“Miré en torno, pero no había nadie, nadie a quien pedir consejo y que pudiera responder” (Is 41,28)  “La ciencia del sabio crece como un torrente y su consejo como fuente de vida”. (Teclo 21,13)
   La duda forma parte de nuestra vida. Siempre somos buscadores de la verdad. En las realidades humanas porque el desarrollo nos descoloca continuamente; en las cosas de Dios, porque siempre nos queda un fondo infinito que descubrir. Cuando en la duda de fe, encontramos un consejero idóneo con nueva luz es iluminada nuestra tiniebla palabra con seguridad. El buen consejero no siempre coincide con los sabios y entendidos. Esta obra de misericordia no es un consultorio de expertos titulados, sino la trasmisión de una palabra iluminadora después de una escucha paciente.
    Es curioso cómo todos experimentamos la necesidad de consejero. Aun los confesores, que habitualmente recibimos tantas consultas, cuando nosotros tenemos el mismo problema, no somos capaces de resolverlo sin consultar. Tener una persona en quien confiar, es un tesoro inigualable. Si es nuestro Confesor, la dicha será enorme. Somos complicados y el fiel consejero nos ilumina nuestra propia realidad.
    Vivimos en una sociedad de la muchedumbre o sin padres. Pocas personas disponibles y menos con autoridad para disipar o iluminar nuestras dudas más profundas. Las referencias comunes se han disipado y esto produce: desorientación, falta de valores, vagabundeo afectivo, crisis de las utopías, incertidumbre. Mucha información y poca interiorización.
   Tomamos decisiones importantes con sensación de improvisación. Más que nuca necesitamos personas que por su solidez y madurez puedan servirnos de referente para surcar las agitadas aguas en que nos movemos. Al no haber nada seguro, el relativismo campa a sus anchas. Todo es válido si me divierte y entretiene.
  
    Dios se entristeció al contemplar a su pueblo desconcertado y sin profetas veraces: “Porque vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la medida de sus propios deseos y de lo que les gusta oír; y, apartando el oído de la verdad, se volverán a las fábulas”. (2 Tm 4, 3-4) La propia experiencia es fuente de sabiduría: “Bebe agua de tu propia cisterna, la que mana dentro de tu pozo”. (Prv 5,15) “No os fijéis en mi tez morena, pues el sol me ha bronceado. Mis hermanos se enfadaron conmigo; me pusieron a guardar las viñas. ¡Y mi propia viña no la guardé! (Cant 1,6)
   Un buen consejero:
     - No suelta un rollo destinado a imponer sus propias ideas.
     -Tampoco hace un interrogatorio sobre la intimidad de la persona.
     - No convertirá el diálogo en una discusión acalorada que genere tirantez y desencuentro.
     - Ni será una tertulia amistosa que cree dependencia.
     - Sabrá escuchar con sencillez.
     - Tener paciencia infinita.
     - Dejar que el otro nombre la situación.
     - Reformular al otro lo que está comunicando.
     - Buscar la raíz de las cosas: “¿Cuál es la razón, Israel, de que sigas en un país enemigo? … ¡Abandonaste la fuente de la sabiduría! Su hubieras seguido el camino de Dios, habitarías en paz para siempre. Aprende dónde está la prudencia, dónde el valor y la inteligencia, dónde un larga vida, la luz de los ojos y la paz”. (Bar 3, 915) Excluido Dios nos rodeamos de ídolos que no duran más alá del primer encanto y que están mudos. Sin espacio interior, hambreamos mensajes; saltando de uno a otro: mente desván de trastos oKupas. “Un plan meditado es agua profunda, el hombre sagaz sabe sacarla”. (Prv 20,5)  Solo puede aconsejar quien es paciente con sus propios errores. Si ves a un hombre sabio, corre tras él, que tus pies desgasten el umbral de su puerta.
   “Nos e puede corregir a una persona sin amor y caridad. No se puede hacer una operación quirúrjica sin anestesia: no se puede porque el enfermo moriría de dolor. Y la caridad es como una anestesia que ayuda a recibir la cura”. Papa Francisco