CARTA PASTORAL DEL EMMO. Y RVDMO. DR. D. PEDRO CARDENAL SEGURA Y SÁENZ, ARZOBISPO DE SEVILLA


 
LA FAMILIA CRISTIANA COMBATIDA
 
Nunca, tal vez, como ahora, se ha sentido la necesidad de amparar a la familia cristiana. Es tan tenaz, tan general, tan despiadado el ataque que se ha entablado en el mundo contra la familia en general, y contra la familia cristiana en especial, que si ella no fuera obra de Dios, bien podríamos temer su total ruina.
 
Oportuno es comenzar recordando que la destrucción de la familia es una de las aspiraciones de la revolución triunfante en Rusia. El hogar es el blanco de una guerra sistemática por parte de aquellos desgraciados; la familia, según los principios de su moral, ha de ser reemplazada por el partido comunista.
 
En aquel régimen que, con insaciable ambición, aspira a enseñorearse de toda la tierra, y que en uno de sus congresos llegó a decir que “es imposible hacer ninguna revolución mientras exista la familia y el espíritu familiar”, considérase la familia como antisocial.
 
De aquí que, utilizando todos los medios de perversión y con un abuso intolerable de la fuerza, procuren los que tienen las riendas del poder en aquella desventurada nación, destruir la familia, comenzando su porfiada y funesta acción demoledora desde la escuela misma.
 
En su insensatez se han creído con poder bastante para borrar el nombre de Dios en la tierra y destruir su obra maestra de la familia.
 
Mas no está circunscrita la lucha contra la familia y, en particular, contra la familia católica solo a aquel país, digno de compasión, sino que se extiende ya con caracteres alarmantes hasta los últimos confines de la tierra, y aun ha penetrado en recintos que parecían infranqueables.
 
Preténdese cegar la fuente misma de la familia cristiana, que es el santo matrimonio, al que raudamente se combate con las armas más innobles desde la cátedra, desde la prensa, desde la tribuna, desde los mismos Parlamentos.
 
Preténdese romper las columnas en que estriba el hogar, que son las propiedades del matrimonio insustituibles, inconmutables: la unidad y la indisolubilidad.
 
El infierno ha puesto en pie de guerra todos sus emisarios, todas sus fuerzas, para combatir a la familia, para mancharla y envilecerla, para disgregarla, para socavar sus cimientos, para destruirla, si tanto pudiera.
 
Se combate la santidad del matrimonio y del amor cristiano; se siembran en la juventud gérmenes de rebeldía y desobediencia; se multiplican los atractivos fuera de la familia; se menosprecian las virtudes domésticas; se propagan sin el menor recato -¡a tanto ha llegado el mal!- doctrinas perniciosas que, preconizando los deleites groseros de los sentidos, condenan y matan la noble austeridad de la vida de la familia y destruyen los cimientos mismos de la vida cristiana.
 
La misma organización de la sociedad actual, con su actividad vertiginosa, con sus luchas políticas y sociales, con sus industrias y multitud de empleos que dispersan a los miembros del hogar, con la participación creciente de la mujer en los negocios, en el trabajo y en la vida pública, con las facilidades que ofrece para viajes, recreos, diversiones y placeres, ayuda a la decadencia y disgregación de la familia con eficacia tanto mayor cuanto es más difícil el remedio.
 
DEFENSA DE LA FAMILIA CRISTIANA
 
Pero la magnitud del mal no ha de causarnos desaliento, antes al contrario, ha de espolearnos para salir a la defensa de la familia amenazada.
 
La promesa de perennidad hecha por Dios a la Iglesia, es prenda de protección a la familia cristiana y garantía de que tampoco prevalecerán contra ella las potestades del infierno.
 
Mas es preciso que, cuando los enemigos de la Iglesia, que por eso mismo lo son de la soledad, pretenden abrir brecha en el baluarte de la familia, los católicos unamos nuestros esfuerzos y, como ejército disciplinado, salgamos sin demora a su defensa.
 
Así lo han entendido en las demás naciones los adalides de la causa católica, que han cercado de muro y contramuro la familia cristiana, sobre la que velan de día y de noche como quien sabe que en ella va su salvación.
 
El papa Pío XI, de feliz recordación, dirigiéndose al Congreso Nacional de la Unión Femenina Católica Italiana, el 17 de septiembre de 1922, decía que “es necesario preparar un plan de acción, sobre todo en defensa de la familia en todo el frente, de todos los lados y en todas las direcciones”.
 
Es, pues, necesario que nuestras organizaciones de Acción Católica se apresten a defender esta institución básica con empeño tanto mayor cuanto es más grave el peligro y más tenaz la guerra de los enemigos.
Un puesto señalado en esta lucha corresponde a las asociaciones de “Padres de Familia”, a la Acción Católica Femenina y a la prensa católica.
 
En pocas obras podrán emplear más útilmente sus fuerzas, ya luchando contra los múltiples agentes que tienden a enervar o disolver la familia, ya divulgando las doctrinas cristianas, que son el fundamento más firme de la institución familiar.
 
Preciso es que todos los buenos católicos unan y coordinen sus esfuerzos para poner un dique al mal que se propaga con ímpetu de torrente.
 
Solo con una acción metódica sostenida, constante, perfectamente disciplinada, que se extienda a las leyes, a la enseñanza, a la prensa, a los espectáculos y diversiones, a las mismas instituciones sociales, se logrará contrarrestar los principios de disolución que por doquier amenazan a la familia.
 
Pero, sobre todo, urge instaurar en la familia misma, la vida sobrenatural y cristiana, haciendo que el hogar sea templo y escuela de virtud.
 
La acción mancomunada de padres, maestros y sacerdotes, producirá en este orden, como en tantos otros, frutos saludables, eficacísimos, contribuyendo cada uno en su esfera de acción a formar familias que sean esperanza de la patria y de la Iglesia.
 
Mucho importa combatir a los enemigos; pero, como la familia misma tenga vida robusta -y no podrá tenerla si no es cristiana- llevará en sí un principio de fuerza y energía que frustrará muchas acometidas y hará vanos muchos intentos de los adversarios.
 
EL SOSTÉN DE LAS FAMILIAS
 
Ante la muchedumbre de peligros que por doquier amenazan a la familia cristiana en su vida y constitución íntimas y aun en sus mismos cimientos y principios, vuélvese instintivamente la vista hacia la Santa Familia de Nazaret.
 
Allí se nos muestra el dechado y ejemplar de la verdadera familia cristiana, fundada en la virtud, sostenida por el amor casto y puro, probada y robustecida por el sacrificio.
 
Y dentro de aquella Familia, el que era cabeza de ella, el glorioso patriarca san José, ofrécenos el ejemplo de una vida consagrada por entero a la que todas las generaciones saludan por ideal de esposas y madres, y al que es prototipo perfecto de hijos.
 
Vida oscura, humilde, laboriosa, sin más horizonte en la tierra que el pobre hogar que sustentaba con su trabajo, pero abierto de continuo a las influencias y gracias del cielo que santificaban sus afanes, endulzaban sus sacrificios y hacían no solo llevadera, sino amada y deseada, la austeridad del recogimiento.
En las letanías aprobadas por su santidad Pío XI en honor de san José, contiénese esta invocación: Sancte Joseph, familiarium columen, ora pro nobis. (San José, sostén de las familias, ruega por nosotros).
 
Sostén y amparo de las familias es el santo patriarca con su ejemplo.
 
Y lo es, también, por su intercesión y ayuda. ¿Qué gracia se negará en el cielo a quien en la tierra obedecían Jesús y María? Y, ¿dónde buscar amparo más eficaz que en la protección de aquel que fue constituido cabeza de familia, a quien por excelencia corresponde el calificativo de santa?
 
El papa Pío XI le dio el título de Protector de la Iglesia, la cual es como continuación de la Familia de Nazaret.
 
Si, pues, el santo patriarca es protector de esta gran familia de la Iglesia, ¿cómo no ha de serlo, por ese mismo título, de los hogares cristianos que son semilleros y plantel de que la Iglesia se nutre y recibe continuos incrementos?
 
A medida del peligro crezca nuestra confianza en el glorioso patriarca, que, como tan unido a la obra general de la Redención, no podrá menos de amparar a esta fundamental institución de la familia, de cuyo porvenir depende, en gran parte, el porvenir mismo de la Iglesia.
 
Sacrarium virtutis, “sagrario de la virtud”, llama la Iglesia a la Familia de Nazaret.
 
Sea, también, cada familia “sagrario de la virtud”, y tengamos por cierto que el patrocinio valiosísimo de san José la amparará contra todo linaje de enemigos, así externos como internos.
 
                               PEDRO, Cardenal SEGURA SÁENZ,
                                                           Arzobispo de Sevilla
 
(Esta carta pastoral de su Eminencia Reverendísima se publicó en el “Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado”, núm. 1342, de 15 de febrero de 1939).