La fe no es ciega, porque parte de la Luz con Dios nos llena el alma. A veces somos incapaces de explicar totalmente en lo que creemos, pero sabemos que no por ello deja de ser lógica y coherente. Nuestra fe nos llena y da sentido a todo paso que demos en la vida, ya que sin fe es imposible ir demasiado lejos sin perderse. Pero la fe necesita de la esperanza, que el la virtud que la fija y sostiene. También necesita de la caridad, que es la que nos permite relacionarnos con Dios y con nuestros hermanos. 

En el texto que adjunto, San Hilario de Poitiers, nos habla de estas limitaciones y de la consciencia que tiene de no ser más que una herramienta en manos de Dios. Recuerda el pasaje donde San Pablo nos dice que no sabemos orar, pero que el Espíritu lanza desde nuestro interior gemidos inenarrables que Dios escucha y atiende. La fe, por medio de la caridad, se hace presente en el mundo de forma similar. No hace falta un discurso para actuar virtuosamente. Sólo hace falta la docilidad necesaria para dejar transparentar a Dios en nosotros. 

Dios todopoderoso, según el apóstol Pablo, tu Espíritu “escruta y conoce las profundidades de tu ser” (1C 2, 1011), e intercede por mi, te habla en mi lugar con “gemidos inenarrables” (Rm 8,26)… Fuera de ti nadie escruta tu misterio; nada que sea extraño a ti no es suficientemente poderoso para medir la profundidad de tu majestad infinita. Todo lo que penetra en ti procede de ti; nada de lo que es exterior a ti tiene el poder de sondearte… 

Creo firmemente que tu Espíritu viene de ti por tu Hijo único; aunque yo no comprendo este misterio, tengo, respecto a él, una profunda convicción. Porque en las realidades espirituales que son dominio tuyo, mi espíritu es limitado, tal como lo dice tu Hijo único: “No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de nuevo’. Porque el Espíritu sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del agua y del Espíritu”. 

Creo en mi nuevo nacimiento sin comprenderlo, y en mi fe guardo lo que escapa a mi comprensión. Sé que tengo el poder de renacer, pero no sé cómo esto se realiza. El Espíritu no tiene ningún límite; habla cuando quiere, y dice lo que él quiere y donde quiere. La razón de su partida y de su venida, permanecen desconocidas para mí, pero tengo la profunda convicción de su presencia. (San Hilario. La Trinidad, 12,55s; PL 10, 472) 

San Hilario nos habla del segundo nacimiento que tanto necesitamos y que tampoco llegamos a comprender del todo. Sabemos que nuestra naturaleza es limitada y llena de imperfecciones, pero no sabemos cómo se transforma por medio de la Gracia de Dios. Este conocimiento, como muchos otros, excede nuestra comprensión, pero no por ello deja de ser lógico que necesitemos nacer de nuevo para ser transformados desde el interior de nuestro ser. 

Seguramente nos preguntemos qué consecuencias tiene todo esto en nuestra vida cotidiana. No siempre es sencillo ver más allá de los mismos actos que realizamos, ya que nuestra fe no es capaz de llegar mucho más allá. Pero no ello nuestros actos dejan de ser trascendentes para la vida de muchas personas. “El Espíritu no tiene ningún límite; habla cuando quiere, y dice lo que él quiere y donde quiere” y por ello nosotros debemos estar atentos a cada palabra que viene de lo alto, a cada acción en la que la presencia de Dios es evidente, a cada afecto que muestra el amor de Dios hacia nosotros. En medio de una realidad tan poco espiritual, Dios es capaz de hacer crecer brotes de Luz que nos guían hacia Él.