Contemplar y Vivir el Evangelio
       del día
 
 
Para empezar: Retírate… Recógete… Silénciate… Dios Vivo está aquí, dentro de mí… Te adoro, Señor… Te deseo… Y también estoy aquí, por ti… Silencio…
 
Leer despacio el Evangelio: Lc 20,27-38
 
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.” Jesús les contestó: “En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos”.
 
Contemplar…, y Vivir….
 
Jesús está ya en Jerusalén con sus discípulos y acompañantes, entre los que estamos nosotros. En la santa ciudad tiene una serie de controversias con las autoridades religiosas, que cuestionan fuertemente su autoridad y su poder. En particular, una vez que Jesús ha puesto en orden el desorden consentido en el Templo. Esto les ha molestado. Mandaban incluso espías que simulaban ser buena gente, colocándose entre Jesús y los suyos y que iban a escucharle, para después poder acusarle, pues todos los días enseñaba en el Templo. Nosotros, leyendo bien el Evangelio y queriendo ser buena gente, mejor gente todavía, nos situamos en el corro para contemplar bien las personas, sus actitudes, sus palabras y reacciones…, las de Jesús, por supuesto, intentado sacar algún provecho con su gracia; tanto más que el tema de la resurrección nos interesa sobremanera, ¿o no? ¿O acaso dudas o más o menos crees sin acabártelo de creer en la resurrección de los muertos y en la vida eterna? ¿O en la resurrección del propio cuerpo y el gozo eterno de todo el ser personal e integralmente considerado, o sea la misma persona que eres? Razón de más para contemplar bien: oír, escuchar, ver, asumir nuestra fe y nuestro futuro en el más allá.  
>Un día, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron… ¿Quiénes eran los saduceos? Aristócratas religiosos de la ciudad de Jerusalén, que no creían en la resurrección de los muertos. De ahí que le hagan a Jesús una pregunta trampa y casi imposible de que aconteciera, aunque estaba dentro de la ley sobre el matrimonio; pero no llevada a esos extremos. Por eso la pregunta es una trampa mal intencionada. Seguramente con el objetivo de confundirle y dejarle sin saber qué decir.
-¿No te pasa o ha pasado a ti alguna vez, o te está sucediendo ahora, que, no creyendo o dudando de alguna manera, preguntas a Jesús buscando que te dé la razón con su respuesta? ¡Porque, -dices-, en aquellos tiempos podría ser o estaría bien, o sería legal, pero hoy, hoy no, no es posible! Y debiéndole preguntar, -a Él, o a la Iglesia, que mantiene y extiende el Mensaje y la Enseñanza de Jesús hoy-, no le preguntas porque aclarar la cuestión te puede poner en un compromiso; sobre todo cuando se trata de cuestiones referentes al matrimonio o a la vida del más allá…, o del obrar moral, o religioso, o fraterno que pide Jesús en el Evangelio… Si no tratas con Él todo lo tuyo, todo, ¿con quién si no? ¿Para qué sirve la oración, y la contemplación que ahora estás haciendo, sino para tratar de amistad con quien sabes que es tu mejor Amigo y te ama? Pregúntale… Escúchale… Insiste con humildad en amistad y paz…
>Jesús les responde de manera clara e inteligente, como Maestro que desmonta los argumentos de los saduceos: En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Creen mucho en el “mundo presente”, pero ignoran el “mundo futuro”. ¿Qué maestro de la ley son estos saduceos? ¡Están tan preocupados por los detalles del sistema legal o ilegal, y del matrimonio, que ni les pasa por la cabeza, que puedan existir otras realidades futuras más importantes aún y mayores, en las que ni siquiera el matrimonio es necesario, pues en ellas se da un modo de amar acabado y perfecto, que no terminará!
-¿Soy yo acaso de ellos? ¿Soy acaso de los que ven y entienden las cosas solo de tejas abajo: porque se ven, se tocan y… esto es lo que hay, no hay más? ¿Acaso no hay un sentido mayor y último en todo: en mí mismo y en los demás? Y esto, ¿nos me lleva a una apertura de mente, de corazón y de espíritu, que me trasciende, que me dignifica y eleva? ¿Por qué y para qué vivo, si no?
>Tres lecciones de catequesis que les da Jesús. Una, hay vida futura (cielo, vida eterna. Después de esta vida, que es inicio y preparación de otra más plena y perfecta que no acabará, no existe el vacío oscuro sin más). Dos, pero para quienes sean juzgados dignos (juicio: ¡atención!, es Dios quien juzga y decide, no de modo caprichoso suyo, sino conforme a lo que  uno mismo haya decidido libremente aquí en la tierra, a favor de Él y de los hermanos, o contra ellos). Tres, la resurrección de los muertos (otra manera de ser y de vivir la persona humana en felicidad eterna, donde ya no necesitan casarse, porque tiene la plenitud del Amor y de la Relación y Comunión, que hacen la felicidad que no se acabará).
Lo cual reafirma Jesús con estas afirmaciones contudentes sobre la vida futura del cielo: ya no pueden morir…; son como ángeles…; son hijos de Dios…; participan en la resurrección. Aquí bien vale decir de verdad, de verdad: Palabra de Dios. Es la única Palabra de la que definitivamente me puedo fiar, no solo que me habla del más acá, sino también y principalmente cuando me explica el más allá. Sólo Él que es quien ha bajado del cielo, puede decirnos algo sobre el cielo. Algo y de manera que nosotros podamos comprender. ¡Qué alegría!
-¿Qué me dicen a mí todas estas maravillosas verdades? ¿Qué siento ante todas ellas? No son ideas, sino realidades vivas que me tocan directamente, tanto ahora en el presente como después en un futuro distinto. ¿Me proporcionan sentido para vivir el presente con esperanza, alegría, sin fatalismos ni temores? Trato de rumiar desde el corazón y mirando y escuchando a Jesús, todas estas hondas verdades de bendición y de vida de verdadero discípulo-misionero suyo… ¡Animo! Las palabras con que Jesús concluye la conversación con los saduceos nos estimulan; son éstas:
>Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos”. Antes les da una lección de Biblia, porque de ella saca Jesús esas palabras, indicando que bien podrían creer en la resurrección de los muertos, ya que se afirma en la misma Escritura que ellos se jactan de conocer. En efecto, apoyándose en la autoridad de Moisés y los patriarcas, en quienes los saduceos hallaban su referente, Jesús argumenta el hecho de la resurrección sobre la base de la afirmación de que Dios es de “vivos y no de muertos”. Estas palabras de Jesús son fruto de su propia experiencia. Lo sabe bien: de Él ha brotado la vida, Él es su creador, Él es quien la sostiene y en él encontrará plenitud, al traspasar los umbrales de la muerte.
-Y digo yo: ¿cómo no creerle a Jesús, cuando Él nos ha dicho, ha enseñado y vivido y con ello contundentemente demostrado: “Yo soy la Resurrección y la Vida”… “El que cree en mí no morirá para siempre”. Eso lo creemos nosotros, es verdad de nuestra fe, pero los saduceos no tenían ni idea de ello. Está claro: a Dios no se le mueren sus hijos. Esta es la buena noticia que hoy recibimos de parte de Jesús. Un mensaje cargado de esperanza ante la inquietud que, a todo ser humano, nos produce la muerte. De verdad, de verdad, -¡y qué seguridad y alegría!-, Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”.
Con tu corazón, y tu fe, dale vueltas serenamente a todo esto. Han pasado dos mil años,  ¿y todavía sigues con la mentalidad de un Dios metido en un sepulcro? ¿Sigues pensando más en un Dios muerto y de muertos que en un Dios vivo y para los vivos?
 
Para terminar: Recoge aquellos sentimientos o movimientos internos que hayas sentido en la contemplación, y pregúntale al Señor por qué; o mejor, para qué. En confianza y amistad, dale la mejor respuesta. No te arrepentirás. Dale gracias, muchas gracias. Y pídele fuerzas: su fortaleza y alegría. ¡Y a vivir!...
 
Durante la semana: Repite con frecuencia en tu interior: Dios, mi Dios, no es un Dios de muertos, sino de vivos. Por lo demás, vigila para no enredarte en discusiones inútiles, y sí solucionar las dificultades que surjan.
 
-Vivo,
    más Vivo que yo
    está Dios.
    Y está en mí.
-Por eso
    vivo yo.
    Y todos, todos,
    viven solo del.
-Sin Él
    no hay vida.
    Toda vida
    viene del.
    Quien la tiene
    vivirá siempre, por Él.
-No hay muertos
    en Él.
    Todos tendrán
    Vida Eterna del.
-Un Dios de vivos,
    nuestro Dios.
    Vida de Amor Eterno,
    siempre, siempre es Él.
-Su Vida
    es Resurrección.
    ¿Y los muertos?
    ¡Quien quiera estarlo!
    Solo, tan solo aquel. Que lo sepa.
    ¡Rezo ahora mismo por él!