Pues no, amigos, no voy a hablarles de política, ni menos aún de fútbol. “Y si hablando de Iglesias y de Neymar no nos habla ni de fútbol ni de política, ¿de qué nos va Vd. a hablar, Antequera?”. Pues bien, voy a hablarles de buenos modales, de elegancia, de saber estar y de respeto a los demás, valores todos ellos que forman parte de la convivencia humana y que, como tales, son los que todos los buenos cristianos aprendemos y nos afanamos, o deberíamos afanarnos, en practicar.
 
            No sé si se ha fijado Vd. pero anda revuelto el país con la “falta de respeto y de consideración hacia el rival” que representan las cabriolas y regates que realiza ese genio del balón brasileño que se llama Neymar da Silva Santos Júnior, al que deportivamente hablando, lo único que le reprocho es no ser madridista. Y es que la mitad de los comentaristas deportivos patrios ponen a parir al brasilero por hacernos el mejor regalo que puede hacernos, sus regates, sus adornos, e intentan convencernos de que es un mal educado y un desconsiderado por “burlar” así a los rivales, -casi siempre con éxito, por cierto-, mientras al mismo tiempo, nos deleita y hace tan magnífico regalo a los aficionados.
 
            En semejante línea recuerdo hace ya un tiempo la que se armó en los medios sobre un partido intrascendente, de una división tan lejana que nunca había merecido la atención de ninguno de ellos, por un equipo que le metió a otro no sé si más de veinte goles, pareciendo a los comentaristas deportivos patrios… ¡¡¡una falta de respeto!!! El equipo que metió los veinte goles o más… ¡tuvo que pedir disculpas! ¿Pero acaso es otra cosa el deporte que sana competencia y desde tal punto de vista tiene otro objetivo que el de poner en cifras cuánto es superior un equipo a otro? ¿Dónde está la falta de respeto en meterle a uno una paliza dentro de los más estrictos ámbitos de la competitividad deportiva? Llevándolo a deporte distinto: si algún día un corredor fuera tan superior a los demás como para poner el record de los 100 metros lisos por debajo de los ocho segundos ¡o de los siete!, ¿acaso debería autocensurarse, autolimitarse para no “ofender” a sus rivales y no enfadar a nuestros “comedidos y elegantes” comentaristas deportivos? ¿Es que le vamos a reprochar a Bob Beamon que en Méjico en 1968 pusiera el record mundial de salto de longitud en 8,90 cuando el anterior record estaba en 8,35?
 


  
            Ahí tenemos, en cambio, a ese recién llegado de la política española que es Pablito Iglesias, un jovencito insolente, malhumorado y verbirrágico, con nulas maneras y educación muy justita, que se presenta ¡¡¡nada menos que ante el Rey!!! (empieza a convertirse en un clásico, pinche Vd. aquí si desea conocer otro caso parecido), vestido como un verdadero mamarracho. Para redondear el alarde, pocos días después se presenta con frac y con pajarita -excuso decir a Vds. cómo le quedaban con la coleta- en la gala de los Goya, como para racalcar bien recalcado quién le merece respeto al muchachito y quién no. ¿Alguien ha dicho algo? ¿Alguien ha hablado de los modales deplorables del muchachito y de su nula educación o de la falta de respeto, no sólo al Jefe del Estado, sino a todos los españoles a los que éste representa, que, por cierto, son los mismos, o deberían ser, a los que él aspira a representar?
 
            En fin, amigos, así está España. Incapaz ni de definir conceptos tan básicos, tan esenciales, tan sencillos, como el respeto, el buen gusto, los buenos modales… ¡qué le vamos a hacer! que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos, no les puedo decir otra cosa.
 
 
            ©L.A.
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