El primer libro que EDIBESA dedicó a la persecución religiosa, en una colección que desde las beatificaciones de 2007 se fueron publicando hasta sumar doce tomos, fue el que Gregorio Rodríguez Fernández dedico a las religiosas asesinadas en la Guerra Civil española, que lleva por título: “El hábito y la cruz”. Fue una más de las tantas iniciativas apostólicas del padre dominico José Antonio Martínez Puche.

 


Durante los días de la persecución religiosa española fueron asesinados por odio a la fe más de 8.000 clérigos y religioso. De ellos, 296 eran mujeres, monjas de clausura y religiosas de diversas Congregaciones que atendían asilos de ancianos, orfanatos, hospitales o colegios. Este libro revisa y corrige las cifras del libro clásico del arzobispo e historiador Antonio Montero, de 1961, que registraba 283 religiosas asesinadas. Rodríguez Fernández detalla que en el libro de Montero había algunas religiosas duplicadas (11 en total), otras aparecían como asesinadas pero que en realidad no lo fueron (21 murieron de muerte natural), otras cuya muerte por asesinato fue dudosa (un total de 5), otras que sí fueron asesinadas y no se incluían en el libro de Montero (38 víctimas), y 10 mujeres seglares que sin ser religiosas fueron asesinadas como tales, porque estaban vinculadas a comunidades religiosas (y que no figuran reseñadas en el libro de Montero).

Gregorio Rodríguez, teniendo delante prácticamente todas las obras que se han publicado sobre la persecución religiosa en aquellos años, avanzó con su investigación personal en archivos generales, con informaciones de archivos religiosos, entrevistando a testigos presenciales… este importante trabajo. En este libro se recogen la identidad, la trayectoria y las circunstancias de persecución y martirio de las 296 religiosas.

El hábito y la cruz es la última palabra sobre aquella trágica página de la historia de España, en la que un puñado de mujeres, consagradas a Dios y a hacer el bien a los más necesitados, pagaron con su sangre su fidelidad a Cristo.

Aquí podéis consultar el índice de dicho trabajo:
http://www.gbv.de/dms/sub-hamburg/526553537.pdf
 
 

Desde el año 2012, y gracias a la autoría de Sor Ángeles Infante y Sor Lucrecia Díez, contamos con el libro Un diamante de treinta caras. Hijas de la Caridad mártires de la Fe (Editorial La Milagrosa), en el que se narran las biografías y los martirios de las 30 Hijas de la Caridad que sufrieron el martirio durante la persecución religiosa. Es la congregación que cuenta con mayor número de miembros sacrificadas. Tras ellas, las Adoratrices, con 27 Hermanas…

Vamos a recorrer hoy, y en las próximas entregas, el calvario que vivieron aquellas inocentes españolas (que ya han sido beatificadas), y cómo fue su martirio.
 
Empecemos por el principio, 1987

El 29 de marzo de 1987 san Juan Pablo II presidía la beatificación de los primeros mártires de la persecución religiosa española (19341939). Se trataba de tres religiosas carmelitas descalzas: las beatas Mª Pilar de San Francisco de Borja (1), Teresa del Niño Jesús y de San Juan de la Cruz (2)  y Mª Ángeles de San José (3).
 


El 22 de julio de 1936, Guadalajara fue tomada por lo rojos. Había que abandonar el convento. Las monjas vestidas de seglares se disponían a salir, ya que venían a quemar el monasterio. Salen de dos en dos y se reparten en casas conocidas, oran sin cesar.

El día 24, siendo muchas en el mismo lugar y comprometiendo a la dueña de la casa, la Hna. Teresa se ofrece a llevar dos hermanas a casa de una amiga suya, confiando en que las recibirían; así fue como Hna. Mª Pilar y Hna. Ángeles la acompañaron.

Salen sobre las 4 de la tarde, a la casa nº 5 de la calle Francisco Cuesta; pasan junto a un camión en donde unos milicianos estaban merendando. Una miliciana al verlas exclamó: “-¡Disparadles, son monjas!”. Se bajan del camión y van en su busca. Ya habían entrado en el portal, pero las obligan a salir a la calle.

La primera en salir es la Hna. Mª Ángeles, le disparan varias veces, cae mortalmente herida.

La Hna. Mª Pilar recibe varios tiros, da unos pasos y cae desplomada. Al ver que no está muerta, disparan nuevamente sobre ella, dándole también con un cuchillo. Ella exclama:
-¡Viva Cristo Rey! ¡Dios mío perdónalos!
Un guardia de asalto consigue llevarla a una farmacia próxima y de aquí es trasladada al puesto de la Cruz Roja adonde fue atendida con mucha caridad, y al oír hablar a doña María Carrasco, decía:
-No me deje señora, que no me toquen. ¿Pero qué les he hecho yo?, ¡perdónales, Señor!
En una ambulancia se la llevó al Hospital Provincial y fue reconocida nuevamente. Tenía: una perdigonada en el vientre, rota la columna vertebral, una pierna rota y un riñón al descubierto. El Director avisa a una hermana de la Caridad, Sor Dolores Casanova, “-¡Es una monja!”. Le da a besar el Crucifijo y muere en sus brazos repitiendo:
-Perdónales, perdónales…
 


La Hna. Teresa ha presenciado la muerte de sus hermanas, pero ella queda indemne. Trata de entrar en el Hotel Palace, pero unos milicianos se lo impiden. En esto llega otro que intenta tomarla por el brazo, pero lo rechaza con energía. La obliga a ir por la calle San Juan de Dios y le dice:
“-No te asustes, esos son unos brutos; te llevaré adonde no te pase nada”.
Ella repite sin cesar:
-¡Jesús, Jesús!…
Llegan al puente de San Antonio, tuercen hacia el camino del Cementerio. Camina lentamente, va recelosa; arrecian las insinuaciones malignas del grupo de milicianos que se les habían juntado, le quieren obligar que grite: ¡Viva el comunismo! Pero esta nueva heroína de la fe, firme en su propósito de entrega a Dios, abre sus brazos en cruz y echa a correr gritando: ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva Cristo Rey!” Una descarga por la espalda troncha la tercera azucena blanca.