El Cardenal Segura coronó, el 13 de agosto de 1928, a la Virgen de la Peña de Brihuega (Guadalajara). A la derecha de la fotografía el beato Justino Alarcón de Vera, maestro de ceremonias del Primado.

El miércoles 24 de junio de 1931, El Castellano publica Una interesante carta de Guadalajara sobre la actuación de aquellos católicos en defensa del señor Cardenal. Podemos leer en la primera página del mencionado día:

Recibimos la siguiente carta:

Señor Director de EL CASTELLANO.- Toledo

Mi distinguido señor: Los católicos de Guadalajara, para quienes tenía la Providencia reservada la triste hora de la detención y expulsión de su amado Prelado, seguimos con interés la información de este suceso publicada por el periódico de su digna dirección, por ser la que más nos afecta, ya que es la del diario católico de la metrópoli de nuestra diócesis.

En dicha información hemos podido advertir que desconoce EL CASTELLANO algunos extremos de interés relacionados con el triste acontecimiento antes aludido y que demuestran evidentemente la intervención de los fieles seglares de esta capital. Por este motivo, me dirijo a usted por la presente, que le encarezco acoja hospitalariamente en las columnas de EL CASTELLANO, para que sepan los católicos de Toledo que los de ésta hemos actuado según la medida que el estupor y las circunstancias nos han permitido.

Los primeros que se personaron en el Gobierno civil de la provincia, en nombre propio y en el del canónigo señor Cortés[1], que subía al púlpito en aquel momento, fuimos el señor Rodríguez (don Adolfo) y el que suscribe.
Recibidos por el gobernador señor León Trejo, al exponerle nuestro deseo de saludar a Su Eminencia, se nos negó de manera terminante por dicho señor que, en frase memorable, pero de difícil interpretación, nos dijo que “era cristiano como nosotros, por estar bautizado; pero católico durmiente”.

Unidos al señor Cortés cuando salimos del Gobierno civil y a los señores Ortega (don Antonio) y Cordavias (don Luis), de cuyos señores había solicitado el señor Cortés que le acompañaran, en vista de nuestra tardanza en regresar del Gobierno para que le presentaran al gobernador, fuimos todos a dar aviso al señor Arcipreste, quien tenía solo una noticia vaga de la detención, la cual trataba de esclarecer el presbítero señor Sevilla, quien, en su ansiedad, dudaba de nuestra aseveración de haber visto al señor Cardenal, hasta que hubo de imponérsele con la autoridad de su persona el señor Cortés y suavemente obligarle a que sin dilaciones fuéramos todos en busca del señor Arcipreste.

El señor Cortés logró hacer llegar las primeras noticias que se tenían a la familia de Su Eminencia en Madrid, y comunicó dos o tres veces con Toledo. Nosotros los seglares iniciamos todo un plan de defensa del ilustre detenido; comenzamos a pensar en la recluta de campesinos creyentes en los pueblos limítrofes para contrarrestar posibles desmanes de los elementos díscolos de la capital. Iniciamos un movimiento de señoras católicas, que se presentaran ante el Gobernador para obtener el máximo respeto al Prelado. Y, sobre todo, hasta tanto que Su Eminencia no estuvo seguro, y viendo que a los sacerdotes, por sus hábitos, les era difícil una vigilancia disimulada, montamos en los alrededores del Gobierno civil una guardia de señores que nos mezclábamos entre los obreros y, aun a veces, entrábamos en el Gobierno civil.

Por indicación del mencionado señor Rodríguez, fueron requeridos por un agente de vigilancia los señores Arcipreste[2] (fotografía de la izquierda) y Cortés, quienes en nombre de la primera autoridad civil de la provincia hablaron con Su Eminencia del hospedaje en los Padres Paules.

Por indicación nuestra, al salir del Gobierno civil el señor Cardenal se le condujo en un auto cerrado, y no en uno abierto, al que se le dirigía; en el dintel mismo de la puerta oímos la voz indignada del señor Cortés que suplicaba al chófer del señor gobernador se diera prisa, diciéndole: -Chófer, arree usted pronto, no por los gritos que se oyeron en estos momentos, sino por la irritante pasividad de las autoridades, que unas estaban entre los grupos y otras miraban “durmientes” desde el balcón.

Usted, señor Director, habrá comprendido leyendo entre líneas que los seglares no hicimos más porque era imposible hacer nada ante aquella confabulación ridícula que indignados hubimos de presenciar.

Pero queremos que en Toledo, donde tenemos familiares, y nuestra autoridad eclesiástica sepa con toda verdad lo hondo y amargo de nuestro dolor y el esfuerzo que en la impotencia ambiente hemos podido desplegar.

Gracias, señor Director, y disponga incondicionalmente de su atento seguro servidor y amigo, SALVADOR BLÁZQUEZ.
22 de junio de 1931
 

[1] Se refiere a Hernán Cortés Pastor, que era Canónigo de la Catedral Primada desde 1924 y que ejercía por entonces de Secretario del Cabildo. Después se trasladó a la Archidiócesis de Zaragoza, donde llegó a ser Deán de la Basílica del Pilar y Vicario General del Arzobispado
[2] Se refiere al Señor Arcipreste de Guadalajara, siervo de Dios Francisco Silvano Mariño Ortega que, además, era párroco de la iglesia de Santiago Apóstol de dicha ciudad. Sufrió el martirio el 9 de agosto de 1936.