La creación renovada por la Pascua de Cristo, se pone ya al servicio de la redención. La materia creada se convierte en un instrumento por el cual Cristo las santifica y por ellas comunica su vida y su gracia santificante. Son ya un anticipo de la nueva creación porque demuestran hasta qué punto lo creado está siendo redimido, ya se está transformando, hasta la plenitud en los cielos nuevos y en la tierra nueva.
 
Instrumentos de la salvación, el mundo creado entra en la liturgia recibiendo una bendición o una consagración que apartan estos elementos de cualquier uso profano y se reserva para Dios, que en la liturgia, los convierte en vehículos de su vida divina para el hombre.
 
Estas materias fundamentales son el pan y el vino para la Eucaristía, el agua para el bautismo, el aceite con perfume para las unciones del santo crisma, el aceite de oliva (u otro aceite vegetal según las regiones) para la Unción de enfermos.
 
Recordemos que, antes, la Iglesia ora sobre estos elementos sacramentales, invocando el Espíritu Santo.
 
"Date cuenta de que no se trata de un ungüento pobre y vil. Pues así como el pan de la Eucaristía, tras la invocación del Espíritu Santo, no es pan común sino el cuerpo de Cristo, así también este santo ungüento, después de la invocación, ya no es un simple ungüento ni, por decirlo así, un ungüento común; se da en él a Cristo y al Espíritu Santo, es presencia de su divinidad y realidad efectiva. Y mientras se unge el cuerpo con ungüento visible, queda santificada el alma por el Espíritu Santo que da la vida" (S. Cirilo de Jerusalén, Cat. 21,3).
 
Esta dedicación de la materia creada para el servicio divino, no significa transustanciación de su ser, que sólo se verifica en la Eucaristía, pero, en cierto modo, son cauces del Espíritu Santo, están llenas del Espíritu y el Espíritu Santo reposa en ella.
 
Hay una gradación, un descenso, en este servicio que los elementos creados prestan a la santificación. En la cumbre, por la grandeza de su transubstanciación, siempre está la Eucaristía, luego las demás materias (agua, óleo).
 
Como vemos, hay una lectura teológica muy rica, amplia, en la interpretación de las materias sacramentales como materias, signos, de la nueva creación. La teología ortodoxa, muy sensible a estos aspectos, lo explica remitiendo a los propios usos litúrgicos, algunos de los cuales también existieron en rito romano pero se fueron perdiendo:
 
"De la única fuente divina: 'sed santos como Yo soy santo', fluye toda una gradación de consagraciones o cosas sagradas por participación. Estas realizan una 'desprofanación', una 'desvulgarización' en el ser mismo de este mundo. Esta acción de 'agujerear' el mundo cerrado mediante la irrupción de los poderes del más allá pertenecen en particular a los sacramentos y sacramentales, que enseñan que todo está destinado a su culminación litúrgica.
 
La bendición de los frutos de la tierra, en el momento de la Transfiguración o de la Pascua, extiende sobre todo 'alimento' la acción de santificación contenida en la palabra que pronuncia el sacerdote al repartir la eucaristía: 'para la curación del alma y del cuerpo'. El destino del elemento acuático es participar en el misterio de la Epifanía; el de la madera es abrirse en cruz; el de la tierra es recibir el cuerpo del Señor en el reposo del gran Sábado, y el destino de la piedra es desembocar en el 'sepulcro sellado' y e la piedra corrida ante las mujeres portadoras de perfumes. El aceite de olvia y el agua terminan siendo elementos conductores de la gracia en el hombre regenerado; el trigo y la vid culminan en el cáliz eucarístico. Todo se refeire a la Encarnación y todo desemboca en el Señor" (EVDOKIMOV, P., El arte del icono. Teología de la belleza, Madrid 1991, p. 120).
 
La liturgia integra lo cósmico, todo lo creado, transformándolo de manera anticipada, hasta que llegue la plenitud de la redención para la creación. 
 
 
 
La liturgia integra las acciones más elementales: bañarse, perfumarse, comer, beber... y les da su sentido verdadero y pleno, aquello a lo que apuntaban, y es ser piezas, elementos, del templo cósmico para Gloria de Dios, para que Dios sea todo en todas las cosas.
 
La materia, en la liturgia, es transformada, en sentido amplio, 'espiritualizada'.
 
"La métàbole eucarística [conversión] muestra la transformación-límite de la naturaleza. El bautismo opera 'el nacimiento de agua y de Espíritu Santo' (Jn 3,5-7). Según la doctrina de los Padres, el Espíritu confiere sus energías al agua bautismal que se convierte en el agua viva, vivificante y generadora.
 
Por la epíclesis -invocación del Espíritu- se purifica de todo indicio maligno y adquiere el poder de transmitir la santificación. El agua no es simplemente elevada por el Espíritu al nivel de agente en sus operaciones, sino que el Espíritu se infunde en el agua. Según san Cirilo de Jerusalén, el agua se une ahora al Espíritu Santo cuya acción se opera en ella y a través de ella.
 
Del mismo modo el aceite, myron o chrisma, por la epíclesis se convierte en 'el carisma de Cristo productivo del Espíritu Santo mediante la presencia de su divinidad'. Es la doctrina común a todos los Padres. El Espíritu Santo está en el crisma igual que está en el agua bautismal, actúa en él y a través de él.
 
La materia cósmica se convierte de este modo en conductora de la gracia, vehículo de energías divinas" (ibíd., p. 122).
 
La nueva creación es anticipada ya en la materia sacramental de la liturgia.