Cartas de un cura (6): La alegría de la fraternidad

                Seguimos leyendo con interés estas cartas escritas por un cura como colofón a su vida ministerial, y que un día llegaron a mis manos. En ellas nos va contando este sacerdote el proceso de su vocación, su vida en el Seminario, y su actividad ministerial.

                La carta que tengo en mis manos nos cuenta algún aspecto importante de convivencia en el Seminario con otros muchos que seguían la misma vocación. En concreto nos habla de algo que le hizo muy feliz, y fue la fraternidad que intentó vivir con sus compañeros. Así lo cuenta el:

                Yo venía de la calle, en donde había tenido otra clase de amigos. Entre nosotros no había fraternidad, sino más bien amistad y cierto compañerismo. No puedo decir que nos quisiéramos, aunque no lo pasábamos mal cuando nos reuníamos para cualquier cosa. Pero no había entre nosotros unos valores y unos objetivos comunes. En el Seminario era distintos. A medida que iba pasando el tiempo me sentía cada vez mas hermano de mis compañeros. Descubrí que, aunque éramos distintos, nos unían unos principios, unos valores, unas inquietudes comunes. Pensé entonces que la vida como sacerdote debería ser así: todo unidos en una tarea común encomendada por el Señor. Y me sentía alegre y feliz.

                Al leer este párrafo me acordé que algo importante nos dice a los sacerdotes el  “Directorio para el Ministerio y la Vida de los Presbíteros”.  Consulto la nueva edición publicada en Roma recientemente.  En el número 37 dice: El profundo y eclesial sentido del presbiterio, no solo no impide, sino que facilita las  responsabilidades personales de cada presbítero en el cumplimiento del ministerio particular, que le es confiado por el Obispo. La capacidad de cultivar y vivir maduras y profundas amistades sacerdotales se revela fuente de serenidad y de alegría en el ejercicio del ministerio; las amistades verdaderas son ayuda decisiva en las dificultades y, a la vez, ayuda preciosa para incrementar la caridad pastoral, que el presbítero debe ejercitar de modo particular con aquellos hermanos en el sacerdocio, que se encuentren necesitados de comprensión, ayuda y apoyo. La fraternidad sacerdotal, expresión de la ley de la caridad, no se reduce a un simple sentimiento, sino que es para los presbíteros una memoria existencial de Cristo y un testimonio apostólico de comunión eclesial.

                Indudablemente  nuestro  amigo sacerdote  tuvo muy presente lo que iba a suponer toda una vida, nada fácil, de ejercer el sacerdocio en un mundo que no suele valorar esta labor, y muchas veces se muestra contrario a ella.  Debería apoyarse fuertemente en los hombros, en el corazón, de otros compañeros que harían el mismo camino espiritual y material.

                Nos sigue diciendo en su carta: Esto que yo comprendí perfectamente desde el primer momento, no siempre era compartido por todos. En toda comunidad humana, aunque sea tan sagrada como puede ser una comunidad religiosa, hay de todo. Tenemos nuestras debilidades que nos suelen acompañar en bastantes trechos de la vida. Me hice cargo que cuando cruzamos la puerta del Seminario nuestros defectos y personalidad nos acompañan. Es tarea nuestra, con las ayudas oportunas, el ir limando asperezas, rectificando errores, tratando de vivir el amor  cristiano, que supone paciencia, misericordia, comprensión, perdón, buen humor…

                Captó nuestro amigo perfectamente  desde el principio lo que supone la lucha ascética. Un esfuerzo, ayudado por la Gracia de Dios, para ir ascendiendo en el camino de la perfección. Camino que ha de durar toda la vida. Y esto es común al sacerdote y al que quiera de verdad seguir un plan de perfección. Suponemos –ya lo dice en otra carta- que al entonces principiante en la formación del Seminario contaría con la ayuda de un director espiritual, un  acompañante que te va facilitando el camino, no siempre llano, con sus consejos y su experiencia. Así me ocurrió a mí. Pero este tema de la dirección espiritual lo trataremos en otro momento, cuando aparezca en cualquiera de las cartas que guardo en mi despacho como oro en paño. De momento lo dejamos aquí, recordando que la fraternidad nos llena de alegría.

Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com