De la mano de un gran adorador, Carlos de Foucauld, entremos en el misterio y en la fecundidad de la adoración eucarística.
 
 
Su vida, como sacerdote, transcurrió entre los tuareg, solo, con la Presencia de Cristo, la Eucaristía, a la que él adoró y amó por todos, en reparación por todos, derramando así ríos de gracia sobre todos.
 
También se evangeliza y se ayuda a la Iglesia en las horas y momentos de estar de rodillas, o postrados en el suelo, adorando a Cristo en el Sacramento.
 
 

Este contemplativo nos educa a nosotros hoy.

 
"¡Qué inmensa alegría, mi Dios!
 
Pasar más de quince horas no teniendo otra cosa que hacer más que mirarte y decirte: '¡Señor, te quiero!'
 
¡Oh, qué dulce alegría!" (Carta a Marie de Bondy, 19-enero1903).
 
 
"La adoración del Santísimo Sacramento es el descanso, el refrigerio, la alegría" (ibíd.).
 
 
"Adorar la santa hostia, éste debería ser el fondo de la vida de todo hombre" (Carta a Suzanne Perret, 15-diciembre1904).
 
A los pies del Sagrario, cuando nos paramos tranquilamente con el Señor, y a los pies de la custodia, cuando se expone el Santísimo, se vive la paz de Cristo y se adora, se ama, se le mira, se recibe cuanto Cristo nos da.
 
"Aquí estamos a las puertas de la eternidad. Casi nos creemos allí, estando aquí, al mirar estos dos infinitos del gran cielo y del desierto: a vosotros que os gusta ver acostarse el sol que, descendiendo, canta la paz y la serenidad eternas, os gustaría mirar el cielo y los grandes horizontes de esta pequeña Fraternidad.
 
Pero lo mejor, el verdadero infinito, la verdadera paz está a los pies del divino Tabernáculo. Ahí, ya no es una imagen, sino la realidad en la que está todo nuestro bien, nuestro amor, nuestra vida, nuestro todo, nuestra paz, nuestra felicidad: ahí está todo nuestro corazón y toda nuestra alma, nuestro tiempo y nuestro eternidad, nuestro Todo" (Carta a Marie de Bondy, 4-febrero1903).
 
Estos gozos y estas miradas de infinito y de felicidad se presentan cuando estamos a los pies de Jesús, en el Sagrario, o en la custodia.
 
La adoración eucarística es un trozo de cielo, que acrecienta en el alma la perspectiva de la eternidad que será amar a nuestro buen Jesús y ser amados por el divino Salvador