Cristo está presente y se nos da en el Sacramento y se prolonga la gracia del sacrificio eucarístico. Se contempla y se contempla en el silencio, recibiendo más que dando; no depende la adoración de nuestras ganas o de nuestros sentimientos más o menos afectivos: realmente eso es secundario. Lo primero y más principal es el don, lo gratuito, lo libre y amoroso de saber que Cristo se nos está dando; es misterio, y estar ante el Misterio de Cristo amándonos. ¡Qué grande amor es el de Cristo!

Una comunidad cristiana se vertebra en torno a un eje: la Eucaristía, primero celebrada, la Santa Misa, con amor y devoción, con el espíritu de la liturgia; luego adorando su prolongación en el Sagrario y en la custodia. Es bueno y muy recomendable que se exponga el Santísimo cuanto más mejor, siempre que se pueda y con variedad en los modos: cambiando el tipo de cirios o velas y su distribución, con diversas maneras de adornar y disponer las flores; empleando la custodia grande para las solemnidades y la cincuentena pascual, la custodia pequeña para los demás momentos del año litúrgico, variedad en los cantos eucarísticos, en las plegarias rezadas en común, etc.

Además, cosa lógica, la visita al Santísimo, llegarse al Sagrario cada día, mirarle y amarle, y en frase teresiana, “mire que le mira”. Llegarse al Sagrario es retornar al Amor, recordar que nada nos separará de su Amor y que su Amor es eterno. Por tanto, ¡verdadero amor y pasión por el Sagrario! Éste debe ser el centro, que atraiga espontánea e irresistiblemente las miradas, señalándose con claridad dónde está la Reserva eucarística. ¡Bien visible, bien amado!

El Directorio sobre “piedad popular y liturgia” –que es bueno leerlo, estudiarlo y aplicarlo- señala: “La adoración al Santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras: la simple visita al Santísimo Sacramento reservado en el Sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa” (nº 165).

La vida y piedad eucarísticas generan santos, los apóstoles en nuestro mundo, en esta civilización y en todos sus ámbitos. De la vida eucarística surgen vocaciones de todo tipo, impulsos apostólicos, presencia en el mundo.

Por tanto:

-Santa Misa, bien vivida, bien celebrada (fidelidad a las normas litúrgicas), a ser posible todos los días,

-visita al Sagrario, para un rato de coloquio personal y amistoso con Cristo

-y adoración al Santísimo expuesto en la custodia, con amplios espacios para la escucha de la Palabra, la meditación y la contemplación.

¿No se podría vivir así en cada parroquia, cada monasterio, cada comunidad, asociación, movimiento? No son los discursos los que nos transforman, sino una Presencia, la de Cristo en la Eucaristía.