Contemplar y Vivir el Evangelio
del día.
 
Inicio: Ven, Espíritu Santo… Ven y oriéntame, ilumíname… Sé tú quien vigila en mí y por mí, conmigo… Ven… Hazme activo en tu amor, la vigilancia indispensable y noble dentro de mí… Ven…
 
Leer despacio el texto: Lc 12,35-40
 
 
Jesús dijo a sus discípulos:”Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados aquellos criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, los irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa.. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.”
 
Contemplar
 
Seguimos en camino con Jesús y los demás acompañantes. El camino es largo pero no aburrido. Nos metemos en el grupo junto a Jesús: le miramos y escuchamos… Miramos también a los demás: hoy son otros muchos, distintos a nosotros, desconocidos, extranjeros, emigrantes…, que quieren también estar con Jesús.  Sus enseñanzas son necesarias para vivir como discípulos-misioneros del Reino. No perdamos palabra aunque puedan extrañarnos. Él nos las hará comprender si las dejamos caer serenamente en el corazón…, allí madurarán y se harán vivida propia: mía y tuya.
Después de dar varios consejos a los que le acompañaban, -el último, antes del texto que contemplamos este domingo, es éste: “Porque donde está vuestro tesoro, allí está también vuestro corazón”-, Jesús expone tres parábolas para exhortar sobre la vigilancia, en relación a su Venida Última, que hemos de esperar, y que cuando Lucas escribe el Evangelio, su comunidad está, ya entonces, esperando con alguna impaciencia  (años 80). Aquí contemplamos la primera de esas parábolas. ¿Esperamos hoy la Venida definitiva de Jesús? ¿Se no ocurre pensar en ella? La profesamos como fe en el Credo que recitamos todos los domingos. ¿Lo creemos de verdad como parte de nuestra vida cristiana presente y futura? 
> Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. (Los judíos se ceñían sus largos vestidos a los lomos para trabajar mejor o para correr más).
La vigilancia es fundamental para el cristiano. Más que una conducta moral es la condición de vida en la que uno pone en juego todas sus energías y todas las luces: dones y cualidades naturales y espirituales, etc., regaladas por Dios, para que, una vez revestido de Cristo y dedicado a su Reino, sepa vivir como Cristo y así extender el Reino de Dios. Por tanto, la actitud y conducta vigilantes del discípulo, que Jesús recomienda a los que esperan su venida no es la de esperar sentados, ni la de estar sospechando de todo el mundo, ni la de estar embobado y como fuera de sí, pendiente de las mil  y una excentricidades superatractivas y superficiales, que no dejan ver lo importante, y menos vivirlo…, sino la de ponerse manos a la obra y no caer en la mediocridad. Ponerse manos a la obra, es decir, tengo que hacer en todo la voluntad de Dios, no mi interés y capricho, para no dejarme robar jamás la fe, la esperanza el amor. No caer es la mediocridad, o sea, no vivir mi fe y mi compromiso en el seguimiento de Jesús, lo justito…, lo indispensable…, para ir tirando…, sin exagerar… Cumplo y miento… ¿Será así para mí? ¿De verdad?... Mi vida cristiana no es entonces vigilante, sino una vida aletargada, aburrida y  de brazos caídos. Cualquier enemigo intentará despojarme de lo mejor que he recibido. Así no puedo vigilar para en todo seguir a Jesús.  
>TenedEstadComprendedEstad preparados… ¡Escucha bien a Jesús! Escucha los cuatro imperativos vitales del texto que tienen un claro mensaje: la vigilancia para acoger a Jesús que viene, no es cosa para mañana, para más tarde o para cuando lo sienta: es urgente y permanente, y es compromiso real de cada seguidor de Jesús: estoy implicado hoy y ahora mismo. ¿Por qué? Primero, porque no sabemos cuándo vendrá y hay que estar preparados para la visita. ¿No es eso lo más sabio y coherente? Segundo, porque la venida de Jesús no será solo al final de la vida de uno y al final de los tiempos: Jesús viene a visitarme siempre, a cada instante, ahora mismo. ¿Y cómo viene? No como un ladrón que está al acecho para sorprenderme y darme el zarpazo. Dios no es así. Jesús no obra así. Viene inesperadamente, sí.Pero como Amigo y Hermano que viene a regalárseme. A estar conmigo y actuar a través de mí…Es cercano, cercanísimo: Me visita en el hermano que está a mi lado, con el que vivo, trabajo, me encuentro: cada uno es, somos, es el hijo amado de Dios. En su rostro encuentro al de Jesús. En su persona, la de Jesús vivo. En su carne y dolor, o felicidad, los del mismo Jesús vivo hoy conmigo y para mí. Me visita muy particularmente en el pobre, marginado, maltratado, enfermo, dolorido, encarcelado…, que encuentro. Además de estar en su Palabra cuando la leo, en el Sagrario cuando le visito, en los sacramentos cuando los recibo… ¿Me doy cuenta? ¿O me pasa desapercibido y el otro es alguien que me gusta o me disgusta según que me favorece o no? Si no es así, ¡todavía no comprendo a Jesús, todavía no tengo relación viva con Él…! ¡Sería una gran pena! ¿Estoy intentado vivirlo día a día, paso a paso? ¿Dónde espero yo a Jesús en mi día a día?  
>Bienaventurados…Por eso Jesús nos estimula con ese Bienaventurados, que es como el gozne del texto, de los cuatro imperativos activos y vitales: es el efecto de aquellos. Quienes así vigilan son felices, dichosos, bienaventurados, realizados humanamente y cristianamente maduros. Ante todo, porque en medio de las dificultades de cada día, el mismo Señor que viene, -¡oh sorpresa!-, nos hará sentar, descansar, nos servirá… ¿Caigo en la cuenta de lo que esto supone para mí. Y luego, porque ¡sólo el Encuentro personal con Jesús plenifica porque es la VIDA: el Amor, la Felicidad, la Fecundidad, y de ese modo nos da, ya aquí y ahora, la posibilidad real de ser compañeros misericordiosos de camino de aquellos con quienes me encuentro a diario: eso es fraternidad, solidaridad, compasión misericordiosa, ayuda y sanación para los demás. ¿Cómo no aspirar a esta dicha? ¿La deseo? ¿La busco? ¿La encuentro?  
>A la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre. Ya ves cómo. Y sabes cómo. Así de fácil será también encontrarse con Él en el último día de nuestra vida, al cerrar los ojos a este mundo, así como el encuentro al final de la historia. Entrenados en ese encuentro, enseguida lo reconoceremos y lo abrazaremos. O mejor, nos reconocerá y abrazará fundiéndonos en un Amor purificador, único y eterno: eso es el cielo… El encuentro cotidiano con su carne humana y dolorida prepara y garantiza el encuentro eterno. ¿Me gozo ya en esta posible experiencia? Por ahora intento aprender a vivir y hacer gozar a los otros que son ahora Jesús en mi camino… ¿Lo deseo? ¿Lo intento? Basta de rutina e indiferencia: pon en marcha la vigilancia activa que acoge el amor que te viene regalado cada día por el Señor, para que tú también lo regales a los demás.   
Y no olvides: la vigilancia se sostiene y acrecienta en la oración, ocasión privilegiada para aprender a esperar al que “es y viene”: Jesús el Señor, mi Señor. Y se vive mejor, mucho mejor en el amor, porque el Señor que viene es Amor.
 
Vivir
 
>Para ir ahondando en el ejercicio de la vigilancia activa, vital y llena de amor, es bueno que durante la semana me vaya haciendo y rumiando la siguiente preguntas:
 
- ¿Qué sentimientos ha suscitado en mi la contemplación de estas palabras de Jesús sobre la vigilancia? ¿Miedo, confianza, sorpresa, gozo, esperanza, confusión...?
 
-La vida cristiana, ¿cuánto tiene para mí de gozo…, cuanto de peso? ¿Cuánto es deber…, cuanto es amor?
 
-¿En qué medida espero la visita del Señor, la comunión con Él? ¿En qué medida la poseo? Dependerá de mi vigilancia activa con el amor, ¿no?
 
-Ser vigilantes, fieles, trabajadores, por el Reino, preparados… ¿Qué comporta en mi vida?
 
>Y no olvides que la indolencia es una de las actitudes que más daño puede hacer. “Indolente (que no se inmuta ni conmueve, perezoso, insensible) es aquel que no se activa, cuya vida va pasando como un aburrimiento, todo se vuelve monótono y como no espera nada se va apagando de tal manera que, en la vida, ya no hay expectativa, ni esperanza, ni deseo. No espera nada bueno, ni malo, no es capaz de dar nada bueno, pero tampoco será capaz de recibir nada. No hay luz en él ni la irradia”. Es un faro apagado. Una candela rota y sin posibilidad de iluminar. Ese, eso, ¿se podrá llamar vida cristiana?