Saliendo de mis clases de universidad me encontré con un amigo que me contaba una situación no poco común, había visto una imagen en Facebook (la que está de portada) que dice: “Mi parte favorita de la Biblia es cuando Dios le da al hombre libertad, y luego mata a todos por no actuar de la forma en que Él  quería”.

No quisiera - ni me interesa - profundizar en la ignorancia del contexto histórico y bíblico de la persona que hizo esta imagen, más bien me centraré sencillamente en la cuestión, pues este amigo quedó un poco confundido al ver esto, y la pregunta natural que le sobrevino fue: ¿Porqué Dios en el Antiguo Testamento es tan violento, que incluso parece humano con sentimientos de ira, venganza, etc.?

¡Pues bien! lanzaré más leña al fuego: también destruyó la ciudad de Sodoma y Gomorra haciendo descender fuego y azufre de los cielos[1], mató a los niños de las familias egipcias[2], hizo morir al hijo del rey David, porque su padre había pecado[3], dejó ciego al ejército de los arameos cuando atacaron la ciudad de Dotán[4], y un largo etcétera de catástrofes, maldiciones y muertes. En el Antiguo Testamento todas las enfermedades, infortunios y hasta la propia muerte aparecen como provenientes de Dios.


 Lo primero que debemos entender es que los Libros que componen la Biblia, indistintamente de que sean inspirados por Dios, obedecen a un contexto histórico y a una cultura que es importante conocer, sobre todo si se pretende sacar conclusiones de algún hecho de los que allí se relatan. Más aún, esta regla universal obedece a cualquier estudio de cualquier hecho histórico. 

Durante mucho tiempo, la situación cultural del pueblo de Israel había sido desarrollada dentro de una estructura tribal, donde todo era de todos, donde cada uno participaba del destino de los demás, donde todos eran o pobres o ricos, y se vivía un gran sentido de solidaridad tanto en el bien como en el mal. Dentro de este nivel cultural, era perfectamente natural y lógico que uno sufriera por el mal de otros[5]. Viviendo dentro de esta cultura, el pueblo intento dar una expresión a su fe en un Dios personal y justo que castiga a los males y recompensa a los buenos. Todos los males que ocurren tienen que considerarse como un castigo inflingido por Dios. Si uno sufre, aunque sea justo, su sufrimiento es un castigo por los pecados y transgresiones que otros han cometido. Si a uno le va muy bien, su felicidad era una recompensa de Dios por su justicia o la de los demás. No se les ocurría pensar en una recompensa o castigo después de la muerte (pues no había aún la visión cristiana del Cielo y el Infierno). Esta explicación satisfacía al pueblo y a su vez resolvía el problema del sufrimiento del justo. Era una explicación natural, de acuerdo con la cultura, la única que les podía dar lo que podría ser la justicia de Dios.

Por otro lado, en los tiempos en que se escribió el Antiguo Testamento las ciencias aún no se habían desarrollado (o al menos no lo suficiente como para llenar ciertos vacíos fundamentales de la vida cotidiana), y así, no se conocían las leyes de la naturaleza, ni las causas de las enfermedades, ni porque sucedían los fenómenos ambientales… esto ocasionaba que muchos de los fenómenos que hoy llamamos naturales, en aquella época se consideraran sobrenaturales, y por lo tanto, venidos directamente de Dios.



El desconcierto de algunos nace del hecho de que Dios mismo aparece varias veces como el Comandante Supremo que incita al exterminio… frente a éstas y otras páginas “escandalosas” de la Biblia, se ha dado – y se seguirá dando – explicaciones claras y sencillas, que seguramente no son de ningún interés para quienes tienen como única motivación la guerra encarnizada contra la religión y la Iglesia… este artículo no está dirigido para esos, sino para aquellos que con sincero corazón buscan entender y aprender con paciencia las Sagradas Escrituras.

El camino principal para entender estas páginas de la Biblia, nacen de una premisa importantísima: La revelación divina según la Biblia es histórica, es decir, se manifiesta encarnándose en la trama lenta y fatigosa de las vicisitudes de los hombres. No se trata de una palabra suspendida en los cielos y comunicada a través de un éxtasis. Es por esto que la Biblia es la historia progresiva de una revelación de Dios y la revelación progresiva del sentido de nuestra historia, a primera vista tan disparatada y escandalosa.

En otras palabras, Dios tuvo que ir con paciencia al ritmo de los pecados y miserias del ser humano, que en muchas de sus actitudes primitivas – escandalosas para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI – tuvo que ir aprendiendo y mejorando. No fue pues, de la noche a la mañana que el hombre entendió que el verdadero amor era entre un hombre con una sola mujer, o que el fundamentalismo y el apego a la letra de la Ley mataba al espíritu, o que lo impuro no era la comida sino lo que había en el corazón. Todas y cada una de estas cosas, el Pueblo de Dios (del cual ahora también nosotros somos parte) las fue aprendiendo entre miserias, abundancias, alegrías y dolores que, - ahora nosotros comprendemos con la teología y la enseñanza de Jesucristo – no fueron necesariamente “enviadas” por Dios, sino consecuencia de la vida de dicho pueblo.

Ante estas explicaciones, no está de más aclarar, que existen modos de pensar – sobre todo en ciertos agnósticos – que dificultan la comprensión de esta realidad, como por ejemplo, aquellos que, o aceptan que Dios inspiró la Biblia y por ende Él la “dictó” con Su propio estilo divino, o no fue inspiración de Dios sino que fue manipulada completamente por los hombres. Sin embargo, este esquema mental, les dificulta aceptar la realidad que es obvia y explícita no sólo en las Sagradas Escrituras sino en el curso de la Historia y es que: Dios siempre se ha valido de los medios humanos para los fines divinos, justamente en virtud de ese don de la libertad que tenemos como seres humanos.

Muchas veces lo que me cuestiona es que personas tan objetivas, se pierdan en esquemas mentales tan absurdos e irracionales, como pensar que el Cristianismo profesa una especie de “teocracia” en cuyo caso, solo cabe el enfrentamiento entre Dios y los hombres, o es uno o es otro, pero les es imposible admitir que Dios quiere que el hombre sea libre y que libremente colabore con Dios.

De ésta manera lo explica claramente el Catecismo:

“Este designio comporta una pedagogía divina particular: Dios se comunica gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del Verbo encarnado, Jesucristo”[6]

Y de esta  manera debemos comprender que los estilos propios de cada autor, de cada Libro, influyen significativamente en la manera en que fue escrito, sin que por ello se pierda la esencia propia del mensaje que Dios quiere dar a entender. Más bien “Dio se valió de hombres elegidos, que usaban todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería”[7].



[1] Gn. 19, 24

[2] Éx. 12, 13

[3] 2Sam. 12, 15

[4] 2Rey 6, 18-20

[5] Jos 7, 1-26

[6] Catecismo de la Iglesia Católica, 53

[7] Concilio Vaticano II, DV 11