En el libro «Informe sobre la esperanza. Diálogo con el cardenal Gerhard Ludwig Müller», publicado por la BAC en España, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina y la Fe asegura que la Iglesia Católica no tiene motivo alguno para celebrar el V Centenario del inicio del protestantismo.
 
El cardenal asegura que «estrictamente hablando, los católicos no tenemos ningún motivo para celebrar el 31 de octubre de 1517, es decir, la fecha que se considera como el inicio de la Reforma que condujo a la ruptura de la cristiandad occidental».
 
Y añade:
 
Si estamos convencidos de que la Revelación se ha conservado íntegra e inalterada a través de la Escritura y la tradición en la doctrina de la Fe, en los Sacramentos, en la constitución jerárquica de la Iglesia por derecho divino, fundada sobre el sacramento del Orden sagrado, no podemos aceptar que existan motivos suficientes para separarse de la Iglesia.
 
El Prefecto de Doctrina de la Fe explica que «los miembros de las comunidades eclesiales protestantes consideran este evento desde otra óptica, pues piensan que es la ocasión adecuada para celebrar el redescubrimiento de la «palabra pura de Dios», presuntamente desfigurada a través de la historia por tradiciones meramente humanas. Los Reformadores protestantes concluyeron hace quinientos años que algunos jerarcas de la Iglesia no solo eran moralmente corruptos, sino que habían distorsionado el Evangelio y, en consecuencia, habían bloqueado el camino de Salvación de los creyentes hacia Jesucristo. Para justificar la separación, acusaron al Papa, presuntamente la cabeza de este sistema, de ser el Anticristo».
 
Ecumenismo
 
El pupurado aborda la situación actual del ecumenismo con los protestantes:
 
¿Cómo progresar hoy con realismo en el diálogo ecuménico con las comunidades evangélicas? El teólogo Karl-Heinz Menke está en lo cierto cuando afirma que la relativización de la verdad y la adopción acrítica de las ideologías modernas son el principal obstáculo hacia la unidad en la verdad.
 
Y advierte:
 
En este sentido, una protestantización de la Iglesia católica desde un pensamiento secular sin referencia a la trascendencia no nos puede reconciliar con los protestantes ni tan siquiera puede permitir un encuentro con el Misterio de Cristo, pues en Él somos depositarios de una Revelación sobrenatural a la que todos nos debemos desde la completa obediencia del intelecto y de la voluntad (cf. «Dei Verbum», 5).
 
Valor de la Dominus Iesus
 
El cardenal alemán cree que «los principios católicos del ecumenismo, tal como fueron propuestos y desarrollados por el decreto del Concilio Vaticano II, siguen siendo plenamente válidos (cf. «Unitatis redintegratio», 2-4). Por otra parte, el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe «Dominus Iesus», del Año santo del 2000, incomprendido por muchos e injustamente rechazado por otros, creo que es, sin ningún género de dudas, la carta magna contra el relativismo cristológico y eclesiológico de este momento de tanta confusión».

El Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe señala que «precisamente aquellos que hasta ahora no han mostrado ningún respeto por la doctrina de la Iglesia, ahora se sirven de una frase suelta del Santo Padre, «¿Quién soy yo para juzgar?», sacada de contexto, para presentar ideas desviadas sobre la moral sexual bajo una presunta interpretación del «auténtico» pensamiento in merito del Papa».
 
Y añade:
 
«La cuestión homosexual que dio pie a la pregunta realizada al Santo Padre, aparece ya en la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento (cf. Gén 19; Dt 23,18s; Lev 18,22; 20,13; Sab 1315) como en las cartas Paulinas (cf. Rom 1,26s; 1 Cor 6,9s), tratada como un asunto teológico (con los condicionamientos propios que comporta la historicidad de la Revelación)».
 
«De la Sagrada Escritura», explica el cardenal alemán, «se deriva el intrínseco desorden de los actos homosexuales, por no proceder de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. Se trata de una cuestión muy compleja, por las muchas implicaciones que han emergido con fuerza en los últimos años. En todo caso, la concepción antropológica que se deriva de la Biblia comporta unas ineludibles exigencias morales y, a la vez, un escrupuloso respeto por la persona homosexual. Dicha persona, llamada a la castidad y a la perfección cristiana mediante el dominio de sí mismo y a veces con el apoyo de una amistad desinteresada, vive una auténtica prueba, por lo que debe ser acogida con respeto, compasión y delicadeza, evitando todo signo de discriminación injusta» (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2357-2359)».
 
«Sin embargo», añade el purpurado, «más allá del problema suscitado con la descontextualización de la mencionada frase del papa Francisco, pronunciada como un signo de respeto hacia la dignidad de la persona, me parece evidente que la Iglesia, con su Magisterio, está capacitada para juzgar la moralidad de determinadas situaciones. Esta es una verdad indiscutida: Dios es el único Juez que nos juzgará al final de los tiempos y el Papa y los obispos tienen la obligación de presentar los criterios revelados para este Juicio Final que ahora ya se anticipa en nuestra conciencia moral».
 
Interpretación subjetiva
 
El Prefecto de Doctrina de la Fe recuerda que «la Iglesia ha dicho siempre esto es verdadero, esto es falso y nadie puede interpretar en modo subjetivista los Mandamientos de Dios, las Bienaventuranzas, los Concilios, según sus propios criterios, su interés o incluso según sus necesidades, como si Dios fuera solo un trasfondo de su autonomía. La relación entre la conciencia personal y Dios es concreta y real, iluminada por el Magisterio de la Iglesia; la Iglesia goza del derecho y de la obligación de declarar que una doctrina es falsa, precisamente porque esa doctrina desvía a la gente sencilla del camino que conduce a Dios». La relación con Cristo sin conversión personal es imposible
 
El cardenal Müller indica un hecho histórico:
 
«Desde la Revolución francesa, los sucesivos regímenes liberales y los sistemas totalitarios del siglo XX, el objeto de los principales ataques ha sido siempre la concepción cristiana de la existencia humana y su destino. Cuando no se pudo vencer su resistencia, se permitió el mantenimiento de algunos de sus elementos pero no del cristianismo en su substancia, con lo que este dejó de ser el criterio de toda la realidad y se favorecieron las mencionadas posiciones subjetivistas.
 
Estas se originan en una nueva antropología no cristiana relativista que prescinde del concepto de verdad: el hombre de hoy se ve obligado a vivir perennemente en la duda. Más aún: la afirmación de que la Iglesia no puede juzgar situaciones personales se asienta sobre una falsedad soteriología, es decir, que el hombre es su propio salvador y redentor.
 
Sometiendo la antropología cristiana a este reduccionismo brutal, la hermenéutica de la realidad que de ella se deriva solo adopta aquellos elementos que interesan o convienen al individuo: algunos elementos de las parábolas, ciertos gestos bondadosos de Cristo o aquellos pasajes que lo presentarían como un simple profeta de lo social o un maestro en humanidad.
 
En cambio, se censura al Señor de la historia, al Hijo de Dios que invita a la conversión o al Hijo del Hombre que vendrá para juzgar a vivos y muertos. En realidad, este cristianismo simplemente tolerado queda vacío de su mensaje, olvidando que la relación con Cristo, sin la conversión personal, es imposible».