Recién abro las noticias, me llega un artículo de Religión Digital sobre "el malestar de los curas en Francia". 

Citando un artículo de La Croix que habla sobre los sacerdotes en el país vecino, el cual no he logrado encontrar en su web, se dice que uno de cada cinco sacerdotes galos se encuentra permanentemente sobrecargado de trabajo y uno de cada dos ocasionalmente.

 Por poco representativa que sea esta encuesta (el muestreo es de solo veinte sacerdotes), lo cierto es que aquí en España también nosotros podemos constatar las dificultades que tienen nuestros sacerdotes en su día a día.

 En el curso de liderazgo y conversión pastoral para sacerdotes, Pastores Gregis Christi, también hacemos nuestros pinitos con las encuestas y lo que es mejor, tenemos el testimonio directo de sacerdotes de toda España que se aventuran a hacer el curso con nosotros cada año. 

 Al principio de cada edición, los participantes tienen ocasión de autoevaluar el uso de su tiempo, su desempeño pastoral y cuestiones tan poco revisadas como la cantidad de horas que dedican cada semana a hacer lo propio de su vocación de sacerdotes.

 El resultado es sorprendente, pues vemos cómo para mucha gente, las labores administrativas y de mantenimiento de estructuras, se llevan lo mejor de su tiempo semanal y apenas dedican un 30% a lo que es propiamente su oficio sacerdotal (desde predicar, hasta la cura de almas y el gobierno pastoral de la parroquia).

 Esto suscita muchas preguntas que como iglesia nos tendríamos que hacer.

 ¿Por qué los curas no tienen tiempo para hacer lo propio del sacerdote y se agotan administrando cosas que perfectamente podría hacer un seglar para así centrarse en su ministerio sacerdotal?

 ¿Cómo hemos llegado a una situación en la que todo el peso de la parroquia recae sobre un sacerdote cuya práctica pastoral lo único que hace es mantener usuarios, sin generar discípulos?

 ¿En qué momento de la película nos olvidamos de que los sacerdotes también son humanos y necesitan de lo humano para cumplir su vocación divina?

 Como decía López Quintás hablando del matrimonio, nadie está hecho para aguantar.

 Se pueden vivir picos de trabajo, situaciones de entrega desbordada y épocas de mucho afán pastoral. Pero cuando estar apagando fuegos es el día a día de un presbítero, cuando se vive al límite reclamado por mil cosas urgentes sin poder vivir para lo importante y todo el horizonte pastoral del sacerdote es acompañar el declive de una iglesia de usuarios envejecidos, no nos extrañe la profunda crisis de identidad y vocación que padecen tantos actualmente.

 Por supuesto, saldrá el superhéroe de turno a decirnos que todo es cuestión de santidad, y que si la gente se quema o experimenta "estrés laboral" o "estrés vocacional" es porque no están centrados en Dios. Pero todos los que trabajamos en el día a día de los sacerdotes, sabemos que el problema es mucho mayor que una simple crisis de ortodoxia, fidelidad o entrega.

 En mi opinión, vivimos una crisis de liderazgo y modelo sacerdotal a todos los niveles. Sacerdote, comunidad parroquial, presbiterado y diócesis, debieran ser realidades que se complementen y apoyen mutuamente, para así crecer juntos e integralmente. Pero la sensación a bordo del barco es que cada uno ya tiene suficiente con su carga, como para dedicarse a la de los demás. Como decía Jorge Valdano, aquí todos van a lo suyo, menos yo que voy a lo mío.

 Siguiendo la imagen que pinta Mallon en Una renovación divina, la Iglesia es una casa de dolor expandido a todos sus miembros, en la que se asiste a un proceso de descomposición con la sensación de estar abocados a la irrelevancia social y donde cada cual está en una esquina relamiéndose las heridas.

 Y en medio de todo esto, la pregunta del millón que debemos hacernos es quién acompaña al acompañador, quién sana al sanador herido, y dónde pueden recibir paternidad y comunidad quienes tienen el oficio de hacer de padres, pero no por ello dejan de ser discípulos necesitados de crecimiento.

 Sin entrar en razones teológicas, históricas o culturales, lo cierto es que la posición del sacerdote en la comunidad parroquial no es nada fácil hoy en día. Al contrario de lo que decía San Agustín (soy obispo para vosotros y cristiano con vosotros), los sacerdotes son formados para servir a la comunidad aparte de ella y muchas veces no tienen dónde o con quién ser comunidad. Son cura para la parroquia, pero no cristianos con ella.

 Ya sea porque los obispos también están dedicados a la administración y no les da el tiempo para ejercer su paternidad, o porque los demás hermanos sacerdotes están demasiado ocupados en sus reinos de taifas y sus propios problemas, muchas veces los sacerdotes viven su vocación asilados, en medio de una marea de actividades y personas con las que nunca llegan a ser comunidad más que en lo que atañe al servicio.

 Pero todos necesitamos un sitio donde comer, una familia a la que pertenecer y una comunidad donde ser conocidos y valorados tal cual somos. Cuanto mayor es la responsabilidad de un líder, más crucial es la necesidad de acompañamiento, de rendición de cuentas y de tener un lugar seguro donde esponjar el alma con iguales que le ayuden a encontrar a Dios.

 Y aquí radica, quizás, la trampa teológica y cultural de un sacerdocio que se ha configurado como secular (en medio del mundo) pero que no es capaz de encontrar espacios de comunidad verdadera allá donde ejerce su misión dada por la iglesia.

 Porque, ¿quién es el igual del sacerdote? ¿Acaso puede un progenitor desahogarse y contar sus miserias a sus hijos cuando le toca estar al frente y dar seguridad a todo el mundo?

 Sabemos que la respuesta no es fácil, y por eso colaboramos con nuestro granito de arena, con iniciativas como el curso Pastores Gregis, donde se experimenta el poder sanador de remar con otros compañeros en la propia vida, visión y misión.

 Todos necesitamos una Betania donde acudir y encontrarnos en confianza. Todos anhelamos un hogar donde ser nosotros mismos, y poder descansar de la batalla.

 Y, ¿qué haremos con estos curas? ¿Cómo podemos ayudarlos, edificarlos y sostenerlos? Por supuesto, esa es la labor de Dios y de la santa madre Iglesia, y lo único que pretendemos es aportar lo que, como profesionales, cristianos, padres y madres, podemos dar desde lo que somos.

 Para nosotros, cada edición del curso es esperanzadora por los que vienen y descorazonadora por los que se quedan fuera.

 Por cada grupo de veinte sacerdotes que participan en el curso, que pueden salir de su rutina y dedicar unos días a su crecimiento personal, siempre tenemos unos cuantos que lo intentan y finalmente no vienen, superados por los acontecimientos y exigencias del día a día en sus parroquias.

 Es un proceso de esperanza y frustración, que vivimos todos los años, con la ilusión de un grupo nuevo que comienza y el anhelo por aquellos a los que tanto bien les podría hacer si tan solo pudieran romper con todo por dos días y venir a refrescarse.

 Apenas somos conscientes de lo extraordinario que es poder acompañar a quienes nos acompañan y han dado la vida por el rebaño. Como todo buen tesoro en vasijas de barro, necesitamos todas las oraciones posibles por esta edición que comienza la semana que viene y desde aquí aprovecho para pedírsela a los lectores.

 Quizás si en vez de preocuparnos de hablar de "malestar de los curas" haciendo lecturas más o menos de parte sobre la crisis de la Iglesia, nos preocupáramos de apadrinar uno de esos curas para apoyar que pueda tener una experiencia de reencuentro con Dios y con su vocación, podríamos intuir que la presente crisis es también un tiempo de oportunidad y llamada de Dios.

 

Entonces escuché la voz del Señor, que decía: «¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?». Contesté: «Aquí estoy, mándame».

 (Isaías 6,8)

 https://www.youtube.com/watch?v=1Q1RGrq9Gnc