Sólo un poco. Un poco es sólo lo que me pides, Dios,
pero yo lo trastoco todo a la velocidad del pecado
(y no me importa repetirme y rubricarlo por escrito de nuevo).
Soy un consumado especialista en efectos espirituales,
en omisiones, en aparentar que sí, que bueno, que ya, que voy,
que mira lo piadoso que soy y eso. Hasta lo hago de rodillas
o con los brazos en cruz, en un perfecto equilibrio de tibieza
camuflada en sentimentalismos y en un órdago de relucientes propósitos.
Hasta hay quien se lo cree y todo. Y dicen que soy bueno... ¡Serán bobos!
En definitiva ¿qué es lo que yo Te doy? Sólo palabras. Una verborrea
de intenciones a medias y poco más. Estoy muy ocupado.
Pasas por mi lado, me mandas recados (con ángeles, poemas o correos),
pero nada, Dios, nada, ni caso. Demasiado transido de emociones
que no vienen a cuento, de novelas suecas de género negro o de biografías
del tiempo que guardo para mí. ¡Tengo derecho! Mira los otros.
Un poco me pides, Yahvé. (¿Sólo? No me fío).Un poco de mí. De lo mío.
Espera. Eso es lo que siempre Te digo: espera. Y no me atrevo
a mirarte a la cara en el sagrario. A los ojos de Cristo. Es demasiado
para mí. Lo mejor es un término medio, ¿no crees?, un ir a mi aire,
sin estridencias ni sofocos, si Tú lo sabes todo, si ya sabes que Te quiero,
y que voy, y que estoy de Tu lado, faltaría más, aun cuando peco.
Lo sé. Sí, sí, lo sé. Sé que me pides todo, que no Te conformas con menos.
Y busco acomodo en Tu misericordia. Tan infinita y confortable.
Pero no paras, Dios, no paras de buscarme las cosquillas. ¡Más, más, más!