CARTAS DE UN SACERDOTE: A PUNTO DE DAR EL PASO

            En esta carta que tengo entre mis manos el protagonista está a punto de dar el paso para ingresar en el Seminario diocesano. Se observa en él una mezcla de entusiasmo y de zozobra. Es natural, está en juego la dirección, el rumbo de toda su vida. La lectura de la carta es muy gratificante para los que ya llevamos años en el camino. Trascribo algunos de sus párrafos:

            El curso normal ya acababa. El verano que ya estaba despuntando iba a ser decisivo para mí. Debía tomar  una decisión, y así me lo recomendó mi sacerdote amigo. En la charla que tuve con él me planteó una pregunta clave: ¿Qué quería ser? Yo le dije que sacerdote. Y él me contestó que no era lo más importante, que había algo por encima que afectaba a todo cristiano. Lo pensé durante un tiempo. Y él me dio la respuesta exacta: -Tú quieres, debes querer ser santo. Si no es así no aspires a ser sacerdote. Me acordé lo que el padre de San Bernardo le dijo a su hijo cuando le comunicó que quería ser monje. –Hijo, si te vas a un monasterio es para ser santo, si no te quedas aquí. - Y Bernardo se lo propuso y lo consiguió con la gracia de Dios.

            Mi amigo sacerdote me dejó un libro que recogía los escritos del Papa San Pío X para que leyera y meditara. En uno de los documentos dirigido a los sacerdotes leí estas palabras de un santo Papa: “Comenzaremos, pues, queridos hijos, Nuestra exhortación, haciéndoos una llamada para que vuestra vida sea todo lo santa que requiere vuestra dignidad. Cualquiera que ejerce el sacerdocio no lo ejerce sólo para sí, sino también para los demás. Porque todo Pontífice tomado de entre los hombres, está constituido para los hombres, en las cosas de Dios (Hb. 5,1)… El sacerdote es luz del mundo y sal de la tierra. Nadie ignora que esto es así, sobre todo cuando enseña la verdad cristiana; pero ¿es posible ignorar que este ministerio no es nada, si el sacerdote no avala con su ejemplo lo que enseña con su palabra?... Si el sacerdote descuida su propia santificación, no podrá ser la sal de la tierra, porque lo que está corrompido y contaminado no puede servir de ninguna manera para conservar otras cosas; donde la santidad falta es inevitable que entre la corrupción…”

            La cita es larga, comprendo, pero es clave. Me hizo meditar mucho esos días. Me quedó claro que si me iba al seminario era para intentar ser santo. De lo contrario debía quedarme en mi casa y dedicarme a otra cosa. Y, la verdad, empecé a entusiasmarme. Mi vida debía vivirla cara a Dios, con todo lo que supone acatar Su Voluntad.

            Hice los trámites necesarios para mi ingreso en el Seminario al acabar el verano. Mi párroco me acompañó para visitar al Sr. Rector y firmar la solicitud de ingreso. Mi director espiritual se quedó rezando por mí. El edificio era inmenso. El ambiente, todavía sin seminarista, prometía ser fascinante. Tomé nota de todo lo que debía hacer y traer. Algo fuera de lo común era contar con una sotana como habito normal en el internado. Me hacía cierta ilusión, aunque me causaba mucho  respeto.

            No quiero alargar  más la carta, porque tendrás muchas cosas que hacer. En la próxima te contaré mi primer día de seminario. Espero que te guste conocer los detalles.

            Y nuestro protagonista cierra la carta con una despedida y una firma. A mí, que soy sacerdote, la lectura de estos documentos me trasportan a muchos años atrás, cuando yo viví algo muy parecido. No hay cosa más sublime que dar un paso responsable con el que tu vida va a quedar comprometida para siempre. Ya sé que hasta el final, hasta que te ordenas sacerdote no hay nada definitivo, pero me acuerdo de esa cita de San Bernardo que hace nuestro amigo: Si das un paso en esa dirección o es para ser santo o es preferible que te quedes en tu casa. No sé si lo piensan así muchos seminaristas hoy, pero deberían hacerlo. Si queremos ser sal y luz del mundo, como nos recuerda San Pío X y tantos Papas, no podemos corrompernos con una vida mediocre.

            Seguiremos leyendo y comentando estas cartas que tengo entre mis manos, y que a mí me están haciendo pensar.

Juan García Inza