un camino nuevo en mi vida, teniendo muy claro que en este momento mi torno es el Seminario, donde Dios va a seguirme trabajando, donde voy a tener que cocerme en el horno, de los estudios, a la mitad de mi vida volver a estudiar, la vida comunitaria, yo que soy un solitario empedernido,,,, va a ser duro sin duda, pero siento un gozo inexplicable, tengo tan claro que estoy donde Dios me quiere, que se que nadie ni nada podrá apartarme del camino que Dios ha preparado para mí desde que nací.
     Y termino aquí, que no quiero alargarme ni creo que sea preciso decir mas.
 
 
 
 
 
 
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