MARÍA MÍRAME

 (Inspirado en la canción “María mírame”, del grupo Betsaida)

Mi canción mariana preferida es “María mírame” del Grupo Betsaida, y la autora se inspiró en unas palabras de San Alberto Hurtado que vienen a decir que si María nos mira, como Jesús no aparta sus ojos de Ella, también nos mirará a nosotros al seguir su mirada.

María es Emperatriz del Universo, Reina del mundo; pero antes que emperatriz y reina es Madre. María es mi Madre buena, mi Madre guapa, mi Mamá. Ella me coge en brazos cuando me hago pequeña en su presencia, me estrecha contra su corazón, me arrulla, me canta bajito, me besa y me dice cosas tiernas hasta que me tranquilizo y recupero la paz.

Como todas las madres, sabe cuándo la necesito, cuándo no estoy bien, cuándo algo va mal y se anticipa a buscar el remedio aunque yo tarde en pedirle ayuda.

María mírame, madre mía dame la mano, que tengo miedo de andar sola.  Tú eres más madre que reina, lo decía santa Teresita de Lisieux.  Pero es que además eres la madre del rey, o sea que le puedes mandar.  Pero donde las personas se quieren no hace falta mandar, ni siquiera pedir por favor: basta una mirada o un gesto.  Pídele tú así por mí a tu Hijo, a tu Esposo, a tu Padre.  Eres la criatura preferida de Dios: te preservó del pecado, te creó para que fueras su madre, su esposa.  “Todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza”.  ¿Acaso sería capaz de negarte nada?  ¡Si hasta adelantó sus milagros porque tú se lo pediste! (ni en esa ocasión pedías para ti, sino para ayudar a esos novios que iban a quedar fatal ante sus invitados; y lograste que sus discípulos creyeran en Él).  A todo te dice que sí, ¡te quiere tanto!  Y tú a Él.  Le llevaste dentro de ti durante nueve meses sintiendo su vida en ti, imaginando su cara, sus manos, sus ojos...  su risa y su llanto, su vida.  Después le diste a luz y ¡por fin pudiste estrecharlo contra tu corazón, que ya le quería tanto!  Le alimentaste con la leche de tu pecho en una intimidad única;  durante mucho tiempo le lavaste, le vestiste, le acunaste, le cubriste de besos y caricias.  Le diste toda tu vida desde el “hágase en mí según tu palabra” y toda tu existencia gira ya en torno a Él.  Nunca te reservaste una parcelita para ti sola.  Y Él, que es Dios, no me extraña que quisiera evitarte la muerte, que es consecuencia del pecado.

Si tú me miras Él también me mirará.  Y yo, que soy más frágil que una florecita del campo de las que ni se ven, necesito su amor para no morir de frío.  Si Él dejara de mirarme me moriría.  Si dejara de pensar en mí sólo un segundo, desaparecería.  Si perdiera el interés en mí me esfumaría.  Si dejara de quererme no soportaría la vida.

Madre mía mírame, de la mano llévame muy cerca de Él, que ahí me quiero quedar.  Méceme, duérmeme en tus brazos, junto a tu corazón, como a Jesús de pequeñito.  Y arrúllame, cántame las mismas nanas que a Él.  Bésame, hazme caricias.  Mímame, que en tus brazos quiero descansar.

Debes de ser muy guapa.  ¡No iba a elegir Dios para madre suya a una mujer fea!  Y tu voz será dulcísima, y seguro que eres deliciosa y encantadora...  Tus ojos cálidos, profundos, Jesús los ha heredado, y tu mirada abraza a quien la recibe.  Son transparentes, el espejo de tu alma.  Tu sonrisa franca y acogedora.  Por eso da confianza acercarse a ti.  ¿Estoy loca? ¡Eres también madre mía!

Dios mío: ¿podré darte suficientemente las gracias durante el resto de mi vida?

Siento debilidad por mi Madre María porque Ella tenía preparado un regalo sorpresa para mí en Medjugorje y no paró hasta conseguir que fuera hasta allí para dármelo.

Yo no sé si en ese lugar se aparece la Virgen de verdad pero sí te digo que hay algo especial. Por supuesto a Dios y a la Virgen te los puedes encontrar aquí mismo, sin salir de tu ciudad, pero allí Ella derrama a manos llenas las gracias que Dios quiere conceder a sus hijos. Allí ocurren cosas misteriosas, cosas grandes: conversiones, sanaciones del alma, curaciones físicas y psíquicas, descubrimiento de una vocación específica, cambios de vida…. y no digamos la de confesiones que hay al cabo del día, en un montón de idiomas.

En Medjugorje he experimentado en mi propia piel que el amor de Dios y de la Virgen hacia el hombre no es una bonita historia que te cuentan desde que eres pequeño para que seas bueno, ¡qué va!: es la realidad más auténtica que existe.

Allí la Virgen me mostró la ternura infinita que desborda de su corazón de Madre y la inmensa delicadeza del amor de Dios Padre. Y al hacerlo no sólo sanó las heridas de mi alma sino que el origen de mi curación definitiva está en esa certeza de que Ella es mi Madre.

Es Madre de misericordia. En su corazón no hay sitio para el egoísmo ni la vanidad, no se busca  a sí misma ni ver realizados en sus hijos sus propios deseos, como a veces hacen las madres. No, Ella sólo tiene un deseo: hacer la voluntad de Dios. Y ¿qué es lo que Dios quiere? “(…) que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2,4)

La Virgen María busca nuestro bien, nuestra felicidad. Es la mediadora entre nosotros y Dios.

Si tú me miras Él también me mirará. Madre mía mírame, de la mano llévame muy cerca de Él, que ahí me quiero quedar. En tus brazos quiero descansar.