Propuesta cristiana para un análisis de la crisis de la sociedad española.

La Conferencia Episcopal Española (CEE) ha propuesto a la sociedad española una reflexión sobre los problemas más acuciantes que vivimos y sus causas. Se trata de un documento sin fecha pero hecho público en enero de este año, que lleva por título “El Dios fiel mantiene su alianza. Instrumento de trabajo pastoral sobre persona, familia y sociedad ofrecido a la Iglesia y a la sociedad española desde la fe en Dios y la perspectiva del bien común”. Se puede ver en el siguiente enlace: https://www.conferenciaepiscopal.es/wp-content/uploads/2023/01/El-Dios-fiel-mantiene-su-aliaza.pdf.

El diagnóstico de la CEE me parece muy sugerente pues pone el acento para entender nuestros problemas en “el elogio desmedido de la autosuficiencia e independencia de los individuos como propuesta de vida plena” (pág. 10) y propone como clave de solución “alentar un movimiento social a favor del bien común que, desde nuestra perspectiva de fe, tiene su fuente en la comunión trinitaria y en una comprensión trinitaria de la persona, del matrimonio y la familia, como fermento de una sociedad en la que la amistad y la fraternidad universal vayan creciendo a favor de los más pobres” (pág. 11).

En el documento aparece una y otra vez el término “desvinculado” para referirse al hombre de hoy, sin lazos familiares ni religiosos consistentes, y convertido en un mero consumidor en el seno de una cultura que apuesta por una concepción de la persona como individuo autosuficiente e independiente y de la familia como algo modificable y sin contenido cierto. Así, son las personas y las familias quienes sufren las consecuencias de la crisis cultural y social.

La CEE propone para superar ese individualismo que aísla, desvincula y deja solas a las personas,  “ver la relación existente entre persona, familia y pueblo en un proyecto de bien común” (pág. 15); y lo hace, lógicamente desde la perspectiva cristiana, que nos habla de un Dios uno y trino creador del hombre, de un ser humano esencialmente relacional y familiar y de una solidaridad primaria entre todos, que la tradición cristiana denomina fraternidad. Por eso dice: “Hoy, cuando la persona es reducida a individuo, la recuperación de la concepción trinitaria de persona puede ayudarnos  a salir del encierro del individualismo” (pág. 17).

En el centro de las reflexiones de la CEE aparecen estas ideas: a) Dios ha diseñado su proyecto en la naturaleza misma de la persona que existe como varón y mujer y b) cuya complementariedad permite un amor oblativo no centrado solo en el propio placer sino abierto a los otros y a la vida, c) generando la familia y esa familia de familias que es el pueblo. “Es una alternativa al modelo de modernidad individualista, utilitaria y desvinculada, que al final hace imposible la vida social y el desarrollo humano. El desarrollo humano integral necesita del vínculo, del encuentro y cuidado que ponen en el centro a cada persona y a toda la persona, también en su dimensión institucional y trascendente” (pág. 30).

Por eso, es central en este documento la defensa de la familia como clave de arco para la construcción de una sociedad que supere el individualismo extremo y la consecuente crítica a la ideología de género y la legislación en ella inspirada (cfr. págs. 46-49 y 54-57 entre otras), pues “lo que contamina la percepción del valor real de lo familiar es una dislocación entre la `familia de las ideologías´ (..:) y la `familia de la experiencia´” (pág. 30). De ahí que la CEE afirme que los esposos cristianos con su vida imparten un “gran curso de humanismo” (pág. 25).

Con este utillaje intelectual, la CEE hace un estupendo análisis (capítulo III, págs. 43 y ss.) de las causas culturales, legislativas y sociales que deconstruyen la familia, reducen la persona a individuo y dificultan el bien común; y de las carencias eclesiales que lo favorecen. Comienza poniendo de manifiesto que hoy “la persona, reducida a individuo autosuficiente e independiente, se construye a sí misma siguiendo la le ley del deseo, en permanente ejercicio de autodeterminación, también sobre el propio cuerpo”, en “una cultura del individualismo exasperado” que propicia “lo que Benedicto XVI llamó la dictadura del relativismo”; y “el matrimonio tiende  a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno”.

Tras referirse con cierto detalle a las leyes aprobadas recientemente en España que afectan a estas cuestiones, a la crisis del estado del bienestar, a la secularización en el interior de la propia Iglesia, a la soledad de tantos, a la crisis demográfica y a otras cuestiones de actualidad, la CEE propone a la responsabilidad de los cristianos y de toda la sociedad algunas líneas de actuación muy prácticas y al alcance de todos (págs. 87 in finem) como ocuparse de la propia familia y de la educación sexual de los hijos desde la infancia, estar cerca de las personas que sufren por las leyes injustas como las embarazadas, la participación activa en la comunidad cristina y en todo tipo de asociaciones, etc.

Resulta muy interesante la propuesta de recuperación de la doctrina clásica cristiana del bien común hoy tan olvidada como incomprendida (cfr. pág. 90 a 95). Y se concluye afirmando que “la novedad de nuestra propuesta es la persona (trinitaria y humana), ontológicamente relacional frente al individuo autosuficiente e independiente” (pág. 100).

Efectivamente, la cosmovisión cristiana hoy sigue siendo una novedad (desconocida incluso para los propios cristianos) con un inmenso potencial para mejorar nuestra sociedad como ya lo hizo hace veinte siglos.

Benigno Blanco