La fe busca entender (fides quaerens intellectum). Y es verdad que se ama lo que se conoce, y se conoce a su vez lo que se ama. El amor pide conocer más y mejor al amado; y aquello que empezamos a conocer, desearemos conocerlo mejor si despierta el amor en nosotros.
 
 
El amor a Dios impulsa a conocerlo mejor, lo más amplia y profundamente posible, y dar a conocerlo de manera amable y razonable. La teología corresponde a ese impulso del amor y del intelecto: ama a Dios y desea conocerlo mejor y fruto de ese conocimiento, quiere darlo a conocer a todos para que todos lo amen.
 
La teología une amor y conocimiento; los santos han sido los mejores teólogos porque amaron a Dios sin reservas y se entregaron a un conocimiento nuevo, renovado, interior. La santidad es el mejor terreno para una buena teología, tal vez el único terreno posible para que la teología tenga raíces, crezca y dé frutos reales.
 
El teólogo ha de aunar en sí, para que sea verdadero teólogo, digno de tal nombre, amor a Dios y conocimiento.
 
"La teología no puede menos de nacer de la obediencia al impulso de la verdad y del amor, que desea conocer cada vez mejor a aquel que ama, en este caso, Dios mismo, cuya bondad hemos reconocido en el acto de fe (cf. Donum veritatis, 7). Conocemos a Dios porque Él, en su infinita bondad, se dio a conocer en la creación y sobre todo en su Hijo unigénito, que se hizo hombre por nosotros, y murió y resucitó por nuestra salvación.
 
En consecuencia, la revelación de Cristo es el principio normativo fundamental para la teología. Ésta se ejerce siempre en la Iglesia y para la Iglesia, Cuerpo de Cristo, único sujeto con Cristo, y así también con fidelidad a la Tradición apostólica. Por tanto, la actividad del teólogo debe realizarse en comunión con la voz viva de la Iglesia, es decir, con el magisterio vivo de la Iglesia y bajo su autoridad. Considerar la teología como un asunto privado del teólogo significa desconocer su misma naturaleza. Sólo dentro de la comunidad eclesial, en comunión con los legítimos pastores de la Iglesia, tiene sentido la actividad teológica, que ciertamente requiere competencia específica, pero también y sobre todo el espíritu de fe y la humildad de quien sabe que el Dios vivo y verdadero, objeto de su reflexión, supera infinitamente la capacidad humana.
 
Sólo con la oración y la contemplación se puede adquirir el sentido de Dios y la docilidad a la acción del Espíritu Santo, que darán fecundidad a la investigación teológica para el bien de toda la Iglesia y, podríamos decir, para toda la humanidad.
 
Aquí se podría objetar: una teología definida así, ¿sigue siendo ciencia y está de acuerdo con nuestra razón y su libertad? Sí; racionalidad, cientificidad y pensar en la comunión de la Iglesia no sólo no se excluyen, sino que van juntas. El Espíritu Santo introduce a la Iglesia en la plenitud de la verdad (cf. Jn 16,13), la Iglesia está al servicio de la verdad y su guía es educación en la verdad" (Benedicto XVI, Disc. a la Comisión Teológica Internacional, 19-diciembre-2005).
 
Estas palabras del Papa presentan una panorámica completísima del acto teológico; especialmente se cumplen en la teología elaborada por santos, en la teología de teólogos con un claro anhelo de santidad.
 
1) La teología se elabora tanto en la biblioteca con el ordenador portátil, consultando documentos y reflexionando, como en el Sagrario meditando y conversando con Cristo, como en la liturgia celebrada, que sumerge en la fe de la Iglesia.
 
2) El teólogo santo se sitúa en el corazón de la Iglesia, vive su vocación teológica en la Iglesia y como servicio a la Iglesia. Por lo cual, recibe y estudia la revelación en su ámbito natural, la Iglesia, y se deja guiar por la Tradición viva de la Iglesia y por el Magisterio.
 
3) La oración y la contemplación arrojan nueva luz a los datos que se estudian, pero eso no rebaja su nivel intelectual, académico y científico, sino que más bien lo refuerzan. La competencia teológica va avalada de manera nueva si el teólogo es un contemplativo, adorador y celebrante (en la liturgia) del Misterio de Dios en Cristo.
 
4) El teólogo santo elabora su teología con fe y humildad porque Dios, para él, es el Dios vivo y siempre mayor. Se deja guiar, obedece al Espíritu Santo, se sitúa en la comunión de la Iglesia y descalzo como Moisés se acerca al Misterio. La soberbia intelectual, la prepotencia, la arrogancia de quien cree saberlo todo, le apartan del Misterio y su teología se vuelve seca y estéril, incluso se puede convertir en ideología.
 
Teólogos así son necesarios, porque son teólogos santos que edifican a la Iglesia y a las almas con sus escritos, publicaciones y docencia. Entendemos, pues, que los santos doctores, por ejemplo, han sido grandes teólogos y que los verdaderos teólogos existirán si en ellos hay un anhelo de santidad.