Esta mañana el móvil me ha despertado con un Avemaría cantado por Carreras. Precioso. Enseguida he pensado en la Virgen. El sábado es su día, y el lunes es la Fiesta de su Asunción. Para mí es importante porque en la noche de ese día vine yo al mundo hace ya tiempo.

He contemplado en mi casa una pequeña imagen del Inmaculado Corazón de María que heredé de mi madre. Ella me contó que la había recogido en un montón de escombro tras un bombardeo en Cartagena. Desde niño le he rezado yo a esta imagen. Un día se me calló al suelo y se rompió, pero la pude recomponer con pegamento, y así está, recompuesta pero muy entrañable. En los traslados de casa siempre esta imagen nos ha acompañado. Yo la considero como símbolo de la paz, no en vano apareció en los restos de un bombardeo. Ella siempre está al final de la batalla, pero quiere estar al principio para que la guerra no nos estalle en nuestra vida diaria.

 

Muchísimas cosas bonitas se han dicho, y se seguirán diciendo sobre la Virgen. Yo quiero recordar al lector esta bella catequesis de San Juan Pablo II en la fiesta de la Asunción de 1995.

 




María alaba a Dios, y él la alaba. Esta alabanza se ha difundido ampliamente en todo el mundo. En efecto, ¿cuántos son los santuarios marianos en todas las regiones de la tierra dedicados al misterio de la Asunción! Sería verdaderamente difícil enumerar aquí a todos.

3. La Asunción de María es una participación singular en la resurrección de Cristo. En la liturgia de hoy san Pablo pone de relieve esta verdad, anunciando la alegría por la victoria sobre la muerte, que Cristo consiguió con su resurrección, "porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte" (1 Cor 15, 25-26). La victoria sobre la muerte que se manifiesta claramente el día de la resurrección de Cristo, concierne hoy, de modo particular, a su madre. Si la muerte no tiene poder sobre él, es decir sobre su Hijo, tampoco tiene poder sobre su madre, o sea, sobre aquella que le dio la vida terrena.

En la primera carta a los Corintios, san Pablo hace como un comentario profundo del misterio de la Asunción. Escribe así: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron. Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su venida» (1 Cor 15, 20-23). María es la primera que recibe la gloria; la Asunción representa casi el coronamiento del misterio pascual.

Cristo ha resucitado, venciendo la muerte, efecto del pecado original , y abraza con su victoria a todos los que aceptan con fe su resurrección. Ante todo a su Madre, librada de la herencia del pecado original mediante la muerte redentora del Hijo en la cruz. Hoy Cristo abraza a María, inmaculada desde su concepción, acogiéndola en el cielo en su cuerpo glorificado, como acercando para ella el día de su vuelta gloriosa a la tierra, el día de la resurrección universal que espera la humanidad. La Asunción al cielo es como una gran anticipación del cumplimiento definitivo de todas las cosas en Dios, según cuanto escribe el Apóstol: "Luego, el fin, cuando entregue (Cristo) a Dios Padre el Reino, para que Dios sea todo en todo" (1 Cor 15, 24, 28). ¿Acaso Dios no es todo en aquella que es la madre inmaculada del Redentor?

¡Te saludo, hija de Dios Padre! ¡Te saludo, madre del Hijo de Dios! ¡Te saludo, esposa mística del Espíritu Santo! ¡Te saludo, templo de la santísima Trinidad!...


 

De todo lo que el Concilio Vaticano II ha escrito, emerge de modo singular la imagen de la Madre de Dios, insertada vivamente en el misterio de Cristo y de la Iglesia. María, Madre del Hijo de Dios, es, a la vez, Madre de todos los hombres, quienes en el Hijo han llegado a ser hijos adoptivos del Padre celestial, Precisamente aquí se manifiesta la lucha incesante de la Iglesia. Como una madre a semejanza de María, la Iglesia engendra hijos a la vida divina, y sus hijos, hijos e hijas en el Hijo unigénito de Dios, están amenazados constantemente por el odio del "dragón rojo: Satanás"...


 

La solemnidad de la Asunción pone ante nuestros ojos el reinado de nuestro Dios y el poder de Cristo sobre toda la creación.¡Cómo quisiera que por doquiera y en todas las lenguas se expresara la alegría por la Asunción de María! ¡Cómo quisiera que de este misterio surgiera una vivísima luz sobre la Iglesia y la humanidad! Que todo hombre y toda mujer tomen conciencia de estar llamados, por caminos diferentes, a participar en la gloria celestial de su verdadera Madre y Reina...


 

Hasta aquí el Santo Padre Juan Pablo II que tanto amaba a la Virgen. Yo me pongo en las manos de la Madre para que esta nueva etapa de mi vida discurra por el camino del bien, cogido de su mano.


 

Juan García Inza

juan.garciainza@gmail.com