Publicado por “El Debate”, el 16 de junio de 1931. Fue detenido el domingo por la tarde cerca de Guadalajara. —Sin justificársele los motivos de la expulsión, se le obliga a traspasar la frontera. —Estuvo alojado en la residencia de los Paules.


 
AYER, A LAS CINCO DE LA TARDE, PARTIÓ PARA EL EXTRANJERO
“Anteayer, a las cinco de la tarde, fue detenido por la Guardia Civil el Cardenal primado doctor Segura. La detención se verificó a las cinco de la tarde en la carretera de Madrid a Guadalajara y a un kilómetro de esta ciudad. Desde el sábado por la tarde la Guardia Civil tenía orden rigurosa de requisar cuantos automóviles circularan por las entradas y salidas de la población. Con motivo de este mandato, una pareja de la Guardia Civil, que desempeñaba el referido servicio, detuvo el automóvil en que viajaba el arzobispo de Toledo. Acompañaban a Su Eminencia, además de su hermano, el sacerdote don Quintín, su otro hermano, seglar, don Vidal, y el chófer que conducía el auto. La Guardia Civil registró el coche y cacheó al chófer. Luego invitó al Cardenal con todo respeto a que subiera al auto y siguiera hasta Guadalajara. De la respetuosa conducta de la Guardia Civil ha dado testimonio, según autorizadas referencias, el propio prelado en el documento de protesta que ha elevado al Gobierno.
 
EN EL GOBIERNO CIVIL
Su Eminencia, juntamente con sus acompañantes, fue conducido al Gobierno civil. Eran las seis menos cuarto de la tarde. Inmediatamente se difundió la noticia por toda la ciudad. El gobernador civil, señor León Trejo, telefoneó rápidamente al Ministerio de la Gobernación y a la Dirección de Seguridad, pero ni el señor Maura ni el señor Galarza se encontraban en sus respectivos despachos por estar ambos en el mitin electoral de Zamora. El jefe superior de policía de Madrid, en funciones de director de Seguridad, le contestó que se limitase a cumplir lo ordenado; es decir, detener al cardenal y obligarle a salir inmediatamente por la frontera de Irún. El prelado se encontraba entre tanto en compañía de sus hermanos en la Secretaría de Gobierno civil, bajo la vigilancia de la pareja de guardias que le había detenido.

Al serle comunicada la orden del Gobierno al cardenal Segura, contestó resuelta y dignamente que no era lícita esta expulsión y que solo saldría voluntariamente de España mediante una nota escrita y razonada. El señor León Trejo volvió entonces a telefonear a Madrid y se le contestó que, suspendidas por el momento las gestiones que venían realizándose, esperase nuevas órdenes.

Eran ya cerca de las ocho. A esa hora, el canónigo de Toledo, don Hernán Cortés, que se hallaba predicando unos cultos en la parroquia de San Nicolás, se enteró de lo ocurrido. Seguidamente, se dirigió al Gobierno civil con ánimo de visitar a Su Eminencia. Antes de llegar al edificio oficial, diversas personas le disuadieron de su propósito, porque había con respecto al arzobispo de Toledo una orden de incomunicación absoluta. Don Hernán Cortés se entrevistó entonces con el arcipreste de Guadalajara, señor Mariño, el cual se personó en el acto en el Gobierno civil.

Don José León Trejo acogió amablemente al arcipreste, pero le manifestó la orden terminante de incomunicación y por ello, que era imposible la entrevista que deseaba con el cardenal.
 
EN EL CONVENTO DE LOS PAULES
Como avanzaba la noche, el gobernador pensó donde podría alojarse el Cardenal, en calidad de detenido. Ni por un momento pensó en la cárcel. Estuvo dudando si recluir al Primado en las Adoratrices o en los Paules. Pero no creyó prudente alojarlo en el primero de estos conventos, por ciertos prejuicios del populacho contra las monjas, y prefirió la residencia de los Paules, que reúne buenas condiciones. Consultado el caso con el Gobierno, se avisó a los Padres, y Su Eminencia, acompañado de sus dos hermanos, del canónigo señor Cortés y del arcipreste y de varios agentes de Policía, se trasladó a dicho convento. Eran las doce y diez minutos de la noche. En todo este tiempo, el Cardenal se había negado a tomar alimento, a pesar de que se le había preguntado varias veces por orden del gobernador. En el momento de salir del Gobierno, unos grupos se apostaron frente a la residencia de los Paules, y comenzaron a lanzar silbidos, acompañados de vivas y mueras. Otro grupo replicó con vivas al Cardenal.

La población comenzó a inquietarse y el señor León Trejo, para prevenir posibles desmanes, se creyó en el caso de requerir el auxilio del gobernador militar, quien le facilitó treinta soldados de Aerostación, que acordonaron el convento en previsión de un asalto de las turbas. La noche transcurrió tranquila.
 
UNA MISA DE SU EMINENCIA
Los padres Paules recibieron cariñosamente al ilustre Prelado y le prepararon un alojamiento para descansar. A las seis de la mañana, poco después de haber sido abiertas las puertas del templo, el Cardenal Segura estuvo orando en un reclinatorio. Media hora más tarde dijo una misa que oyó la comunidad, y explicó, según su costumbre, el Evangelio. Después consintió tomar un vaso de café con leche.

Entre tanto, el gobernador civil recibía una orden del ministro de la Gobernación para que de un modo resuelto pusiera al Cardenal en la frontera. Se le comunicó así a su Eminencia y volvió a decir que para salir de España necesitaba una orden del Gobierno por escrito. Ante esta petición, el señor León Trejo, previa consulta a Madrid, se apresuró a entregarle, en nombre del Gobierno de la República, la citada orden en la forma pedida. El Cardenal quiso entonces formular un escrito de protesta y pidió tiempo para redactarlo. Le fue concedido un plazo de diez minutos y redactó un documento cuyo contenido desconocemos. El Cardenal insistió en que se le permitiese levantar acta notarial de su detención, a lo que se negó el gobernador ante la orden que tenía del Gobierno de la incomunicación del primado.

Entonces el prelado alegó que se encontraba enfermo. Hubo nueva consulta a Madrid. El señor Maura quedó en contestar al gobernador a las dos de la tarde. Pero como se retrasase la respuesta, el señor León Trejo creyó oportuno avisar al médico forense don Eduardo del Río. Dicho facultativo reconoció al prelado y dictaminó que, efectivamente, su Eminencia padecía una afección hepática y que le convenía guardar absoluto reposo. Pero que, dadas las circunstancias y en vista de que no se le había presentado un ataque agudo, estaba en condiciones de realizar un viaje con las debidas condiciones de comodidad.
 
ANTE EL TEMOR DE DISTURBIOS PÚBLICOS
Como la noticia de estas demoras en el viaje del cardenal se iban extendiendo por la población, crecía por momentos la efervescencia de las masas levantiscas. Sobre todo se temía que a las cinco de la tarde, al salir los obreros de la fábrica de automóviles Hispano, organizaran una manifestación tumultuosa. Así se lo comunicó el Gobernador al ministro, quien le notificó a su vez que en aquel momento salían para Guadalajara el comisario general de Policía, señor Maqueda, acompañado de dos agentes, los señores Villalba y Galuares, y del médico de la Dirección de Seguridad para expulsar al cardenal.
 
SALE EL CARDENAL
A las cuatro y veinticinco el comisario y los agentes se personaron en el convento de los Paules. En el interior del cenobio se encontraban unas parejas de la Guardia Civil y varios agentes de Guadalajara. Su Eminencia había descansado unos instantes después del frugal almuerzo. El señor Maqueda requirió al cardenal Segura, en nombre del Gobierno, para que saliera de España. El Prelado con toda serenidad no opuso entonces dificultad alguna, y minutos después salía de la residencia de los Paules, acompañado por los citados policías. Vestía hábito de presbítero corriente. El rostro estaba demacrado y sombrío, pero la mirada suave reflejaba una extraordinaria fortaleza y virtud.

Al aparecer en la puerta, un grupo numeroso prorrumpió en vivas a la República y mueras al clero y al Cardenal. Otro grupo reducido de personas contestó con vivas al Primado y a la religión católica. Su Eminencia dio la bendición a los presentes y penetró en el coche de la Dirección de Seguridad. Junto a él tomó asiento el doctor Ortega. En el asiento de delante se colocó el señor Maqueda y delante con el chófer, don Vidal Segura. En otro automóvil, que arrancó primero, marchaban los agentes de Policía. Momentos antes de las cinco arrancaba el coche con dirección a la frontera francesa. Los familiares del Cardenal partieron en la misma dirección poco más tarde.
 
UNA MANIFESTACIÓN SUSPENDIDA
Mientras ocurrían estos sucesos, tuvo conocimiento el gobernador de Guadalajara de que las señoras católicas de esta ciudad, reunidas en gran número, intentaban celebrar una manifestación de protesta por la expulsión del virtuoso Prelado. Teniendo en cuenta el estado de ánimo de los grupos revoltosos, el gobernador pidió al arcipreste que interviniera a fin de evitar incidentes desagradables y se suspendiese la manifestación. Así ocurrió, en efecto. Del mismo modo no llegó a celebrarse la temida manifestación obrera. A las cinco de la tarde, sin embargo, irrumpió en la población un grupo numeroso de 300 obreros que trabajan en los talleres de la Hispano, los cuales se dirigieron al convento de los Paules y comenzaron a lanzar gritos de amenaza. Un grupo penetró en el convento y comprobó que el Cardenal había salido de la ciudad. De allí marcharon los manifestantes al Gobierno civil. Se destacó una comisión que habló con el gobernador y le expuso diversas peticiones de carácter social.
 
POR QUÉ FUE DETENIDO EL CARDENAL
Aunque se ha afirmado que el Cardenal Segura vino desde Irún a Madrid, y estuvo en el palacio de la Cruzada, no hemos podido comprobar este extremo. En opinión del gobernador de Guadalajara, señor León Trejo, el Cardenal había ido a esta ciudad a presidir una reunión que había sido convocada en el convento de las Adoratrices, a la que habían de asistir los párrocos de la capital y de algunos pueblos, así como significadas personalidades, entre ellas algunos miembros del cabildo de la Catedral Primada. El Cardenal, por su parte, ha manifestado en el documento de protesta al Gobierno que, en efecto, esta reunión iba a celebrarse, pero que su objeto no era otro que tratar de cuestiones piadosas y de propaganda católica.