Es domingo: Contemplar y Vivir
      el Evangelio del día
 
Para empezar: Te está esperando el Señor, ahí donde tú vas orar y contemplar el Evangelio… Retírate… Serénate… Silénciate… Desea estar con Él y acoge su Presencia y su Amor… Yo también lo quiero, Señor… Aquí estoy para ti… Ilumíname y hazme dócil…, con tu Santo Espíritu.
 
Lee despacio el Evangelio: Lc 21,519
 
En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.» Ellos preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo esto está para suceder?» El contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: “Yo soy” o bien “el momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.» Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres y parientes y hermanos y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»
 
Contemplar…, y Vivir…               
 
Introducción importante. Estamos llegando al final del Año litúrgico y la Palabra de Dios en estas fechas nos trae mensajes de Jesús a propósito del final de este mundo. Esto es bueno y saludable, porque terminará; lo sabe bien la misma ciencia. Y nosotros por fe también. Al hablar de este tema, Jesús se expresa en un lenguaje cifrado, digamos así, llamado técnicamente apocalíptico, es decir, con palabras e imágenes chocantes y fuertes, terroríficas, de fin de mundo, decimos comúnmente. Imágenes y expresiones que, por otra parte, se parecen mucho a tantas y tantas desgraciadas situaciones catastróficas, que todos conocemos y que tanto dañan y destrozan la naturaleza y las personas. También se parecen a muchas terribles situaciones humanas personales de carácter moral, físico, psíquico y espiritual, que sufren tantas y tantas personas: vidas que se resquebrajan y se rompen por completo, se derrumban, todo se viene abajo y parece que nada tiene ya sentido. ¡Cuánto dolor y sufrimiento! Nada entendemos. Ni hay palabras, ni explicaciones.
Las palabras e imágenes usadas por Jesús, además de su género y tiempo, quieren ser fuertes aldabonazos a la mente y a la conciencia del ser humano, de un modo especial del creyente, para hacerle más responsable de su vida y decisiones de cara a ese futuro final de este mundo, -y de él también-, que irremediablemente acabará y dará paso a otro mundo nuevo: el del Reino definitivo de Dios. Quiere Jesús ayudarnos a vivir esta vida teniendo el corazón puesto en la llegada de ese Reino.  
Por lo que nos relata el Evangelio, podríamos llegar a la conclusión de que la última y definitiva llegada de Jesús, al fin de los tiempos, será algo terrible y espantoso, pero no es ese el mensaje del texto evangélico. Su objetivo tampoco es acrecentar nuestro temor, sino indicarnos que el Reino de Dios que se está gestando en este mundo en el que imperan la muerte y el mal, a pesar de todo llegará a ver la luz, aunque no será sin contrariedades y obstáculos. O sea, que el mundo real que se destruirá aparatosamente, no es tanto y principalmente el mundo creado por Dios como hábitat de su creatura humana, -que también-, sino el mundo del mal, del pecado y de la muerte: éste caerá con horror, estrepitosamente con la instauración definitiva del Reino de Dios, que ha empezado ya con la muerte y resurrección de Jesucristo y concluirá con su definitiva venida. Y eso es lo que nos debe dar alegría, quitarnos todo miedo, e impulsar nuestra renovada ilusión y esperanza: lo importante es perseverar esperando y confiando en el Señor. Vendrá y su Reino triunfará.
Es más, cuando los primeros lectores del Evangelio de Lucas leían estas páginas y escuchaban estas enseñanzas, el templo de Jerusalén ya había sido destruido y todos lo sabían. Por lo tanto, Jesús es claramente un profeta en quien se puede confiar. Para los que han sido fieles al Evangelio de Jesús, el hecho de oír hablar de la Última Venida del Señor es un motivo, no de miedo e incertidumbre, sino de ánimo y esperanza.
Con estas pinceladas aclarativas, el cuadro del fin de este mundo y de la Venida definitiva del Señor, adquiere toda su luz y su bello esplendor necesarios. Ahora podemos contemplar el texto evangélico con provecho y gozosa esperanza. Sin temor alguno. Hasta con alegría.
>Con sus discípulos y varios otros más, Jesús salió del templo donde había estado enseñando, y es entonces que algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos… Imagino la admiración y los comentarios, situándome como uno más del grupo, ya que el templo para el judío lo era todo, el centro de toda su vida y religiosidad, el lugar de Yahvé y del encuentro con Él. Tal sería el embeleso y la ponderación de unos y otros, que Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.» Esto fue para ellos un jarro de agua fría. No lo podrían creer. Es más, no podía suceder. ¡Si lo había diseñado el mismo Yahvé! Todo eso es verdad, pero ya no cumple con su finalidad. Ahora es un lugar del mercadeo de bienes materiales y espirituales. Ahora miro y admiro con ellos el templo, y contemplo los rostros…
-Atento a la lección que quiere darles y darnos Jesús: con la referencia a Jerusalén y a la destrucción del templo, Jesús quiere dejar muy claro que, en este mundo, todo es provisional y pasajero. Todo es todo. Todo pasará, menos el Reino: un Reino que fue inaugurado por Jesucristo, en su Pascua, que sigue creciendo y desarrollándose ahora entre nosotros, en nosotros, y con nosotros, y que alcanzará su plenitud cuando Él vuelva como Señor y como Juez. ¿Por qué valoro tanto aquello que no es Jesús, su Evangelio? Por muy valioso y deslumbrante que parezca o sea, pasará, no servirá, será inútil… No puedo poner mi corazón, mi amor, mi afecto en aquello que hoy es y mañana no… Nos ocurre en la vida de cada día… ¡No vale la pena! ¿No ves que eso te hace sufrir? Tener esto en cuenta en el cotidiano vivir nos hace mucho bien y más libres y por tanto, generosos.
>Por eso, del todo extrañados ellos preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo esto está para suceder?»
Jesús no da ninguna respuesta concreta al cuándo; eso no le interesa ni quiere que les interese a los suyos. Lo que Él quiere que quede muy claro es esto: antes del fin general de todo y también del fin particular de cada uno, por tanto de la historia y de la vida personal, habrá siempre dificultades y no pequeñas, hasta catástrofes como  guerras,  revoluciones, epidemias y hambre, espantos… Esa es la historia de los hombres, el hacer de unos con otros y contra otros… Ese es el pecado, el mal, la muerte… Males de todo tipo. Cosas de todos los días de esta historia nuestra.
-¿Cómo veo y afronto yo las situaciones penosas que me tocan vivir en mí o en torno a mí? Atento, hay un modo cristiano y otro que no lo es.
>Pero Jesús les dice y con contundencia: eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida. Hay pues que vivir el día a día con toda la confianza puesta en Él, que es el Señor de la historia. Eso nos libera del miedo al futuro. Solo Él, porque Él es y en Él está el verdadero futuro que no fallará. Solo el presente es lo que tengo en las manos. De mí no depende el futuro. Y en este presente, el del día a día, el del aquí y ahora dentro de cada día, está el Señor conmigo, es mi apoyo y fortaleza. El solo apoyo que no se destruirá. Esta manera de encarar cristianamente mi jornada es la que me prepara y me va curtiendo para afrontar los retos del futuro, si llega. ¿Veo así estas cosas? ¿Intento vivirlas así? ¡He de pensarlo bien; es de sabios! ¡Y sobre todo de cristianos, y más de seguidores de Jesús!
>Jesús va más allá y no teoriza, cuando les explica cómo hacer en concreto, ante todas estas vicisitudes y situaciones que se presentan y son difíciles. Lo verdaderamente importante es cómo encararlas. He aquí los consejos concretos que Él les da:
1º/ nadie os engañe, no les hagáis caso, no hay que ser crédulos, no dar fe a cualquier que venga hablando del fin del mundo, o de que Jesús ya está aquí; no vayáis tras ellos; manteneos firmes en la fe. Con toda seguridad de fe puedes decirte y/o decirles: “No, no es verdad, porque el Jesús que está en mí, en mi comunidad, en la Iglesia, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, ese no me ha dicho nada, no me ha avisado. Estoy seguro: Él ni me falla ni me engaña. En Él y con Él estoy seguro”.
2º/ no tengáis pánico, porque “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Lo dijo a sus apóstoles y a mí me lo ha dicho muchas veces: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?”. “¿Acaso no estoy yo aquí? ¿No valéis vosotros mucho más que los lirios y los pájaros”. Y me pregunto: ¿he experimentado algo de esto en mi vida? ¿En qué momentos? ¿Y cómo se han resuelto? El miedo humano puede darse, se sentirá; pero la fe y el poder de Dios conmigo son seguros e inalterables y más hondos.
>Y ahora, sin engaños, Jesús les asegura:
1º/ os perseguirán (también en el ambiente familiar y de amistad: incluso todos os odiarán) os entregarán a la cárcel y a los tribunales, pero no os asustéis ni creáis que eso no viene a cuento y que es una gran desgracia. No. Todo eso os adviene por causa de mi nombre, o sea, porque creéis en mi y en mi mensaje de amor y de perdón incluso a los enemigos. Mi Gracia, Yo en persona, estoy con vosotros. Esa es también vuestra seguridad. “Manteneos firmes en la fe”. “Vuestra alegría será grande”. Esas oportunidades te vienen ofrecidas con ocasión de las dificultades grandes o pequeñas de tu vida. Me pregunto: ¿las sé vivir desde esta perspectiva? Es la verdadera. Yo por mí no puedo, seguro. Dios en mí lo puede. Aprende entonces a abandonarte en sus manos queridas y en su corazón amante.  
2º/ así tendréis ocasión de dar testimonio. Ésta es razón importantísima. Las pequeñas o grandes circunstancias adversas que he de vivir, se me presentan como la ocasión privilegiada, -consentidas al menos por Dios en cuanto que uno no las ha buscado-, para dar testimonio de Jesús y su Evangelio. Las dificultades nos hacen ser testigos verdaderos y apóstoles. Esto es muy grande, porque en este caso Dios me ha elegido para ello. Con eso me da la ocasión de ser un pequeño o gran mártir. ¡Cuántos cristianos están viviendo hoy mismo todo esto! ¡Muchos! Es una gracia impagable para ellos y para todos nosotros. Ora mucho por ellos. Están aportando muchísimo a la fe y a la Iglesia, a cada uno de nosotros y al vigor del amor verdadero de nuestro ser discípulos-misioneros. Es vocación cristiana.
3º/ Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. No solo no hay que asustarse ni extrañarse, Jesús quiere que no estemos preocupados por lo que hemos de decir o cómo defendernos ante los adversarios; quiere, eso sí, que creamos en la ayuda concreta que de Él vamos a recibir. Siempre, lo mejor es fiarse de Jesús, ponerse en sus manos. Él es el Fiel. Nunca ha fallado a quien  ha creído y  se ha apoyado en Él. ¡Nunca! En este mismo momento de oración es bueno probarlo, según las adversidades que estés o estemos viviendo. ¡Ánimo! Es hora de verdad y de amor. Las contrariedades se darán siempre.
4º/Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Jesús remata con dos consejos: uno, nos asegura que de parte de Dios, todo está “calculado” a nuestro favor, o sea, nada nos ocurrirá al margen de Él, sin su presencia, sin su apoyo. Sufrirá con nosotros. Amará con nosotros. Hará fructificar todo para que salvemos la vida para siempre y la alcancemos, la gocemos con Él.
El otro consejo es la perseverancia que nosotros hemos de mantener. Si Él es Fiel conmigo, ¿cómo yo no voy a ser fiel con Él? Pese a todo: mantener mi fe, esperanza y amor a Él, y a Jesús, los mejores regalos que me ha dado en la vida y para la vida. Me los ha dado y me los está constantemente renovando. Por mi parte, aceptarlos, quererlos, vivirlos.
Dale gracias. Y pide mantenerlos vivos siempre, cada día de nuevo, como la primera vez.
 
Para terminar: Es hora de recoger algunos de los aspectos que te parece han sido muy provechosos para ti a lo largo de esta contemplación. Con alegría. Con esperanza. Con ilusión. El mundo y todo en él se vendrá abajo. También el pecado, la muerte, el Mal. Dios, no. Su Amor, no. Yo con Él tampoco.
 
Durante la semana: Repensar y orar algunos de los elementos que más te hayan llamado la atención. Y pregúntate: ¿Qué dejo tras de mí? Revisa un poco tu vida y planea cómo hacer un mundo a tu alrededor, donde triunfe el bien sobre el mal.