Debo confesar que éste es uno de los temas más complicados para mí, pues me uno al pensar de los santos con respecto a que de María nunca se dirá lo suficiente, y es así que la complejidad no es por falta de información sino por abundancia de ella. La figura de María es además la que une a los católicos con los ortodoxos y es por último el puente con el Islam, que no duda en concederle un puesto altísimo. Basta con señalar que en el Corán, Máryam es la única mujer recordada con su nombre, que se repite unas cuarenta veces. Sin embargo, hay en todo esto la motivación de que sea alabado el nombre de María, por parte de quienes aún dudan en hacerlo por miedo o recelo, o de aquellos que están resueltos a no hacerlo por creer – equivocadamente – que es contrario a lo que Dios quiere, y todo esto, para que al final, y a través de María, Jesucristo sea adorado como el Único Dios y Señor, y su Nombre sea exaltado como el único que se nos ha dado para poder salvarnos[1].

¿Por qué María? – Objeciones

Existen aún muchos cristianos que se han convencido a sí mismos de que la devoción a María es una especie de accesorio de la fe, que puede estar como no estar. Resulta necesario explicarles de nuevo cómo el papel de María en el sistema cristiano de la fe no es ni mucho menos marginal o facultativo. Al respecto se presentan distintas objeciones que con un criterio básico de formación cristiana es posible superar:

  1. María “versus” Jesús

Es un error gigantesco el pensar que aquello que se le ofrece a María se le hurta a Jesús. Ciertamente en este equívoco ha caído toda la teología protestante, sin embargo, Benedicto XVI explicó, siendo el cardenal Ratzinger, que reconocerle a la Virgen el papel que el dogma, la tradición, la liturgia y la devoción le confieren, significa estar firmemente enraizados en la auténtica cristología. Y es que el Hijo ha querido compartir todo con la Madre, y así, no hay oposición alguna entre uno y otro, y menos aún habrá de “restársele” a Jesucristo la gloria por el hecho de cumplir la profecía que María hace de sí misma al reconocer que todas las generaciones la llamarán bienaventurada[2]. Por otro lado, ¿qué oposición podría existir al entregarnos totalmente a aquella que sin reserva alguna habrá de decirnos siempre: “Haced lo que Él os diga”[3]?
 

  1. “¿Dónde dice en la Biblia?”

Se sabe que una característica muy propia de ciertas denominaciones protestantes es el fundamentalismo bíblico, desde los Testigos de Jehová que aseguran haber existido desde los tiempos de Cristo fundamentándose en que Cristo al ascender a los Cielos dijo: “seréis mis testigos”[4], hasta aquellos evangélicos que piden la cita bíblica en donde aparezca la palabra “católico”. Esta objeción nace del “no” al concepto de Tradición. Olvidando que también la Escritura es Tradición: no cae del Cielo, como el Corán, sino que es fruto de obras humanas, aunque bajo inspiración divina, y hemos de tener siempre en mente que los Apóstoles no iban por los poblados repartiendo biblias sino transmitiendo oralmente y por tradición[5] lo que de Cristo habían recibido.El culto mariano de los primeros cristianos se remonta a los tres primeros siglos, desde el arte paleocristiano que nos muestra ya en tumbas cristianas la imagen de la Virgen y el Niño, hasta la famosa oración del Sub tuum praesidium[6]que no puede remontarse a más allá del siglo III, probablemente en torno al año 250.
 

  1. Los “hermanos de Jesús”

Veintiún siglos después aún siguen habiendo personas que al encontrarse con esta expresión en las Escrituras, siguen interpretando que María tuvo más hijos, y sobre esto – me parece – hay ya bastante literatura que explica hasta el cansancio el hecho de que el hebreo ´ah, puede significar al mismo tiempo hermano de sangre, hermanastro, primo o sobrino pero, también discípulo, aliado, miembro de la misma tribu y hasta prójimo en general, o de la misma ciudad o nación, y así, Abraham – por poner un ejemplo – llama “hermano” a su nieto Lot[7]. Pasando al Nuevo Testamento, san Pablo usa el término “hermano” casi 120 veces para designar una comunión espiritual o un lazo distinto al uterino y, con frecuencia, ni siquiera familiar. El asunto es que nos cuesta entender que la Escritura viene de un universo que no es el Occidente moderno, sino semítico, oriental, mediterráneo, donde la fraternidad no es restringida como la de nuestras familias mononucleares.
Por otro lado, si María hubiera tenido más hijos, sería una cosa bastante sui generis que Jesús moribundo hubiera confiado su madre al discípulo. Finalmente, los evangelistas se refieren a Jesús con un título bastante interesante: “el Hijo de María”[8]. Entiéndase bien, que no se dice “uno” de los hijos de María, sino “el”, es decir el Único. Sobre esto, vale la pena aclarar el detalle de que en el mundo hebreo, el hijo nunca es indicado con el nombre de la madre, a menos que el padre haya muerto y la viuda no tenga más hijos.

María, Madre de Dios

Es probable que quienes no son católicos encuentren muchas dificultades para acercarse a María, y más de uno – a partir de la Revolución Protestante del siglo XVI – ha tratado de esparcir como veneno cierto desprecio hacia Ella.

Lastimosamente este veneno de a poco se ha ido introduciendo también en la Iglesia, de manera que hay muchos católicos que ante la imagen de María sienten cierto recelo. Y es que, ante la Theotokos[9] hay quienes ven sólo una “hermana en la fe”. Desde la perspectiva católica efectivamente María es también “hermana”, pero en primer lugar, es “Madre”. Tarde o temprano y católicos o no, hay que entender que Jesucristo, moribundo en la cruz, no le dio a Juan una “hermana”, le dio una madre. Y a Ella no le dio un “hermano”, sino un hijo.

Ha sido grande el esfuerzo que el Protestantismo ha hecho para difundir esta idea – siempre herética sin importar que estemos en tiempos ecuménicos – de que María no es Madre de Dios sino sólo de Jesús, y es sorprendente cómo esta idea ha calado en lo profundo del Cristianismo, desfigurando a fin de cuentas no a la Madre sino al Hijo, pues uno de los pilares de la doctrina cristiana (y no sólo católica desde luego) es el hecho de que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, y así lo creen también quienes difunden esta idea, aunque no se hayan dado cuenta – o no hayan querido hacerlo – de que creer en las dos naturalezas de Cristo (Dios-hombre) y negarle el título de Madre de Dios a María, son dos posturas completamente contradictorias e insostenibles las dos al mismo tiempo. Así, de a poco también los cristianos nos hemos ido dando cuenta, de que entre Jesús y María existe una unión tan misteriosa y profunda, que se vuelve imposible atentar contra la Madre sin que redunde en el Hijo.

María, Madre Nuestra

“Si en ciertas teologías y eclesiologías de hoy María ya no encuentra sitio, la razón es simple y dramática: han reducido la fe a una abstracción. Y una abstracción no sabe qué hacer con una madre”[10]

La historia ha sabido demostrar que los hombres han tenido siempre la necesidad de una Madre, con mayúscula, además de la que les da el registro civil, y cuando han dejado a un lado a la Madre celestial, inmediatamente han buscado otra. Y así, en el siglo XVIII que desemboca en la Revolución francesa – y que como toda revolución engendra el caos –, sobre todo con los que le siguen (XIX y XX) con el nacionalismo, terminan creando como “Madre” a la “Patria”, con mayúscula, como Gran Madre. A Ella, como en otros tiempos hicieron los religiosos, se dedicaron los nuevos monjes que son los militares. Es así como los perfiles de España o Francia fueron sustituyendo sus raíces cristianas en busca de otros dioses. Sin embargo, será imposible desarraigar el nombre de María sin trastocar lo más profundo de la sociedad, y así como ejemplo, tenemos la bandera de la Unión Europea (doce estrellas – como las de aquella Mujer del Apocalípsis[11] – en un fondo azul – de tono mariano por supuesto –) diseñada por Arséne Heitz, un devoto de la Virgen, de esos de rosario diario. Es singular además, el detalle de que la bandera azul con el círculo de las doce estrellas de adoptó oficialmente un 8 de diciembre de 1955, fiesta de la Inmaculada Concepción de María.

No es suficiente citar aquél pasaje de Cristo agonizante en la Cruz donde se nos entrega a María como Madre y donde la Iglesia ve en Juan a toda la humanidad representada ¡no! Hace falta más bien comprender el papel de María en la Historia de la Salvación, cuestión que no pretendo abordar aquí dado que me he propuesto escribir un artículo y no un libro, sin embargo, habrá de ayudarnos un gran propagador de la devoción mariana – santo además –:

“Digamos pues sin temor con San Bernardo, que nosotros tenemos necesidad de un mediador ante el Mediador mismo, y que María es la más capacitada para llenar este oficio caritativo; Jesucristo ha venido al mundo por medio de Ella, y es por medio de Ella como debemos llegar a Él. Si tememos ir directamente a Jesucristo nuestro Dios, por causa de su grandeza infinita, o a causa de nuestra bajeza, o por causa de nuestros pecados, imploremos osadamente la ayuda e intercesión de María nuestra Madre (...)”[12]

Al igual que en las Bodas de Caná junto a Cristo y que en Pentecostés en medio de los discípulos recibiendo el Espíritu Santo, María ha permanecido y permanecerá siempre en compañía de la comunidad cristiana, desarrollando el papel de Madre y por tanto, la de no abandonar a sus hijos nunca.

Conclusión, por así decirlo...

Dado que el “tema de María” no puede concluirse propiamente, tan sólo quisiera decir que no es posible considerarse cristiano plenamente, si no es asumiendo a la Persona de Jesucristo en toda su plenitud, y esto incluye obligatoriamente aquél aspecto hermoso y polémico a la vez, de ser el Hijo de María. A pesar de que es inolvidable aquella dimensión violenta, del enigma de la historia que es el islamismo, si hay algo que podemos aprender es que, a diferencia de lo que ocurre en regiones cristianas, para un musulmán no sólo es impensable blasfemar, sino también ceder a una mínima falta de respeto, respecto a aquella que es la “madre de Jesús”. Como cristianos, es mucho lo que nos falta profundizar en torno a la figura de la Madre, y esto siempre debido a que es la forma más perfecta de interiorizar la figura del Hijo.

Nuestra Señora habrá de ser llamada bienaventurada hasta el final de los tiempos. En María, todo nos lleva a Jesús, y quien llega a conocer a Jesucristo, habrá de encontrarse irremediablemente con la figura de María, la Madre del Señor, y tarde o temprano todo aquél que busca la Verdad con sincero corazón, terminará aceptando con san Lucas, que el Señor ha hecho en Ella grandes maravillas[13] .
 

 
[1] Hch 4, 12
[2] Lc 1, 48
[3] Jn 2, 5
[4] Hch 1, 8
[5] 2Ts 2, 15
[6] “Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios, no desprecies las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”
[7] Gn 13, 8
[8] Mc 6,3
[9] Significando “Madre de Dios”. Título – en griego – reconocido oficialmente por la Iglesia a partir del Concilio de Éfeso en el 431, y respondiendo a la herejía de Nestorio que entendía en Jesús a una Persona distinta a la del Hijo de Dios.
[10] Card. Joseph Ratzinger. Informe sobre la fe, Cap. VII. Las Mujeres: Una Mujer
[11] Ap 12, 1
[12] San Luis María Grignion de Montfort. Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, 85
[13] Lc 1, 49