SI QUIERES, QUIERES
El amor no es un sentimiento. La simpatía, la compasión, la solidaridad, la atracción física, el enamoramiento sí lo son.
Amar es un acto de la voluntad. Por eso es posible amar a quien no te quiere, a quien pasa de ti, a quien te hace daño.
En eso Cristo no usó su naturaleza divina sino su naturaleza humana, para dejarnos señalado el camino.
Yo no estaba allí para verlo pero supongo que desde bien pequeñito, como todos los niños, aprendió a amar primero a sus padres, a sus abuelos, a sus amigos… y así, al ir pasando el tiempo, tendría experiencias de desengaño con algún amigo, de antipatías con algún maestro o vecino, como nos ha pasado a todos alguna vez. Y como ser humano perfecto su corazón lo notaría, se dolería; pero siempre eligió amar, perdonar, no guardar rencor, tratar bien a todos, pasar haciendo el bien.
Ese entrenamiento de toda una vida (corta, por cierto) le llevó a la victoria en la Cruz. Nos dio una lección magistral no sólo a los cristianos sino a toda la Humanidad: en vez de dejarse llevar por la ira y la locura del terrible dolor físico y echar por esa boca lo que no está escrito, optó por pronunciar palabras de perdón, de acogida, de preocupación por los demás, de su propia necesidad (“tengo sed”). Optó por amar y te aseguro que no fue sentimentalismo sino voluntad.
A ver, ¿qué ser humano que haya sido detenido sin motivo, humillado y golpeado, juzgado sin justicia, condenado sin pruebas y torturado hasta la muerte se deja llevar en su agonía por el sentimentalismo para decir frases bonitas? ¡Vamos hombre, no fastidies!
Se han dado casos de conductas así, es verdad, y todos nos quedamos alucinados porque cuando nos hacen daño lo que no sale es saltar y jurar en arameo. Ya lo dijo el mismo Jesús en el Evangelio, que la boca habla de lo que hay en el corazón. (Lc 6, 45: (…) porque de la abundancia del corazón habla la boca.”)
No sé tú, pero yo cada vez que me quemo con la plancha, o que me salta el aceite de la sartén o me pillo con la corredera de la terraza ni sonrío bucólicamente ni digo frases bonitas, sino que suelto un espontáneo “¡Miér (coles)!”, “¡Jo (lines)!” o “¡Me (cachis) en la mar!”
Por eso cuando alguien en una situación extrema de gran sufrimiento causado por otras personas es capaz de no devolverla doblada, de no odiar al que le hace daño y además le perdona, flipamos, no lo entendemos. Pensamos que una de dos: o está loco o es un santo.
Pero nos demuestra que ES POSIBLE, que si queremos PODEMOS, que es una decisión personal y claramente un acto de la voluntad.
Por eso hay matrimonios que no duran ni dos telediarios y otros que terminan sólo con la muerte por ancianidad, porque unos  no quieren amar más y otros quieren seguir amando a pesar de los defectos y puñetitas de la respectiva media naranja.
Optan por seguir amando aunque se haya puesto gorda, o se haya quedado calvo, o ya no le haga gracia el lunarcito del cuello porque le han salido pelos: real como la vida misma.
Está claro: si queremos, podemos. O mejor dicho: si queremos, queremos (amamos).