Hoy celebramos el nacimiento de Dios entre nosotros. Tenemos que estar alegres y esperanzados. Alegres porque un año más podemos seguir ayudando al Señor a esparcir las semillas de Reino. Esperanzados, porque esperamos que Cristo nazca en nuestros corazones. 


Alabemos,  amemos  y  adoremos  este  nacimiento,  cuya fecha  celebramos  hoy;  el  nacimiento  por  el  que  se  dignó  venir a  través  de  Israel hoy; el nacimiento por el que se dignó venir a través de Israel y hacerse Emmanuel: Dios con nosotros en la debilidad de la carne, pero no en la maldad del corazón, acercándose a nosotros por medio de lo que tomó de nosotros y liberándonos por lo suyo en que permaneció —en efecto, el Señor visitó a sus siervos mediante la debilidad mortal para hacerlos libres mediante la inmutable Verdad—; este nacimiento, capaz de ser comprendido por la fragilidad humana; no aquel que permanece sin tiempo y sin madre, por encima de todas las cosas, sino este que tuvo lugar en el tiempo, sin padre entre todas las cosas; alabemos, amemos y adoremos a este Hijo de la Virgen y esposo de las vírgenes nacido de madre intacta y que nutre con la incorruptible Verdad, para triunfar por su misericordia de la astucia del diablo, una vez vencida. (San Agustín. Sermón de Navidad 369, 3)

¡Feliz Navidad!