Hace unos días estuve presente en un hecho asombroso. Era sábado. Y septiembre veintiséis. Todavía me dura el impacto. Me emociona recordarlo. Apenas tuvo repercusión en los medios de comunicación. No vaya a ser... La tarde era plácida. Las calles bullían de adolescencia y promesas. Casi era la hora, casi eran las nueve. Mientras tanto el cielo se oscurecía y caminábamos sobre un arco iris de luces de neón y farolas. ¡Qué bien se estaba! Casi al llegar, en la calle Alfonso, un tramo del suelo estaba cubierto de pétalos de flores que adquirían formas precisas en sus intensos colores. Ornato real, filigrana de amor. Rojos, amarillos, rosas, violetas… Y un poco más allá la figura de un ángel. Sorprendente. La plaza llena. La plaza del Pilar, en Zaragoza. Tomamos asiento con el rosario en las manos. Contemplamos las torres y las cúpulas de la basílica y el ondear de los estandartes. A los pies del relieve de la venida de la Virgen, del escultor Pablo Serrano, una tarima, y sobre la tarima un altar, y sobre el altar dejo un beso a hurtadillas. O mejor dos. Da comienzo la ceremonia, con su liturgia medida y el vuelo de blancas albas y casullas repujadas en oro. Se estremecen las llamas de las velas y asciende hacia Dios el incienso. La señal de la Cruz. Cánticos y salmos. El evangelio y la homilía del cardenal Cañizares (un profundo repaso a la vida de piedad cristiana, haciendo especial énfasis en la Eucaristía y en el amor a la Virgen, y la denuncia nítida contra las leyes abortivas -“¡terrorismo parlamentario!”- reivindicando la Vida, y Su Ternura, y Su Esperanza). Luego el credo, resumen de nuestra fe. Fe viva: encendida. ¿Cuántos católicos se lo saben entero, sin fallos? ¿Cuántos lo meditan y rezan para adentrarse en el Misterio? Y el ofertorio y la consagración. Dios, en Cuerpo y Alma, en Sangre y Divinidad. Transubstanciación en las manos del sacerdote. Dios: Jesucristo sobre el altar, que se encuentra mis besos. Y miríadas de ángeles y almas. Comunión. Comulgo en la boca. Apariencia de pan. ¡Es Dios, es Dios! De rodillas, enamorado, pecador. “Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”. Acción de gracias. “Te adoro con devoción Dios escondido”. Es Dios, ahora en el viril de la enorme y bella custodia labrada en plata, que en su carroza se dirige hacia la plaza de España. Cánticos y oraciones. Adoración nocturna. Allí, en medio de la urbe, en medio de los afanes de los hombres -de los negocios y del tráfico, de la ansiedad y de las ilusiones, de las familias y del trabajo, de la política y de la pobreza- el incienso se trenza con el silencio en una devoción unánime. Dios nos bendice y nos mira, y derrama Su gracia sobre cada uno, sobre cada alma. Por alejada que esté. Porque todos somos hijos pródigos.