Me dolió el corazón cuando vi que la Corte Constitucional de Colombia despenalizó el aborto en cualquier causal hasta la semana 24 (¡seis meses de embarazo!) y después de este período lo dejó viable para las tres causales que conocemos y que se han prestado para tantas manipulaciones. Me dolió el corazón ver a tantas mujeres, con su pañuelito verde, celebrando que cinco magistrados hayan decidido por 50 millones de colombianos, dando vía libre a esta práctica que mata niños bien formados en el vientre de su madre; que se comen el cuento de “mi cuerpo mi decisión” y que no se dan cuenta de que se trata de vidas humanas, de las vidas de sus propios hijos. No se están sacando el apéndice, se están sacando el niño que llevan dentro, un niño que en la ecografía se ve cómo lucha por huir de la aspiradora, de las pinzas trituradoras o que siente los quemones de la solución salina para eliminarlo en cuestión de minutos (por algo no dejan ver las ecografías a las madres, por algo Abby Johnson pasó de dirigir una de las filiales de Planned Parenthood a ser una activista provida cuando vio la ecografía de un aborto). Conozco (y quizás quien lee esta columna también conoce) personas que han nacido a los seis meses, que llevan una vida normal. Matar un ser de esta edad es un infanticidio. 

Asistí hace poco a un panel sobre el aborto que ofreció la Pontificia Universidad Católica de Chile. Quiero parafrasear algunas reflexiones que presentó María Alejandra Carrasco, una de las ponentes. Ella hablaba de cómo los defensores de la mal llamada “interrupción del embarazo” (no se interrumpe. Se acaba con él) claman por el aborto legal para acabar con esta práctica clandestina que pone en riesgo la vida de la madre. Es, decía la académica Carrasco, como pretender legalizar los robos para que no haya robos con violencia. Para que el robo sea seguro. Para que el ladrón no tema por su vida.

Veo los movimientos a favor del aborto como intentos de dar respuesta a la conducta machista que ha traído grandes desigualdades durante siglos ¡Cuántas mujeres han sido abandonadas por su pareja a la hora de quedar embarazadas! ¡Cuántas han tenido que criar solas a sus hijos! El aborto no pone solución a esa tremenda injusticia. La enfrenta con una injusticia mayor que trae de por medio la muerte de un inocente. 

El aborto es otra guerra que genera una enorme desigualdad, que le niega la posibilidad de vivir al niño no deseado y que impide que se tomen medidas para avanzar en una mejor distribución de las responsabilidades familiares. Es otra guerra contra la cual es necesario luchar brindando apoyo a las madres vulnerables y ofreciéndole a nuestros jóvenes una formación adecuada sobre la sexualidad responsable, donde primen el amor y el compromiso con el otro. Esa es la solución que genera justicia, equidad, igualdad y respeto. 

 

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