La acción del Espíritu Santo es eficaz en las almas. Lo sabemos y vivimos de esta acción invisible a la par que real.
 
Ya san Pablo en Gal 5,22s señala los frutos del Espíritu Santo: amor, alegría, paz, bondad, afabilidad, dominio de sí... No nacen sin más del sentimiento humano ni de su mundo afectivo, sino que provienen del Espíritu como frutos sobreanturales de su presencia inhabitadora en nosotros.
 
 
Incluso en circunstancias adversas, donde humanamente podría reinar la tristeza, el Espíritu ofrece paz y alegría; en momentos de sufrimiento, Él ofrece consuelo... y así se podrían seguir enumerando sus frutos que dependen, en exclusividad de Él.
 

El Espíritu Santo consuela con su dulzura y suavidad. Es el Consolador y así los que lloran son consolados, y así los corazones quebrantados experimentan su dulzura y sanación.

 
"Por esta última y beatificante gracia, cumple uno de sus cometidos más bellos, el de la consolación. La Iglesia, que pide 'gozar siempre de consuelo' es escuchada sobre todo a la hora de la muerte. El creado para la relación, se encuentra vacío de sí y camino de la desesperación en el momento en que está solo. Sin la comunión del Espíritu, el sufrimiento es una prisión, la muerte es la soledad absoluta. El Espíritu es el consolador supremo, cambia la muerte en la más inconcebible de las comuniones. Es así como el Padre ha consolado al Hijo en su muerte, glorificándolo en el Espíritu Santo" (DURRWELL, F.X., El Espíritu Santo en la Iglesia, Salamanca 1990, 2ª ed., pp. 153154).
 
La alegría es otro fruto del Espíritu Santo en las almas. No es simple exaltación de la psicología, una emotividad desbordante en un momento dado, sino una alegría honda y serena, la de quien se sabe amado por Dios incluso en los momentos de mayor oscuridad.
 
La alegría en el alma permanece incluso cuando humanamente no queda ya nada, porque se vive en la paz de Cristo y abandonado a su amor. Entonces se es capaz de sonreír serena, pacíficamente.
 
"Existe también una alegría según el mundo (Jn 16,20), lo mismo que existe una trsiteza del muno (2Co 7,10) que está relacionado con aquella. La alegría del Espíritu es de otro orden, puede florecer donde podría haber motivos para afligirse. Jesús promete que la tristeza de su marcha se convertirá en alegría (Jn 16,20), lo mismo que su propia muerte se transformará en vida del Espíritu...
 
Esta alegría no tiene las mismas raíces que la alegría de este mundo; es parecida a la fuerza y a la vida tan distintas que se despliegan en la debilidad y en la muerte" (Ibíd., p. 154).
 
¡Ven, fuente del mayor consuelo! 
 
¡Gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos!