IV viernes de Cuaresma. Se acercan los días solemnes de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. La sombra de la Cruz se proyecta ya sobre nuestro camino, personal y eclesial, hacia Jerusalén, la ciudad santa, lugar de una paz que será comprada al precio de la sangre del Hijo de Dios.



La mística Adrienne von Speyr, hija espiritual y colaboradora durante años del gran teólogo suizo Hans Urs von Balthasar, escribió unas palabras densas de significado, profundas, esclarecedoras. En ellas describe la Encarnación de Cristo y su Cruz como la llamada más plena y extrema de Dios a los hombres. Hay que saborear cada una de sus palabras, breves, esenciales. Dios no quiere estar solo, pero acepta estarlo hasta el extremo, acepta descender tan hondo para que entendamos, para que deseemos responder con amor a su Amor, con liberalidad a su infinita Libertad de elegirnos.





"Que el Hijo de Dios se hizo hombre, pequeño y desnudo y desamparado, que vivió entre nosotros como uno entre innumerables: este hecho era ya la forma más plena y extrema de la llamada de Dios.

Él descendió tan hondo, se inclinó tan humildemente, para mostrar cuán grandes son las intenciones del corazón de Dios, para exponer cuán necesaria es la respuesta a sus deseos, cuál poco quisiera quedarse solo.

Él ha llevado solo todas las cosas, también la cruz, en soledad. Pero su estar solo y su estar abandonado testimonian de un modo aún más claro y sonoro su llamada. Ambos estados son una expresión de su amor dirigido a los hombres. No sólo del amor que lleva y sostiene, también del amor que requiere y necesita. No sólo del amor que se prodiga, también del amor que sin la liberalidad de los demás no puede ser".
Adrienne von Speyr

 

Juan Miguel Prim, sacerdote
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