Donde está el amor, allí
está Dios; donde está el odio,
allí está el infierno.
-Van Thuan-
 
En mi época de secretario particular del Arzobispo de Pamplona-Tudela, Mons. D. Francisco Pérez González, cuando íbamos a las confirmaciones, solíamos quedarnos a cenar con los sacerdotes y catequistas. En uno de los pueblos del cinturón de Pamplona, un catequista  comentó:
 
-Yo soy nieto de «García», asesinado por ETA en «X», cerca de Pamplona. El asesino de mi abuelo ya está libre y vive en el pueblo. Hay veces que me lo cruzo por la calle; se para frente a mí, levanta la mano, me apunta y hace un gesto con el dedo como si estuviera disparando.  
Siento que me hierve la sangre y me entran ganas de saltarle al cuello porque soy más joven y fuerte que él, pero me acuerdo que soy discípulo de Cristo que me enseña a querer a mis enemigos y, por eso, haciendo un gran esfuerzo, trato de mirarlo con amor y rezo por él.
 
Esta es la gran diferencia. Unos quieren imponer su mundo por el odio y la violencia; otros, los cristianos, proponemos el amor, consecuencia del Amor.
 
Hay hombres que no han aprendido a amar; por eso no pueden revelar nada a los demás, ni expresarles cosa alguna viviente. Sus obras son frías y lúgubres como el eco de un castillo inhabitado.
 
Sin embargo, la caridad es el seguro distintivo del cristiano porque antes de decidir qué debe hacer para realizar alguna cosa, ora y, después, actúa como lo haría Jesús en casos  semejantes.
 
Ante la injusticia, la violencia, la imposición veces habrá que sen- tiremos hervirnos la sangre; pero debemos llenarnos de energía para que cada día, todos los días, antes de ir a la cama, podamos decir: Hoy he amado todo el día. A todos.
 
Y sentiremos que nos hierve la sangre, pero de otra manera.