De manera casual anoche de madrugada, leyendo el libro de Richard Fletcher “La España mora”, caí sobre esta cita que el autor hacía de un clásico del s. XIX llamado “Los moros de España” (1886) debido a la pluma del orientalista y arqueólogo británico Stanley Lane Poole:
 
            “La historia de España nos brinda un contraste melancólico. Durante casi ocho siglos, bajo sus gobernantes mahometanos, España dio a Europa un brillante ejemplo de un estado civilizado e ilustrado [...] En 1492 el último bastión de los moros cayó ante la cruzada de Isabel y Fernando, y con Granada cayó la grandeza de España [...] Lo que siguió fue la abominación de la desolación, el imperio de la Inquisición y la oscuridad de las tinieblas”.
 
            Y ahora que andamos a vueltas con el extraño Nobel de la Paz concedido a un presidente norteamericano que apenas lleva diez meses en el cargo sin haber realizado todavía un solo acto que permita determinar a ciencia cierta cual va a ser su política internacional aunque sólo sea por la comprensible razón de que aún no ha tenido tiempo para ello, me viene a la cabeza la esotérica declaración que realizara el pasado 4 de junio en la milenaria –no en balde fue fundada en 988- Universidad de El Cairo, en la cual, el prometedor presidente norteamericano ensalzaba la convivencia entre musulmanes y cristianos habida lugar “in Cordoba [pronunciada cordóuba] during the Inquisition” (sic).
 
            El patinazo fue “presidencial”, si me permiten la expresión. El califato de Córdoba, como sabe cualquier persona medianamente informada sin necesidad siquiera de ser historiador, se llama a una fase de la historia de España que transcurre entre el 16 de enero de 929, fecha en que el emir omeya cordobés Abderramán III se proclama Califa, es decir sucesor de Mahoma, que eso, “sucesor”, es lo que significa la palabra “califa”, y 1031, año en que lo que hasta ese momento se había presentado como una unidad política de cierta envergadura, abre paso a una nueva fase de la dominación islamo-española a la que podríamos denominar “los primeros reinos de taifas”.
 
            La Inquisición española a la que se refería el Sr. Obama es, por el contrario, un tribunal que fue instaurado en España por los Reyes Católicos en 1478. No ha lugar, pues, a la preposición (antes considerada adverbio, por cierto) “durante” elegida por el Sr. Obama, dado que entre el último día del Califato de Córdoba y el primero de la Inquisición, mediaron nada menos que cuatro siglos y medio. Algo así como si habláramos de la Guerra de Viet Nam ocurrida “durante” la reforma de Lutero, para que nos entendamos.
 
            De todas maneras, no me voy a limitar a enmendar lo que puede ser considerado como un pequeño lapsus cronológico del presidente norteamericano, sino que quiero rebatir el argumento hasta su quintaesencia. Porque el esquema córdobo-califal de convivencia presentado por el nuevo Nobel de la paz como modelo de modelos –esperemos que ahora que es Nobel le inspire menos de lo que declaró en El Cairo-, fue cualquier cosa menos modélico.

            No se trata sólo de que los cristianos no pudieran practicar el culto de manera pública, o les estuviera vetado erigir nuevos templos y que incluso muchos de los pocos preexistentes fueran derrumbados para levantar las mezquitas califales, caso de la Iglesia de San Vicente y la Mezquita de Córdoba. Es que durante el califato fueron ejecutados muchos cristianos por el solo hecho de serlo, caso de los llamados mártires de Córdoba. La pena de muerte no sólo se aplicaba a este delito sino a muchos otros, y desde luego, sin nada que recordara ni remotamente a un habeas corpus, sino con una crueldad tan extrema, que en Al-Andalus fue frecuentemente practicada la crucifixión, algo de lo que existen múltiples testimonios. Y todo ello, sin hablar de las razzias de Almanzor, saldadas con miles de víctimas de religión cristiana y penosísimos expolios, entre otros, como es bien conocido, el de las campanas de la Catedral de Santiago de Compostela, sin  otro objeto que la pura y simple humillación.
 
            Hasta ayer me preguntaba yo de donde había sacado el Sr. Obama tan esotéricos argumentos que, vaya Vd. a saber, a lo mejor son los que están detrás de la concesión del importante galardón que le ha sido concedido en Oslo. Hoy, y gracias a una noche de insomnio, estoy en situación de anunciar a bombo y platillo la gran primicia de que en la mesilla de noche del hotel en el que se alojó el Sr. Obama la noche anterior a su discurso de la Universidad de El Cairo, y de modo similar a como acontecía con aquella Biblia que hace años nos encontrábamos en las de todos los hoteles españoles, se encontraba la obra de Poole titulada “Los moros de España”.