Dime cuales son las oraciones de un hombre
y te diré cuál es el estado de su alma.
La oración es el pulso espiritual.
-John Charles Ryle-
 
En el periódico «Información» de Alicante apareció la aventura de un surfista que se adentró en la mar y fue arrebatado por la corriente del Cabo San Vicente   y estuvo más de dieciséis horas luchando para mantenerse a flote.
Invitado a una tertulia relató su odisea. Alguien le preguntó si había rezado.
- Toma, pues claro - dijo -. Empecé con el Credo, que no me salía ni a tiros; luego traté de acordarme del «Señor mío Jesucristo», pero no pasaba de la segunda frase. Después empecé el Padrenuestro y vi que pude terminar, pero me distraía. Lo que de verdad me salía entero era el «Jesusito de mi vida…» así que lo recé muchas veces en aquellas dieciséis horas, cuando creía que me iba a morir.
En las situaciones de apuro sale a flote lo que uno lleva dentro. Hay momentos en la vida en los que Dios es el único asidero que queda. Si uno no se agarra a Él, se hunde.
Y para hablar con el Señor no hace falta literatura. Lo mejor manera es la manera de cada uno: con sinceridad y sencillez.
¡Qué bien lo dice José María Pemán!:
 
La pastorcilla aprendió el «Padrenuestro» de niña.
Cuando la halló el ermitaño ya rezarlo no sabía
Que en diciendo: ¡Padre! tantas ansias de amor le venían
Que las palabras que siguen olvidadas las tenía.
Su oración se quedó en «Padre»; pasar de ahí no sabía.
La oración así tronchada: ¡Cómo a Dios le agradaría!
 
Para hablar con Dios no hacen falta las palabras, a veces las palabras que más dicen son la que quedan sin pronunciar. 
Es la fidelidad y la hondura del corazón lo que Dios quiere más. Bien podemos hablar a Dios, pero tenemos que hablarle, sobre todo, con los dichos que no se dicen, con el palpitar del amor: Jesusito de mi vida... Padrenuestro...